Javier García Campayo, catedrático de Psiquiatría: «Lo que más nos hace sufrir es la necesidad de controlarlo todo»

En su último libro 'Adiós al sufrimiento inútil' invita a derribar barreras internas, manejar en calma los desafíos y agradecer el presente

¿Qué hace que merezca la pena vivir? Tres autores en busca de un sentido de la vida

Javier García Campayo, en Zaragoza. Lorenzo izquierdo

Perder a un ser querido, padecer una enfermedad grave, vivir una ruptura o aceptar la vejez son experiencias inevitables a las que cualquier persona puede enfrentarse a lo largo de su vida. Pero lo que plantea Javier García Campayo (@javiergarciacampayo), catedrático de Psiquiatría en ... la Universidad de Zaragoza y en el Hospital Universitario Miguel Servet, es la posibilidad de transformar el dolor en aprendizaje y reducir el malestar que genera. En su libro 'Adiós al sufrimiento inútil' (HarperCollins) aporta herramientas para manejar la angustia y aprender a integrar técnicas como el mindfulness, la compasión y la aceptación para vivir de una manera más consciente y plena.

—En su obra plantea que algunos tipos de sufrimiento se podrían evitar...

—Sí, son los que uno se genera a sí mismo sin querer con su forma de interpretar del mundo y gestionar lo que le ocurre. Y en cuanto a ese otro sufrimiento que se da por los cambios de la vida y que es inevitable también se podría gestionar de una manera más sabia.

—¿Sufrimos más que nuestros abuelos?

—El cambio que se ha producido con respecto a las generaciones anteriores es que ellos tenían menos expectativas. Y eso les hacía sufrir menos de lo que se sufre ahora.

—¿Percibe una gran insatisfacción en la sociedad actual?

—Somos la sociedad con menor salud psicológica y mayor sensación de sufrimiento. Lo que más nos hace sufrir es esa necesidad y ese deseo de querer controlarlo todo. Eso es imposible. Es una expectativa poco realista que no permite fluir y produce agotamiento, cansancio y ansiedad.

—¿A qué se debe esa necesidad de control?

—Por un lado, el desarrollo tecnológico de los últimos 50 años nos ha llevado a creer que el ser humano puede conseguir casi cualquier cosa. Incluso se ha llegado a decir que algún día seremos inmortales. Y este ejemplo extremo es solo una prueba de la expectativa de control absoluta en la que vivimos. Y, por otro, se han perdido las creencias religiosas y espirituales que, de alguna manera, daban sentido y aceptación al sufrimiento. Y además esos cambios tecnológicos tan rápidos producen inseguridad y malestar, tanto en los mayores como en los más jóvenes.

Libros que mejoran la vida

Adiós al sufrimiento inútil

Autor: Javier García Campayo. Editado por HarperCollins Ibérica, 2025. Páginas: 240 páginas. Precio: 19,90 euros.

—¿Por qué se toman tantos psicofármacos en España?

—La sociedad actual demanda resultados rápidos y sin esfuerzo. Cuando invito a los pacientes con ansiedad y depresión a terapias de mindfulness, soy consciente de que requieren esfuerzo y que tomar una pastilla es más fácil y rápido. Estar bien requiere un compromiso y una dedicación de tiempo y de empeño en desarrollar las herramientas necesarias para trabajarse. Por eso es más frecuente preferir soluciones como los fármacos.

—¿Es también difícil escucharse por dentro?

—Sí, lo es. Es frecuente poner música en cuanto se sube al coche, dejar la televisión de fondo en casa o ponerse los cascos a todas horas.... Pero no para escuchar o ver algo que les gusta sino simplemente para estar continuamente estimulado y no pensar ni atender a lo que hay en la mente. Se atiende más a los estímulos externos que al interior y eso es agotador.

—¿Existe el riesgo de patologizar el malestar o las incomodidades de la vida?

—Sí, es algo que vemos en consulta y es una queja habitual de psiquiatras y psicólogos. Hace treinta años se atendía a personas con trastornos concretos, pero ahora una gran parte acuden por su malestar con la vida diaria: un trabajo complicado, problemas de pareja, relación compleja con los padres o con los hijos... Pero estas cuestiones no requieren psicoterapias estrictas o tratamientos farmacológicos.

