Con la ambulancia por Magaluf: «No es lo que era… afortunadamente»

El parte de urgencias de una noche de verano en el epicentro del turismo inglés en Mallorca apunta que la 'fiera' se ha domesticado

Magaluf: el descenso a los infiernos de los jóvenes británicos

Joan, a la izquierda, junto a Manu, rodeados de turistas en Magaluf Jordi Avellà

«Si no pisamos el acelerador, no pasaremos». Manuel conduce con maestría la ambulancia por la famosa cuesta de Punta Ballena abriéndose paso lentamente entre los turistas ingleses que ocupan la calzada flanqueada por pubs. ¡Bum! El primer puñetazo al vehículo retumba dentro ... de la cabina pero ni él ni su compañero Joan, técnicos de emergencias, se inmutan. «A veces la zarandean y si te descuidas hasta se meten dentro…», reconocen curados de espanto hasta que un manotazo en el cristal de la ventanilla les vuelve a interrumpir. «Hola, soy compañero de ambulancias en Polonia, ¿una foto?», pide Jan por defecto profesional. Efectivamente, no avanzamos. Pisamos el acelerador y salimos de allí tras posar ante la cámara.

Estamos de guardia nocturna a bordo de un vehículo de soporte vital básico en la zona de Santa Ponsa, en el municipio mallorquín de Calvià. Es una noche de agosto en el epicentro del despiporre inglés: Magaluf, famoso por el 'balconing', el 'mamading' y otros neologismos descriptivos del despendole británico. Pero quién lo diría porque «parece que sea junio», calcula a ojímetro un jefe de seguridad de uno de los locales de ocio de esta zona ante la poca afluencia de turistas.

Bajamos la ventanilla. Benji: camiseta blanca ceñida y espalda de armario. Reconoce que «Magaluf ya no es lo que era». Él conoció bien esa época de excesos que afrentó a medio mundo con portadas de chavales que se matan tirándose desde los balcones de los hoteles y pubs que ofrecen chupitos a cambio de felaciones. «Ya no es lo que era… pero para bien», apostilla su colega.

El parte de urgencias en el 061 esta noche nos confirma que Magaluf no es tan fiera como antaño. «Antes atendíamos diez o doce: intoxicaciones etílicas, agresiones…». Hoy son las diez de la noche y –desde las siete de la tarde que ha empezado el turno de guardia– sólo hemos recibido un aviso de la zona de Palma. ¿La fiera Magaluf se ha domesticado?

Los turistas de mayor poder adquisitivo van desplazando poco a poco al turismo de borrachera

La reconversión de 'tres estrellas' en hoteles familiares, sumado a los efectos del Brexit, está atrayendo a turistas de mayor poder adquisitivo –muchas familias– y desplazando al turismo de borrachera, que sigue llegando para cumplir la ¿tradición?, pero menos días y en menor cantidad. «Si antes venían una semana, ahora lo hacen de viernes a domingo», apuntan los porteros, que creen que las campañas de concienciación en Reino Unido han rebajado las cifras de 'balconing', y que el decreto de excesos del Gobierno balear, que prevé multas suculentas por beber alcohol en la calle o tener comportamientos incívicos, están siendo un elemento disuasorio. «Si te pillan haciendo el tonto en el hotel, te expulsan y te multan. Y eso les frena: aquí no todo vale».

Emergencias

Choque de manos. Benji y los otros compañeros de seguridad se despiden al otro lado de la ventanilla. «Los jefes de seguridad de los locales nos ayudan cuando atendemos una urgencia y la situación se pone hostil», agradece Joan mientras sube la ventanilla, sin olvidar la ayuda de la policía y guardia civil de la zona, «que son un diez y siempre nos protegen». La Comandancia de la Guardia Civil está a escasos 100 metros, a los pies de la calle más famosa de Magaluf. Paramos enfrente y abrimos la parte trasera para ver qué lleva una ambulancia de soporte básico avanzado. Botellas de oxígeno, collarines, férulas, suero, material de curas…

«Idos, que me espantáis a la clientela». No llevamos ni cinco minutos aparcados en la plaza Islas Pitiusas y ya viene el dueño de «ése» y «del otro» garito –señala con altanería– para decirnos a la cara que molestamos. Sólo hay una cosa que irrite más a los empresarios del ocio que una ambulancia: un periodista y un fotógrafo.

Las discotecas siguen siendo puntos calientes Jordi Avellà

Punta Ballena sigue tranquila y medio vacía sin rastro de aquel desfase, al menos de puertas para afuera. Algunos dejan caer que hay locales que siguen ofreciendo «juegos» a sus clientes, pero sin móviles de por medio para evitar que sean grabados y publicados en los medios.

«En 2020 era raro pasear con toque de queda a las dos. En 2021 hubo más trabajo, y en 2022 y 2023 volvió la euforia. Este verano es atípico. Parece que hay menos turismo o menos borrachos», afirman nuestros ángeles de la noche. Las ambulancias de las clínicas privadas –hay un convenio con el Servicio de Salud– también alivian el trabajo y liberan a las ambulancias públicas para acudir a «casos más serios que una borrachera».

