Cervantes, Quevedo y Rubens, espías del Siglo de Oro español

Marcos, que lleva 27 años investigando en el Archivo de Simancas sobre espionaje, ve en el último escándalo de Pegasus algunas semejanzas con el pasado, salvando las evidentes distancias tecnológicas. «Los agentes secretos de los Austrias utilizaban la 'cifra general', un código criptográfico que se daba a los embajadores, los gobernadores de Milán y Flandes y a casi todos los virreyes. Tenía la ventaja de que se podían comunicar con mayor facilidad, pero también el inconveniente de que si lo descifraba el enemigo podía interceptar la correspondencia de todos», relata el coautor junto a Carlos Carnicer de libros como 'Espías de Felipe II. Los servicios secretos del Imperio español' (La esfera de los libros). Conocer el código era como espiar móviles a través de un virus.

El Archivo de Simancas conserva una ingente documentación sobre los servicios de inteligencia de los siglos XVI y XVII. Desde instrucciones y ordenanzas que revelan cómo se organizaba el espionaje a los «avisos» o informes secretos que los agentes hacían llegar a sus superiores del Consejo de Estado, el organismo con competencias en política exterior. Entre los espías, en su mayoría poco conocidos hoy, destacaron personajes como el vallisoletano Martín de Acuña o el navarro Sebastián de Arbizu, pero también nombres famosos de las artes y las letras como Pedro Pablo Rubens, Francisco de Quevedo o Miguel de Cervantes , que en su día desempeñaron un valioso papel como agentes secretos.

El genial artista barroco (Siegen Westfalia, 1577-Amberes, 1640) alternó a lo largo de su vida la pintura con actividades secretas al servicio de la monarquía hispánica. Hombre dotado de una gran habilidad social, rico y admirado, Rubens aprovechó su talento artístico y las buenas relaciones que tenía en las cortes europeas para cumplir cometidos diplomáticos encomendados por los archiduques Alberto de Austria e Isabel Clara Eugenia, gobernadores soberanos de los Países Bajos, y por el propio Felipe IV.

Su misión más destacada fue la negociación de paz con Inglaterra. La directora del Archivo de Simancas recuerda que en 1626 acudió a Calais, en Francia, para verse con el también pintor Baltasar Gerbier , un zelandés residente en Londres y agente del duque de Buckingham (valido del rey Carlos I de Inglaterra, al que Rubens había retratado). Este acercamiento inicial se camufló como un encuentro artístico en el que Rubens debía entregar unas obras de arte. Las primeras conversaciones no prosperaron, pero el pintor logró convencer al rey para que le confiara de nuevo las negociaciones y entre 1629 y 1630 participó en Londres en conversaciones secretas de las que dio cumplida cuenta al Conde Duque de Olivares.

En Simancas se conservan estas cartas autógrafas de Rubens, como la que el pintor envió al valido de Felipe IV el 6 de julio de 1629, escrita en italiano y parcialmente cifrada. Son ocho hojas manuscritas de tamaño folio en la que posteriormente tacharon las cifras y añadieron el descifrado. Con la clave '2123171' el pintor se refería, por ejemplo, al rey de Inglaterra y la palabra 'paz' se ocultaba bajo los números '271236'.

«Rubens era ante todo un componedor de gran prestigio, un diplomático secreto en misiones comprometidas al servicio de la Corona hispana en Flandes y otros países de Europa» que «actuaba de 'agente oscuro' necesario, aunque todas las inteligencias europeas conocían a lo que se dedicaba», comenta el escritor Fernando Martínez Laínez , autor de diversos libros de divulgación sobre espionaje como el recientemente publicado 'Espías del imperio'.

Los esfuerzos del pintor de 'Las tres gracias' se vieron recompensados con el éxito. España e Inglaterra firmaron la paz en 1630 en el llamado Tratado de Madrid y el pintor fue nombrado caballero por el rey de Inglaterra.

Destino distinto siguió Quevedo (Madrid, 1580-Villanueva de los Infantes, 1645), el más destacado entre los literatos y artistas que ejercieron de espías, que cayó en desgracia tras la 'Conspiración de Venecia', un oscuro episodio en el que se cree que se vio envuelto.

Como secretario del duque de Osuna, por entonces virrey de Nápoles y al que le unía una amistad desde sus años jóvenes de estudiante en Alcalá de Henares, dirigía sus redes de inteligencia. Los secretarios eran los gestores del secreto y el escritor, con su aguda inteligencia, su patriotismo y su conocimiento de las debilidades humanas, ejerció con gran eficacia como tal. «Quevedo era lo que hoy llamaríamos un ' maestro de espías '», apunta Martínez Laínez. «Manejó un juego de intereses y recursos de gran alcance, capaz de influir en la política española de su tiempo».