—Sin embargo, desde el ámbito de la divulgación se invita a acudir a consulta de modo preventivo...

—Tal vez se pueda hacer sí, pero el mar de fondo es tener unas expectativas poco realistas de la vida. Por eso cada vez hay más conciencia del autocuidado, de modo que una persona, antes de acudir al sistema sanitario, ha de explorar las herramientas necesarias para cuidarse. Y aquí también juegan un papel importante los libros que aporten conocimiento y reflejen una forma de relacionarse menos dependiente y menos exigente que contribuya a reducir el sufrimiento y el malestar. Por tanto, uno puede acudir al psicólogo de modo preventivo, pero antes conviene haber aprendido a cuidarse para tener una vida más satisfactoria y más feliz

—¿El autocuidado nos hace más felices?

—Veamos, se estima que un tercio de la población tendrá a lo largo de su vida una patología psiquiátrica y que dos tercios no tendrán nunca un trastorno, afortunadamente. Pero de esos dos tercios sin patologías se calcula que la mitad no serán felices, es decir, no sentirán que su vida sea plena. Por eso es tan importante trabajar el sentido de la vida y desarrollar la atención, la compasión y la aceptación. Solo con eso mucha gente sería más feliz.

«Si aceptásemos que la belleza de la vida está en la impermanencia, valoraríamos más cada segundo»

Javier García Campayo

Catedrático de Psiquiatría

—¿Cómo somatiza el cuerpo el estrés?

—Si uno no está bien psicológicamente, habrá un malestar físico seguro. Pero ya no solo hay que hablar de somatizaciones sino enfermedades importantes. La teoría de la neuroinflamación está completamente aceptada en medicina. Y lo que implica es que el estrés crónico está detrás de la inflamación que va lesionando poco a poco los tejidos. Y eso puede dar lugar a enfermedades cardiovasculares, diabetes, depresión o incluso puede propiciar la aparición de algunos tipos de cáncer. Está demostrado que el estrés crónico acorta la vida.

—¿Y qué alarga la vida?

—Las técnicas que disminuyen el estrés. Todo aquello que tenga que ver con el mindfulness.

—¿Se sufre más debido al efecto de las redes sociales?

—Producen malestar en los más vulnerables, especialmente en los jóvenes. Por un lado promueven la dependencia del resto de las personas por la necesidad de agradar, acumular amigos o 'likes'... Pero además puede crear adictos a esos estímulos. No hay más que ver el tiempo diario que se les dedica en algunos casos. Y otro elemento pernicioso es la venta de una imagen de felicidad irreal que produce frustración en los que anhelan esa vida tan idílica.

—¿A qué reflexión le llevan los recientes suicidios a consecuencia del 'bullying'?

—La persona que elige el suicidio está viviendo un sufrimiento tan grande que considera que acabar con todo es la alternativa más viable para eliminarlo. Su visión del mundo está tan sesgada que puede llegar a sentir que nadie puede ayudarle. Lo que hay en estos casos es un fallo tremendo como sociedad que no sabe ofrecer ayuda y acompañamiento a esa persona. Es un fallo colectivo con muchos implicados, aunque sean las familias las que sientan la mayor culpa. Pero esto merece un replanteamiento como sociedad. Es un tema complejo, no se puede simplificar acusando a unos o a otros.

«Hacer algo por los demás produce mucha más felicidad que hacer algo para uno mismo»

Javier García Campayo

—¿Necesita esta sociedad una vuelta a la espiritualidad?

—Sí, se necesita. Y además se está produciendo. Quizá no tanto hacia una religión más estructurada, pero sí hacia algo que pueda dar sentido a la vida y esté, efectivamente, ligado a la espiritualidad. Los estudios revelan, de hecho, que las personas con creencias espirituales que comparten en grupo tienen una mayor salud mental que quienes no las tienen.

—¿Por qué?

