LIBROS
El nuevo viaje del «Murakami Express»
Un íntimo retorno al pasado es el que propone Haruki Murakami en «Los años de peregrinación del chico sin color». Una historia en la que están casi todas sus señas de identidad
RODRIGO FRESÁN
No hace mucho, el ilustrador Grant Snider publicó en «The New York Times» una tan graciosa como implacable autopsia del método de Haruki Murakami. Allí, bajo el título de «Bingo Murakami» , se enumeraban las constantes temáticas en la ya amplia obra del japonés nacido ... en Kioto en 1949. A saber: 1) mujer misteriosa; 2) fetichismo de las orejas; 3) pozo seco; 4) algo que desaparece ; 5) sensación de ser seguido; 6) llamada telefónica inesperada; 7) gatos; 8) viejo disco de jazz; 9) aburrimiento urbano; 10) poderes sobrenaturales; 11) correr; 12) pasadizo secreto; 13) espacio abierto; 14) estación de trenes; 15) «flash-back» histórico; 16) adolescente precoz; 17) cocinar; 18) hablar a los gatos; 19) mundos paralelos; 20) sexo bizarro; 21) portada diseñada por Chip Kidd; 22) Tokio de noche; 23) nombre inusual; 24) villano sin rostro; y 25) gatos que desaparecen.
En «Los años de peregrinación del chico sin color» figuran los ítems 1, 4, 7 y 16: la trágica y alucinada Yuzuki Shirane; 2: «Sus orejas sobresalían a través del largo cabello»; 5: el nadador y el «mal espíritu»; 6: un teléfono suena en las últimas páginas; 8: pero el «jazz», más allá de una mención a «Round Midnight», muta a música clásica y al Franz Liszt de «Le mal du pays»; 9: bostezos varios; 10 y 19: la historia de espectros bidimensionales del padre de Haida y la posibilidad del ayer como tiempo bifurcado; 11: nadar como forma de correr en el agua ; 13: el desplazamiento a Helsinki; 14: los trenes y sus estaciones; 15: retorno al pasado, aunque en clave íntima; 18: el personaje del místico-gastronómico amigo Haida; 20 y 22: las privadas poluciones nocturnas del protagonista proyectándose en las calles de la impersonal ciudad; y 23: los apellidos cromáticos de los amigos del antiheroico héroe.
Sus personajes se aburren y caminan en la oscuridad por el planeta Murakami
Pero Snider no apunta nada –y es un rasgo físico tan característico del «mundo Murakami» como sus recurrencias en lo argumental– acerca de los tamaños que maneja a la hora de sentarse a escribir y sentarnos a leerlo. Así, en sus novelas, está el maratoniano «macroMurakami» de, por ejemplo, «Crónica del pájaro que da cuerda al mundo» o «Kafka en la orilla», y está el «microMurakami» de cien metros lisos de la acaso insuperable «Al sur de la frontera, al oeste del sol». Así también, tras la hiperfísica y olímpica «1Q84», llega la disciplina casi mental y meditativa de «Los años de peregrinación del chico sin color» devolviéndonos al que tal vez sea el Murakami más y mejor equilibrado.
El realismo y el delirio
Aquí, el opaco diseñador de estaciones de tren Tsukuru Tazaki lleva una existencia tranquila. Hasta que conoce a una mujer que le diagnostica que, «aunque podamos ocultar los recuerdos, no podemos borrar la Historia». Y, empujado por ella, Tazaki decide o se convence de que antes de entrar en una nueva etapa existencial hay que dejar bien ordenado lo que ya pasó pero sigue pasando .
Allí, dieciséis años atrás, el más bien ocre Tazaki fue súbitamente dejado de lado por su grupo de cuatro mejores amigos del instituto de Nagoya (tres chicos y dos chicas de coloridos apellidos, una pandilla que se suponía armónica e inseparable), sin que, aparentemente, existiese motivo alguno.
Esta novela nos devuelve al que tal vez sea el Murakami más y mejor equilibrado
Ahora, Tazaki se propone investigar el caso abierto de su propia vida y buscar y encontrar motivos a un episodio que lo marcó para siempre y que casi lo hizo descarrilar en la vía muerta del suicidio. Al final –pero nunca finalmente, porque nada es definitivo y el viaje continúa–, las explicaciones de lo sucedido se erigirán en un nuevo enigma.
Pero por encima de las curvas y desvíos, lo que vuelve a imponerse en «Los años de peregrinación del chico sin color» es más un estado de ánimo que una trama . Un nuevo trayecto del ya clásico «Murakami Express».
Como siempre, leer a Murakami es entrar en algo, viajar a otro sitio, volver a un territorio en el que solo él ha conseguido un perfecto destilado en el que se funden Oriente y Occidente. No es fácil hacerlo, ¡pero es tan sencillo leerlo y disfrutarlo!
Días atrás, en los preliminares de una nueva batalla por el Premio Nobel de Literatura en el que Haruki Murakami y Alice Munro partían como opuestos favoritos, mucho se escribió en relación al realismo de la canadiense comparado con el delirio del japonés. Lo que, pienso, es un grave error. Porque los personajes de Murakami son tan verosímiles como los de Munro. Son perfectamente ciertos y posibles. Solo que viven y comen y viajan y se aburren y hacen el amor y escuchan música y acarician a sus gatos y caminan en la oscuridad por otro planeta que está en este: el planeta Murakami.
Otra vez, de nuevo, todos y todo a bordo.
El nuevo viaje del «Murakami Express»
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