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María Blasco: «Me preocupa el ritmo al que se destruyen los bosques»

Nacida en la costa alicantina, a la directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas le gusta adentrarse en lugares como La Pedriza para desconectar de su trabajo y reducir el estrés

María Blasco ÓSCAR DEL POZO

PILAR QUIJADA

A mediados de noviembre, el otoño dejó de mostrar la cara casi primaveral a la que nos tenía mal acostumbrados e hizo un tímido intento de comportarse como corresponde: «Entre Todos los Santos y Navidad es invierno de verdad». Con temperaturas casi invernales quedamos con María Blasco en el aparcamiento de Canto Cochino, que, pese al frío, estaba muy concurrido. Esta investigadora alicantina no necesita presentación. No en vano es embajadora de la Marca España. Dirige desde 2011 el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) y su trabajo se centra en los telómeros, unas estructuras situadas al final de los cromosomas que, a modo de reloj biológico, determinan nuestra edad con más precisión que la fecha de nacimiento.

Cuando no está en el laboratorio a María le gusta escaparse a La Pedriza, un lugar que frecuenta desde hace tiempo. «Me gusta mucho la montaña. Suelo caminar tres o cuatro horas a buen ritmo hasta que noto el cansancio». Una afición que no perdona ni siquiera cuando la zona está cubierta con un manto blanco: «Soy de la costa [ Verdegás, Alicante, 1965 ] y nunca aprendí a esquiar, pero cuando nieva también me gusta andar por aquí, con raquetas o sin ellas. La nieve cambia el paisaje y hay mucha tranquilidad y paz. A mi hijo, de 8 años, le he comprado unas raquetas y viene conmigo. Caminamos 10 kilómetros».

«Una parte muy importante de la enfermedad son los hábitos de vida»

Entre estas moles de roca granítica o en Canencia, otro de los lugares que frecuenta, María busca, además de aire fresco, «tranquilidad para pensar, alejada del sitio de trabajo. Me ayuda a tranquilizarme y con frecuencia se me ocurren ideas sobre lo que investigo», explica mientras tomamos un café en la terraza de «El Montañero». Pese al bullicio de este punto de acceso, se respira esa tranquilidad que María tanto aprecia. Tal vez porque aquí los móviles no tienen cobertura y las llamadas no llegan. Para llamar, nos indican en «El Montañero», hay que buscar «la onda», que tiene a bien «materializarse», aunque no siempre, junto a una pequeña piedra que hace de hito que señala una «ventana» que comunica con el «ajetreado exterior». Esa desconexión temporal se agradece en estos tiempos que generan tanto estrés.

Reloj biológico

¿Esta tranquilidad será buena para nuestros telómeros, cuya degradación rápida se asocia a un envejecimiento prematuro ? Nadie mejor que María para responder: «Mi grupo no ha trabajado en ese tema específico, pero Elizabeth Blackburn , premio Nobel de Medicina , ha hecho estudios sobre el estrés percibido, que sí tiene efectos negativos. De alguna manera estar en la naturaleza, al reducir el estrés, podría ayudar a mantener los telómeros», aunque advierte, con el rigor científico que la caracteriza, que no conoce artículos al respecto. Pero añade que «en Japón , los médicos recomiendan a sus pacientes dar paseos por los bosques para reducir el estrés ».

Un motivo más para conservar estos pulmones naturales del planeta, relacionados cada vez más con la salud en estudios recientes. Incluso tener una simple hilera de árboles cerca de casa a la que mirar por la ventana, hace que disminuya el estrés. Los entornos verdes parecen buenos aliados también para reducir la tendencia a la hiperactividad de los niños que viven en la ciudad.

