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Eduardo Lago: «Escribir es bajar al infierno con un guía»
Eduardo Lago valora como un regalo de los dioses «El original de Laura», el libro inacabado de Nabokov que la crítica condenó. De él nace su novela «Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee»
paloma torres
Sentado al fondo de una librería, en una silla pequeña y ante una mesa pequeña, Eduardo Lago (Premio Nadal 2006 por «Llámame Brooklyn») parece más grande. Sus cejas gruesas le dan sombra a los ojos y suscitan confianza. Gran entrevistador, pronto torna la entrevista ... en conversación. Cuenta esta historia: «El original de Laura» es el último libro de Vladimir Nabokov. Murió antes de poder acabarlo y el original se guardó en una caja fuerte. Un día, Bryan Boyd, el biógrafo de Nabokov, le escribe su viuda Vera y le pregunta si puede ver el texto. Ella le responde: «No, porque mi marido [que ejercía un férreo control sobre todo lo que escribía] no lo hubiera querido, pero puedes venir a Suiza y yo te lo leo». Bryan Boyd aceptó. En una habitación gigantesca se sentó Vera Nabokov a siete metros y, sin que él pudiera tomar notas, le leyó durante dos horas y media las 138 fichas que componen «El original de Laura». Al salir de allí Boyd escribió un artículo en el que venía a decir que en aquel texto no había nada valioso salvo algunos destellos del genio de Nabokov.
Sin embargo, cuando cayó en las manos de Eduardo Lago esa obra tan poco apreciada, la consideró un regalo de los dioses. A partir de ella construye su novela, de título largo y sonoro: «Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee» . «Lo que a mí me volvió loco –y le transmití esa locura a mi personaje– es el privilegio de que un genio se muera dejando a su criatura a medio hacer.»
Su personaje Benjamin Hallux contrata a un escritor fantasma y dice: «Los escritores de verdad […] no somos capaces de salir de nosotros mismos y eso es una limitación espantosa. Estamos encadenados». Quería preguntarle por eso.
La literatura transforma el dolor en belleza. Un hombre feliz no escribeEstamos encadenados a nuestra imaginación. Según V. S. Naipaul, en un libro de memorias, en un ensayo, puedes mentir, pero en la ficción sale tu verdadera personalidad. Un libro de Proust es un libro de Proust, y un libro de Dickens es un libro de Dickens. Para completar el libro de Nabokov, mi personaje, que es escritor, debe contratar a alguien que no tenga imaginación, porque él solo podría escribir su propia poética.
En sus páginas hay una crítica al «best seller».
Es un tema sobre el que no paro de reflexionar. No desprecio los «best sellers». No necesitamos un planeta lleno de intelectuales comentando el «Ulises». Pero me parece muy malo lo que se hace alrededor del fenómeno. El «best seller» está dominado por unas técnicas de «marketing» que contaminan el gusto de la gente.
Hay quien defiende que del «best seller» se pasa a leer otros títulos.
Ese paso no se da porque se deforma el gusto. Si tú acostumbras el gusto a cosas mediocres, no puedes dar el salto.
En un momento de la novela, se dice: «Según el novelista ruso ninguna obra literaria contemporánea acaba de transmitir el misterio del acto sexual». ¿Cómo escribir el sexo?
Con «Lolita» Nabokov crea un mito que obliga a mirar lo que no se miraHablé de esto con James Salter en mi última entrevista. Él hace años publicó Juego y distracción, que es una historia de amor entre un chico de treinta y tantos y una chica muy jovencita en Francia. Allí tiene (y le salió muy bien, muy valiente) descripciones eróticas explícitas que escandalizaron mucho. Ahora, en su última novela [«All that is», que se publica en España en marzo], este hombre de 87 años que tiene limpia la memoria y los recuerdos logra algo misterioso: de una manera elegante y sin que sea necesario escribirlo, consigue que el lector «vea» el misterio del encuentro de los cuerpos. No se ha resuelto este asunto del sexo en la literatura, a pesar de que el amor es, junto con la muerte, el mecanismo que mueve la literatura.
¿Y cuál es la relación entre Nabokov y el deseo?
Nabokov escribe «Lolita» y es, al publicarse, número uno en EE.UU. Cuenta una historia de sexo entre un hombre maduro y una niña de doce años. El sexo está tapado en la realidad y en la literatura, no se ve. Nabokov abre algunas puertas o se asoma a ellas y crea un mito extraño que obliga a la gente a mirar algo que no se mira. «Lolita» es un mito contemporáneo y reconocible incluso por aquellos que no han leído la novela, aunque es un libro mucho más interesante por lo no sexual.
Ha vivido en permanente contacto con la escritura y con la lectura: ¿qué ha cambiado en su manera de leer?
Como lector, uno cambia. Hay un elemento de sorpresa que nunca termina pero, como escribía Capote en el prólogo de «Música para camaleones», cuando eres escritor Dios te da un látigo. Empezar a escribir es trágico, porque descubres la diferencia entre la buena escritura y la mala, y luego entre la buena y la genial. Ese sufrimiento te acompaña en la lectura.
Yo leí muchísimo muy joven. Con 17 años ya había leído a Kafka, que me había llevado a otra dimensión. Había leído a Beckett… También ahora siempre estoy leyendo, es como si llevara una vida paralela. Y no paro de descubrir cosas.