Antes de que se frustrara la revuelta contra el gobierno veneciano que Quevedo habría organizado, el escritor remitió una carta al Consejo de Estado en nombre del duque de Osuna en la que expuso su visión sobre la situación política en Italia. Fechada el 14 de octubre de 1617, a juicio de Javier Marcos se trata de « una obra maestra ». A lo largo de esos 7 folios, el autor de 'El Buscón' esgrimió las razones por las que Felipe III debía actuar en Venecia, la principal enemiga en Italia. «Es un análisis brillante que denota un conocimiento profundo de la política del momento», añade este especialista en temas de espionaje.

La insurrección fue abortada por los servicios secretos venecianos en mayo de 1618 y los canales se llenaron de cadáveres. En las calles, una multitud buscó a Quevedo durante horas, pero se cuenta, el escritor logró huir haciendo alarde de su ingenio. Se disfrazó de mendigo y encabezó un grupo de perseguidores, gritando contra sí mismo en perfecto dialecto veneciano.

En otro escrito enviado posteriormente al Consejo de Estado, Quevedo negó cualquier participación en la intriga, como por otra parte era de esperar en un buen agente secreto. De si realmente lo hizo o no, aún planean dudas. «Habría que investigar más en los archivos venecianos», apunta Marcos.

También en la vida de Cervantes hay lagunas y puntos oscuros. Su biógrafo Luis Astrana Marín (1889-1959) encontró en Simancas unos papeles que revelaron una faceta desconocida durante siglos. En dos reales cédulas de Felipe II datadas en Tomar (Portugal) el 21 de mayo de 1581 se ordenaba a Lope Giner, pagador de las armadas de Cartagena, y al tesorero general Juan Fernández de Espinosa que pagaran 50 ducados cada uno de los 100 concedidos al literato como ayuda de costa «teniendo consideración que va a ciertas cosas de nuestro servicio».

Cervantes acababa de volver de Argel, donde había pasado cinco años de cautiverio después de su participación en la batalla de Lepanto y de que la galera en la que regresaba a España fuera apresada por corsarios berberiscos. Tras su rescate, se dirigió a Lisboa y a Tomar, donde se encontraba la corte por la reciente incorporación de Portugal a la monarquía hispánica. Sin oficio, Cervantes buscaba un cargo oficial y con tal propósito se entrevistó con Mateo Vázquez, secretario del rey.

El historiador Emilio Sola explica que aquel era un momento muy importante. Aunque se acababan de firmar unas treguas con los otomanos en Estambul, preocupaban los movimientos de la flota turca comandada por Euldj Alí, conocido en España como Aluchali o Uchalí, el calabrés tiñoso.

Cervantes cumplía con dos características comunes entre los espías del momento. Era militar y como excautivo conocía bien la zona, así que lo enviaron en misión secreta a Orán, en la actual Argelia, a buscar información. En la plaza española debía encontrarse con el gobernador Martín de Córdoba, otro excautivo como él, y recoger un informe de un misterioso personaje llamado 'alcaide de Mostagán', posiblemente un converso que había ejercido ese cargo con los turcos en la vecina ciudad berberisca de Mostaganem. «Cervantes es un correo de avisos», indica Sola, empleando la jerga propia del espionaje de la época. Según explica su colega Javier Marcos, avisar era espiar y enviar un aviso era mandar información secreta, como un «amigo» era un espía y «mirar a las manos» era ver qué intenciones tenía un personaje.

El célebre autor del Quijote partió desde Cádiz en mayo de 1581 con destino a Orán, donde permaneció un mes largo y cumplió con su cometido. «Ya no realizó más trabajos específicos de información, aunque siempre estuvo muy en contacto con redes financieras y con esa literatura de frontera, de avisos, que con frecuencia traían los barcos de comerciantes», sostiene Sola.

Este exprofesor de Historia Moderna de la Universidad de Alcalá y escritor de diversos libros sobre Cervantes y los servicios secretos de la época no descarta que ya antes, durante su cautiverio en Argel, hubiera ejercido labores de espionaje. Allí coincidió y se hizo muy amigo del cura portugués Antonio de Sosa , el gran espía del turco-berberisco, y aunque no fuera de forma profesional, pasaba continuamente información a los rescatadores de cautivos.

A juicio de Sola, la primera obra de teatro que Cervantes publica a su vuelta, 'El trato de Argel ', «es la obra más refinada de información sobre la Berbería ». En ella describe la nueva sociedad que está surgiendo, en la que el nuevo dios es el dinero y todo se compra y se vende, incluso los hombres. «La gran labor de espionaje de Cervantes e s descubrir la economía moderna , la economía capitalista, que es la que se va a imponer en todos los niveles», afirma.