La barra fija

Le agradecí la reflexión a mi esposa justo antes de que se marchara a la manifestación de la Diada con su camiseta amarilla. Hay una Cataluña sólida, ordenada, que entiende y asume la jerarquía. Una Cataluña temerosa de Dios, empresaria como mi esposa y con un adecuado concepto de lo que significa ser libre pero que enloquece cuando habla de política y lo que era estructura se vuelve pirotecnia y la razón se desvanece cuando resuena el tam-tam, las raíces y los símbolos. Un denso latir del corazón que manda demasiada sangre al cerebro. Destellos de pasión que deslumbran: y sin solución de continuidad la inteligencia se vuelve oscura.

El rigor que importa para el ballet no importan para la democracia. La creatividad sin técnica es un fraude pero un referendo ilegal tiene la validez de los pueblos que quieren ser libres . La niña tiene que obedecer las estrictas normas mientras la madre corre a manifestarse porque la voluntad de la gente –¿hay algo más pueril que «la gente»?– tiene que prevalecer sobre la Ley.

Nos horrorizan los sindicatos pero queremos romper España con la estrategia sindical del acoso y derribo. Piquetes en los colegios públicos, escraches a los alcaldes, resistencia pacífica. ¡Madre mía del amor hermoso! Esto en casa no lo habíamos hecho nunca. ¿Vols dir que no se nos ha roto la tortilla? La noticia no es que algunos banqueros y empresarios se hayan pronunciado contra el caos del proceso independentista, sino que tantos empresarios serios y padres responsables sufran esta enajenación cuando hablan de Cataluña. Es un viejo y conocido tic. Tantos catalanes que realizan con su independentismo/fulana las fantasías que nunca se atreverían a proponerle a su esposa/empresa. Tubo de escape, furor, arrebato. Tu «free jazz» grotesco y callejero –para sentirte joven todavía– mientras mandamos a la niña a la barra fija.