Mallorca es más que Punta Ballena
Más allá de Magaluf, y su etílica zona invadida de jóvenes británicos, hay otra Mallorca que aspira a la excelencia
rosa belmonte
«It’s raining men». En Magaluf caen hombres de los balcones con más facilidad que en Madrid árboles. El último (vaya usted a saber si no el penúltimo porque la producción es incesante), un francés de 22 años. Sobre las 6.14 horas ... del domingo se precipitó desde un sexto piso. Se había olvidado las llaves del apartamento donde se alojaba y pidió permiso a los británicos del balcón colindante para saltar. A los súbditos de Su Graciosa Majestad esa petición les pareció más normal que si les hubiera pedido sal. En lo que va de año, más de 20 personas han caído, accidental o voluntariamente, en Baleares. El apartamento del francés se encuentra detrás de la enorme discoteca BCM (Planet Dance) y a poca distancia de Punta Ballena, la zona cero del famoso desmadre a la mallorquina. Aunque al lado también hay unas camas elásticas donde saltan niños. Punta Ballena son dos calles, un pie de pava. Pero cada metro cuadrado puede estar ocupado por dos borrachos muy puestos en hora punta (hay horas de la madrugada en las que no se puede pasar ni a pie).
Un mini Las Vegas
A las diez de la noche, Magaluf todavía está tranquila. El cogollo es como una feria , con todo lleno de luces. Un mini Las Vegas (el hotel Katmandú, que está puesto del revés, ayuda). Se alternan las tiendas que venden cocodrilos hinchables y los bares. Por ejemplo, el pub Prince William o el Benny Hill party pub, lo que da idea de la nacionalidad de la mayoría de los turistas. Es muy raro ver hombres con pantalones largos o chicas cuyos minishorts no tengan el tamaño de un antifaz. Ingles e ingleses. Bares aparte, los establecimientos que hacen tatuajes son otro de los negocios más comunes (también los centros médicos). Lo complicado es encontrar alguna superficie libre que tatuar.
Si vas en coche por las calles adyacentes debes ir muy despacio. Como en un safari park. La muchachada se sube en el capó, como los monos. Y cualquiera les dice algo. Tienes que ir con el sigilo con el que Rod Taylor sacaba el coche de su casa al final de «Los pájaros». Echas un vistazo alrededor y vas viendo cómo los jóvenes se dirigen en manadas desde los hoteles a la zona de marcha. Sólo falta música de Bernard Herrmann. O la de «Tiburón» de John Williams.
«Los ingleses bajan del avión ya borrachos», dice un taxista. En todo caso, siempre ha sido así. El problema es que antes la gente no llevaba móviles con los que grabar felaciones (a cambio de copas; las chicas se venden caras). Tampoco había tantos medios de comunicación. Ni redes sociales. Pero ese personal conflictivo, ruidoso y que sale en los periódicos no deja de ser una minoría (cabe en dos calles).
El año 2013, Mallorca recibió 9.488.686 turistas. 2.106.103 eran británicos y 3.710.701, alemanes. En los primeros meses de 2014, la isla ha recibido 3.785.466 turistas. 834.937, británicos; 1.487.700, alemanes (los españoles son 470.081).
La otra Mallorca de lujo
El fin de semana pasado, el director de un hotel de Iberostar en Santa Ponça aseguraba que la mayor parte de los huéspedes eran ingleses. Pelirrojos como gambas al grill. Tumbados en las hamacas con libros en la mano. Otros ingleses. Por culpa de los gamberros (o gracias a ellos), un grupo de trabajo del Consejo Asesor de Turismo está ultimando el Código de Buenas Prácticas por el que se regirá el sector. Figuran puntos como la prohibición de entrar en los hoteles en estado de intoxicación etílica o hacer uso indebido de los balcones. Quizá escuchar a la tuna, sí; tirarse porque no te guste «Clavelitos», no.
Mallorca no es Magaluf. Ni siquiera Punta Ballena («500 metros de vergüenza», según Bauzá, presidente de Baleares) es Magaluf. Esta zona del ayuntamiento de Calviá es mucho más. La del turismo que aspira a la excelencia. La cadena hotelera Meliá es la abanderada de la reconversión en el lugar. El muy pijo Nikki Beach, del que Meliá es «partner», está en Magaluf. Como lo está el Café del Mar o el hotel ME Mallorca y su restaurante Pez Playa, del grupo Tragaluz. Y, por otro lado, también se encuentra allí el Wave House de Sol, donde se puede hacer surf en olas artificiales. A todo esto lo llaman «luxury lifestyle». El público aquí es otro pero sigue siendo Magaluf , que, lo más importante, cuenta con una buena y despejada playa cuya corriente de limpieza la mantiene cristalina.
Y el «luxury lifestyle» no es el lujo que hay en otras partes de la isla. Aunque el lujo de Mallorca no es el peripuesto de Marbella. Es más sencillo y desganado. Eso no impide que el Puerto de Antratx esté en el ranking de las zonas más caras de Europa. En concreto, la calle Castanyetes, donde se han pagado precios de hasta 27.000 euros el metro cuadrado. Eso sí, muy lejos de los 150.000 euros el metro al que se vendió un ático junto al Hyde Park londinense (o los 40.000 del metro en la Avenue Montaigne de París).
Los datos son de la inmobiliaria Engel & Völkers, cuyo CEO, Christian Völkers, asegura que las viviendas de lujo continúan siendo un bien escaso y que hay una gran demanda internacional, lo que ha provocado un aumento de precios. Tradicionales alemanes aparte, cada vez hay un número mayor de compradores de Europa del Este, Asia y América del Sur.
El castillo de Lady Di
Engel & Völkers puso a la venta el Castillo Mallorca por 38 millones de euros (ese casoplón en el que veraneó Diana de Gales; aunque también estuvo en La Residencia, el paraíso de Deià, uno de los mejores hoteles de Mallorca). Esa propiedad está en el caro Puerto de Andratx. Y tiene un embarcadero para yates de hasta 30 metros de eslora.
Pero mejor es la finca de los propios Völkers, Christian y Ninon: Son Coll, en el Port des Canonge, una «possessió» mallorquina del siglo XVI y 180 hectáreas que Christian Völkers compró en 1992. Aquí, como mucho, un hombre puede rodar viñedo abajo hasta caer en la cancha de polo.
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