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simposio

Cuando Cataluña se encuentra en España

De Menéndez Pelayo a Jaume Vicens Vives, pasando por Unamuno, Maragall y Ortega: varias generaciones de intelectuales en busca de la concordia

Cuando Cataluña se encuentra en España

SERGI DORIA

Nunca el título de un simposio había connotado con tanta fidelidad el espíritu del nacionalismo más sectario. Lo organizó el historiador Jaume Sobrequés y lo tituló «España contra Cataluña: una mirada histórica (1714-2014)» . De las intervenciones de unos ponentes que regurgitaron todos los tópicos del victimismo poco o nada queda: ni una sola aportación, salvo la reiterativa salmodia del «contra Cataluña» . En la previsible película de «buenos y malos» de tan inane simposio, que habría sonrojado al busto de Prat de la Riba que presidía la sala del Institut d’Estudis Catalans, había un historiador que se obviaba o, simplemente, se le citaba para contradecirlo: Jaume Vicens Vives.

¿Su presunta culpa? Desmitificar la efeméride de 1714 al interpretar aquellos hechos como «un mecanismo insurreccional fallido, por el fracaso no sólo de la Europa que los había amparado, sino de la clase social que lo había promovido, que al tomar el poder vaciló desde los primeros días entre su localismo tradicionalista y sus afanes de intervencionismo hispánico…».

Ininteligibles

¡Que lectura más poco heroica! Intervencionismo hispánico... Cataluña como ariete de la regeneración española. Los catalanes, añadía Vicens, «desarrollamos las tesis del provincialismo, el foralismo, el regionalismo, el federalismo, el mancomunitarismo, el racionalismo, el comunitarismo y el iberismo…»; pero, recalcaba, «siempre dentro de la esfera de un mismo estado (y, si no, serían ininteligibles Balmes, Pi i Margall, Mañé, Torras i Bages, Prat de la Riba, Cambó, Maragall e incluso Rovira i Virgili)».

La crónica contemporánea del diálogo peninsular está jalonada por encuentros como el de Marcelino Menéndez Pelayo y su defensa en 1878 de las literaturas catalana y gallega, desde su cátedra de la universidad de Madrid. Diez años después, su excelente relación con Mila i Fontanals, Víctor Balaguer y Antoni Rubió i Lluch cristaliza en su discurso en catalán con motivo de los Juegos Florales que preside la Reina regente María Cristina en la Exposición de Barcelona de 1888.

El discurso por la modernización de España tuvo también un marcado acento catalán, como lo demuestra el diálogo entre Joan Maragall y Miguel de Unamuno . Después de elogiar la literatura catalana, el vasco alababa así la poética de Maragall: «No sabe usted cuánto me regocija el haber entablado relación con usted, el poeta español de mi generación que más me satisface». El Desastre del 98 inspirará a Maragall su crítica «Oda a Espanya», de la que los independentistas siempre citan la última estrofa del «Adéu Espanya» y obvian la primera: «Escolta Espanya, la veu d’un fill / que et parla en llengua no castellana». Como reconoce un historiador catalanista como Albert Balcells, el «Adéu» es el final del poema, no el principio, porque «Maragall se declara hijo de España».

La revista «España» que dirige desde 1915 Ortega cuenta en su consejo de redacción con Eugeni d’Ors, y uno de sus editorialistas, Luis Araquistain, apoya sin fisuras el proyecto de estatuto de la Mancomunitat catalana. Los autonomistas, escribe, «son los más unitarios, porque quieren que la actual unidad de España, mecánica, se convierta en viva… No se trata de destruir la unidad de España, sino de reemplazar la unidad estéril y gravosa por otra unidad fecunda y estimulante…».

La simbiosis intelectual entre Madrid y Barcelona tuvo importantes hitos en los años de la dictadura, como el manifiesto de 1924 de los escritores castellanos en defensa de la lengua catalana que atacaba Primo de Rivera; o la Exposición del Libro Catalán de 1927, patrocinada por Ernesto Giménez-Caballero desde «La Gaceta Literaria» en la Biblioteca Nacional de Madrid y que reunió seis mil volúmenes publicados en catalán desde 1900. En la organización participaron el jurista Ferran Valls Taberner y Joan Estelrich, director de la Fundació Bernat Metge que financiaba Francesc Cambó. El apoyo de los intelectuales castellanos a la cultura catalana tuvo como respuesta agradecida el homenaje barcelonés del 23 de marzo de 1930.

Vítores a Pidal y Marañón

La sociedad civil vitoreó a invitados como Ramón Pérez de Ayala , Gregorio Marañón , Ramón Menéndez Pidal , Américo Castro o Pedro Sainz Rodríguez. En ese mismo año, Cambó publicó un ensayo de título significativo: «Por la concordia», un intento de establecer una tercera vía entre el centralismo a ultranza y el separatismo. Con una hipotética independencia marcada por un feroz antiespañolismo, advertía, Cataluña acabaría bajo la férula de Francia, la patria del jacobinismo.

Aquel espíritu de diálogo renació en 1949 en la revista «Arbor» que dirigían los opusdeístas Rafael Calvo Serer y Florentino Pérez Embid. La iniciativa fue refrendada por el entonces ministro de Educación, Joaquín Ruiz Giménez. En un artículo del semanario «Destino», Jaume Vicens Vives subrayaba esa voluntad de tender puentes culturales. La correspondencia entre Maragall y Unamuno, glosada por Dionisio Ridruejo en la Casa del Libro, constituyó un buen punto de partida para revitalizar el diálogo de las Españas en unos momentos difíciles. En los congresos de poesía de Segovia se vivió la sintonía entre Carles Riba y un Ridruejo favorable a «catalanizar España». El mecenas Puig Palau, el popular tío Alberto al que Serrat dedicó una canción , financió a Ridruejo el semanario «Revista», que se editaba desde Barcelona.

Otra de las cabeceras donde se forjaban concordias era la revista «Laye», que patrocinaba el Ministerio de Educación, con José María Castellet, Carlos Barral, Joan Ferraté y Manuel Sacristán. En ella la cultura española y la catalana habían hallado un nuevo punto de partida.

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