Las intoxicaciones por drogas son el 'top 1' de las emergencias y han desplazado a las intoxicaciones etílicas al segundo lugar. «Empiezan a alucinar, a veces no saben ni lo que están viendo. Hubo un vídeo muy famoso de un chaval que camina por fuera del balcón moviéndose como si huyera de algo… hasta que se cae», recuerdan los técnicos. La mayoría de las veces los chavales no saben lo que toman. «Consumen 'tusi' creyendo que es cocaína y claro, es una ruleta rusa». Los avisos de emergencias más comunes: «Mi amigo está fatal, está vomitando». Traducción: una borrachera típica. «Mi amigo tiene un coma etílico». Error: si responde a los estímulos, no lo es. «En todos estos años sólo he atendido dos comas etílicos: uno se murió y el otro tiene diálisis de por vida», dice Manu.

«Además, tampoco saben vomitar», bromea a medias Joan. «Se ponen boca arriba y se ponen perdidos. A veces hay que ducharlos porque no hay por dónde cogerlos…». Más avisos: «Me han puesto algo en la bebida», sinónimo de que han bebido garrafón del malo. O «me han pinchado». Lo de los pinchazos fue una moda el año pasado pero que ellos sepan, no se corroboró ninguno. «Hubo una alarma social descomunal», lamentan.

«Desde el Covid la sociedad ha quedado tocada: hay gente que con 21 años ya no le apetece vivir»

Traumas, rescates e intentos de suicidio de gente joven son otras atenciones típicas. «Desde el Covid la sociedad ha quedado tocada: chavales de 16 años medicados… gente que con 21 años ya no le apetece vivir», apuntan alarmados.

Y las peleas. El año pasado hubo una banda de magrebíes que sembró el terror. «Pegaban unas palizas bestiales para robar un simple reloj o la cartera». Este año, son comunes los robos de guante blanco en la playa. «Si te quedas dormido, tienes muchas papeletas».

Suena el móvil. «Paciente agitado. Kit psiquiátrico». Servicio urgente a las 23.30. Hay que poner las luces y pisar el acelerador. El navegador envía la dirección exacta y ofrece más detalles del caso, aunque a medio camino avisan de que ya no es urgente y apagamos las luces. «Estamos muy regulados, no las usamos por capricho».

Las intoxicaciones por drogas son las más habituales Jordi Avellà

Recogemos a Carlos –nombre ficticio–, de 18 años, en la calle Foners de Palma. Ha destrozado su cuarto porque su novia le ha bloqueado el móvil. Los pequeños cristales crujen cuando entramos en su casa. Está calmado porque su madre le ha dado una medicación y accede a ingresar en el hospital Son Llàtzer. En la ambulancia Manu le atiende con humanidad y mucha psicología. «Mi novia dice que no le dejo su espacio. Lleva todo el día sin responderme porque está en un cumpleaños familiar», reconoce el paciente mientras se le hincha el párpado como un huevo kínder. «Rompo cosas cada dos semanas». Y Manu le aconseja que controle esa sensación y retome la conversación cuando esté calmado. «Porque tú la quieres, ¿no?». «¿Que si la quiero? Tengo dos tatuajes por ella», responde cada vez más aletargado por la medicación.

Otro aviso en el barrio de Son Gotleu. Francisco, de 90 años, tiene una «expulsión ocular». Su hija muestra un objeto envuelto en una servilleta de papel. Bajamos al hombre los tres pisos sin ascensor en camilla.

Es la una de la noche y sólo hemos atendido incidencias en Palma. No es normal, pero es indudable que Magaluf no es lo que era. A las tres de la mañana llega el primer aviso de intoxicación en Magaluf. Sus amigos llaman al 061 por «un coma etílico». Sus colegas admiten que ha combinado alcohol y drogas y «está teniendo un mal viaje».

Partos de bebés

Sobre las cuatro de la mañana volvemos al centro de salud de Santa Ponsa, donde acaba de aparcar un coche derrapando del que bajan cuatro magrebíes, uno de ellos con una cuchillada en la mano. Dicen que ha sido una pelea con un compañero de habitación. Otro coche idéntico llega chillando rueda como en las películas. Baja otro chavalín que hará de intérprete y los dos hombres veteranos –copiloto y piloto– se van. «¿Dónde está el chico del cuchillo?», pregunta Joan preocupado por si agrede a alguien más. «Ese es otro tema», responden crípticos los chavales. No tienen tarjeta sanitaria. Le hacen una cura y un vendaje.

Manu y Joan no son conductores de ambulancia. Son dos profesionales como la copa de un pino, a los que querríamos encontrarnos si nuestra vida corriera peligro alguna vez. Entre los dos suman 40 años de experiencia al frente de una ambulancia de soporte vital básico. Dos años de estudios para sacarse el título de TES y un continuo reciclaje.

Son los primeros en llegar al lugar del incidente y dar la primera asistencia, «que es vital», recalcan. Conocen a todos los seguratas, tienen un máster práctico en psicología callejera, suturan si hace falta, atienden partos –cinco bebés trajo al mundo Manu–, disuaden, calman, separan, reconducen, asean y consuelan. Siempre anteponiendo la humanidad: Manu recuerda el bebé que nació muerto en el hotel y pudieron trasladarlo en la ambulancia con su madre de camino al hospital, y su padre, con la autorización del juzgado. «Qué orgullosos de haber podido dar ese duelo a los padres».

Encima diferencian a simple vista a un turista de un lugareño, e incluso adivinan su nacionalidad. Aunque no es difícil acertar quién es británico en Punta Ballena: ellos desnudos de cintura para arriba y espalda quemada. Ellas, semidesnudas y escote quemado. Eso no cambia en Magaluf.

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