¿No siente que en las lecturas de infancia solo cuenta la impresión que el libro deja, que de verdad se sueltan amarras, y que después se lee como escritor o como crítico y la lectura se vuelve más analítica?
«No necesitamos un planeta lleno de intelectuales comentando el "Ulises"»Esa es una pureza que es ideal intentar no perder como lector. Ahora, sugieres algo importante: leer no existe. Existen los modos de leer: puedes leer como estudiante, puedes leer como crítico, puedes leer como escritor. Norman Mailer me decía: siempre que leo a los contemporáneos es para ver qué hacen mejor que yo. Y, si descubro algo, entonces me cabreo muchísimo y hasta que no lo hago yo mejor no paro. Eso decía él, que era boxeador en todo. Y recuerdo un texto precioso de Pedro Salinas «En defensa del lector ingenuo», que es el lector que no tiene compromisos.
Me interesa mucho lo que hacen los jóvenes, porque no tienen condicionamientos. Yo estoy con los que no llegan, con los escritores que tienen talento y que nadie les hace caso. Con los que no tienen lo que tengo yo ahora. Con ellos está mi corazón. Es muy peligroso leer literatura nueva, es muy peligroso ser entrevistador, es muy peligroso hacer reseñas, porque sabes que tienes que leer muchas cosas que están inmediatamente condenadas al olvido. Y en este sentido es una pérdida de tiempo trágica.
El informe de Marlowe (el escritor fantasma) a la obra inacabada de Nabokov es el motivo principal de la novela. De modo que en las páginas de «Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee» se juega mucho con los conceptos de escritor y el lector, porque los mismos personajes son escritores y también son lectores.
Vivo en EE.UU. y durante más de 25 años he tenido el enorme privilegio de hablar con grandes escritores. A todos les hago la misma pregunta: «¿Puedo entrar en el laboratorio secreto de tu imaginación?» Eso es lo que he hecho en el libro con Nabokov estando muerto. Yo podía haber hecho un análisis muy riguroso de «El original de Laura», y hubiera sido un trabajo crítico: hubiera explicado que mientras todo el mundo piensa que es una tontería fallida y un aprovecharse de un genio para sacar ventas, yo de repente me encuentro con un regalo de los dioses. Y, ya que yo no puedo ponerme a completar el libro de Nabokov a título personal, porque sería una falta de respeto y muy fatuo, le encargo la tarea a mi personaje.
«¿Quiénes son los verdaderos renovadores? Naipaul, Coetzee, Walcott»Un día me encontré a Martin Amis por la calle en Nueva York. Lo paré, nos conocíamos de otra vez. Hablamos un momento y le pregunté: «¿Puedo utilizar tu crítica a ''El original de Laura'' en una novela mía?». «¿En una novela? ¿Y qué demonios vas a hacer con eso en una novela», me contestó. Creo que hay cosas que solo explica la ficción. Puede servir como ejemplo la novela que escribe la mujer de Paul Auster sobre su hijo. Trata de comprender la tragedia de su hijo y la única manera que encuentra es escribiendo una novela, no un ensayo de psicología. A mí me interesa la ficción crítica. Pero no creemos etiquetas horribles, no las necesitamos.
En «Siempre supe...» los personajes tienen pseudónimos, e indagan en un texto que es solo un boceto. Cuando cierras el libro te das cuenta de que estos personajes con los que tienes tanto contacto durante toda la novela son también un enigma, como otro texto inacabado. Resultan tan desconocidos como el texto de Nabokov que estudian. ¿Es así? ¿Qué me diría del tema de la identidad en su novela?
Todo está sin terminar y efectivamente la identidad está sumamente diluida. Está toda la cuestión de los pseudónimos, y además no está clara la diferencia entre el lector y personaje. Yo quería subrayar que no hay tanta distancia entre las vidas de ficción y las vidas reales. Ahora, lo has visto de una manera que necesito pensar más a fondo.
Vive desde hace más de treinta años en Nueva York, se encuentra entre dos mundos literarios. ¿Le crea algún problema esa dualidad?
«Ya lo dijo Tolstói: las familias felices son todas iguales»Yo creo que me enriquece. En EE.UU. ahora mismo se está produciendo una renovación muy interesante del género novelístico y, sin establecer comparaciones tontas del tipo «Europa está vieja y cansada», ¿quiénes son los verdaderos renovadores de la literatura en inglés? Los indios, los jamaicanos, Walcott, Naipaul, Coetzee, que es africano y escribe desde los márgenes del imperio... Y yo, no es que los lea, es que me rozo los codos con ellos. Creo que mi próxima novela será en inglés. Pero soy español y me considero parte del canon español.
Una última pregunta: ¿Cree que es más fácil plasmar artísticamente el dolor que la felicidad?
Ya lo dijo Tolstói en la primera frase de «Anna Karenina»: las familias felices son todas iguales. La literatura transforma el dolor en belleza. En este sentido, la felicidad ni siquiera motiva. Un hombre feliz no va a estar escribiendo. Sin embargo, un artista que sufre escribe para tratar de entender su desorientación. Es en lo difícil cuando uno se siente acompañado por la escritura. Es el viaje al infierno con un guía, con Virgilio.
Eduardo Lago: «Escribir es bajar al infierno con un guía»
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