A María Blasco le preocupa el cambio climático, un tema obligado estos días de la Cumbre del Clima en París, donde se debatirá sobre el calentamiento global y cómo combatirlo. «Debería preocuparnos a todos», advierte. «Hace poco he leído las cifras de cómo se va perdiendo la superficie arbolada del planeta y asustan. En dos o tres siglos esa pérdida será escandalosa. Me preocupa no tanto por mí, que no estaré para verlo, sino por las generaciones que vengan detrás ».

Buena conocedora de la sierra madrileña, le gusta subir a Cotos (1.830 metros) y llegar hasta Peñalara, el techo de la Sierra de Guadarrama . Sin embargo, sus primeros recuerdos relacionados con la naturaleza nacieron al borde del mar: «Me daba terror cuando era pequeña esa masa inmensa de agua. Ahora me gusta mucho el mar, aunque me sigue dando mucho respeto. Me gusta pasear por la playa, sobre todo en invierno, y menos en verano porque está muy concurrida».

«La Ciencia ha pasado y está pasando por unos momentos duros»

Al borde del mar nació también su vocación por la Ciencia , que con el paso de los años la ha llevado a estar al frente de una institución del prestigio del CNIO. Otra pregunta obligada es si su labor en la dirección le quita el sueño. «Me ha quitado el sueño», reconoce riendo. «Pero también ha sido un reto importante y una gran satisfacción . Ya estaba metida antes en tareas de gestión porque había sido vicedirectora muchos años, y directora de uno de los programas de investigación más icónicos del CNIO, el de oncología molecular. Tampoco supuso algo nuevo, pero aún así, por supuesto que quita el sueño, sobre todo cuando hay que tomar decisiones difíciles. Y la Ciencia ha pasado y está pasando por unos momentos duros».

Lugares de cuento

Tal vez por eso le gusta internarse por bosques como el que ha elegido para hacerse la foto, en busca de tranquilidad: «Me encantan. Me parecen lugares preciosos. Me gustan los troncos y la luz que se filtra a través de los árboles. Al caminar por los bosques me parece que estoy en un sitio muy aislado, donde puedes imaginar muchas historias, algunas casi de miedo . Es una manera de desconectar, aunque estoy muy cerca a la vez de la ciudad ».

Curiosa por naturaleza, comenta que desde pequeña le gustaba «averiguar cómo funcionan las cosas, intentar entenderlas. Incluso consideré hacer periodismo por lo mismo. Al final pensé que la Ciencia sería más difícil y necesitaría un esfuerzo y un reto mayor. En el instituto ya me decidí por Ciencias, y descarté periodismo. La elección de estudiar biología fue por una charla sobre ingeniería genética. Supe entonces que eso era lo que quería hacer para intentar entender la vida». También desde muy temprano tuvo clara su parcela de investigación: «Quería estudiar el envejecimiento, porque entendía que era la causa de todas las enfermedades, entre ellas el cáncer». Y lo logró. Estudió Biología Molecular en la Universidad Autónoma de Madrid , donde empezó a trabajar en el prestigioso laboratorio de Margarita Salas . Luego fue a «la meca de la biología molecular», Cold Spring Harbor , un lugar precioso rodeado de bosques. Allí se codeó con Nobeles como James Watson o Carol Greider , laureada por sus estudios sobre los telómeros, en cuyo laboratorio trabajó.

«En Japón los médicos recomiendan pasear por los bosques para reducir el estrés»

Reconoce que su trabajo ha influido en su estilo de vida: «Una parte muy importante de la enfermedad son los hábitos de vida, aunque no se transmite lo suficiente la trascendencia que tienen. Comer sano, hacer ejercicio y tratar de controlar el estrés ayuda en la prevención. El cáncer es una enfermedad asociada al envejecimiento. En la medida que nos mantengamos sanos y en forma, también tendremos más a raya el cáncer». Cuando la luz empieza a apagarse, otro pronóstico, el del tiempo, se cumple, y las primeras gotas de lluvia sobre La Pedriza ponen fin a la animada e interesante charla con María en un entorno como este, del que asegura que «tiene un punto salvaje» que le gusta.

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