—Hay cuatro elementos identificados con la espiritualidad que son terapéuticos. Uno es el sentido del sufrimiento, es decir, si uno tiene una creencia espiritual puede darle un sentido a una pérdida de un ser querido, por ejemplo. Otro es el perdón, que es sanador tanto hacia los demás como hacia uno mismo. Y cuando no se abraza puede ser algo muy patológico, pues un odio continuo genera un estrés crónico que provoca enfermedades. El tercero sería la conexión con algo más grande de uno mismo o la sensación de que uno pertenece a una conciencia universal o divinidad. Y el cuarto son las figuras de apego, que funcionan como referente o asidero, pues la persona siente que puede contar con ellas incondicionalmente.

—Cuando se vive una gran desgracia, ¿desde dónde se trabaja para evitar quedar anclado en el sufrimiento?

—Se suele incidir en dos temas. Uno es sobrevivir. De modo que frente a una desgracia mayúscula el hecho de sentir que ha podido superarlo y que sigue vivo pese a todo puede dar una sensación de empoderamiento. Esto se aprecia mejor cuando se hacen distinciones en el lenguaje. En español hablamos de víctimas pero en inglés se hace referencia a los «survivors» o supervivientes. Y el otro tema con el que se trabaja es con el de la capacidad de ayudar a otras personas que estén pasando por la misma situación que ellos vivieron. En el ámbito de la psicología ya se ha demostrado que hacer algo por los demás produce más felicidad que hacer algo para uno mismo. Ante una situación dramática, el crecimiento personal, si se gestiona bien, puede ser tremendo.

—¿Cómo se ayuda al ser querido que sufre?

—El mayor regalo que se puede hacer a alguien que sufre es la presencia, la compañía. Estar ahí para lo que el otro necesite sin presión, sin expectativas y sin hacer nada especial. Y luego es importante no contagiarse emocionalmente porque si eso sucede es probable que no se pueda ayudar de una forma adecuada. El problema es que a menudo nos contagiamos de ese sufrimiento y lo que intentamos es que el otro esté bien como sea para evitar nuestro propio dolor. Para acompañar es importante haberse trabajado antes uno mismo, precisamente para evitar ese contagio emocional.

—¿Vivimos en una sociedad en la que se evita el dolor?

—El dolor permite conectar con la realidad de la vida. Tendríamos que poder aceptar que va a estar y que debemos gestionarlo de la mejor manera posible. Nos relacionamos con el dolor como con las fobias y evitamos pensar para no sufrir. Pero mirar a la cara el dolor, respirarlo y ser consciente de que forma parte de la vida es fundamental. Cuando el sufrimiento es inevitable porque nada de lo que hagamos puede modificarlo, como sucede con la vejes, la enfermedad o la muerte, hay que aprender a abrazarlo, respirarlo y entender la lección que la vida nos está enseñando. Incluso iría más allá porque si apreciásemos que la belleza de la vida está en esa la impermanencia, valoraríamos más cada segundo de nuestra vida.

«Las técnicas que disminuyen el estrés crónico, como el mindfulness, alargan la vida»

Javier García Campayo

—¿Qué acogida suele tener entre sus pacientes el trabajo de mindfulness?

—Cualquier técnica psicológica requiere un esfuerzo y un compromiso. Y para mucha gente es más cómodo que me lo den todo hecho. Y eso nos pasa en muchos ámbitos de la vida. Por eso una de las preguntas más frecuentes de los que empiezan a meditar es: ¿En cuánto tiempo voy a notar los beneficios? Y cuando se les dice que meditando todos los días durante unos diez minutos durante tres meses se puede encontrar un beneficio les da pereza. Y otra cosa que sucede es que cuando se empieza a notar algo de alivio o algún beneficio, algunas personas dejan de meditar. Pero lo realmente útil y eficaz es que meditar se convirtiese en un estilo de vida, al igual que otros hábitos saludables.

—¿Qué poso desearía que dejase su libro en los lectores?

—Un mayor amor a la vida, a uno mismo y a los demás seres, porque todos somos héroes una lucha desigual contra el sufrimiento de la existencia humana. Pero además espero que permita ver la profunda belleza de nuestro entorno, lo cual, a menudo, nos conecta con la trascendencia o con eso que es más grande que nosotros mismos.

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