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Joan Magarit: «El esfuerzo y el dolor que produce la verdad valen la pena»

Según Joan Margarit, en la poesía te juegas la vida. A sus 77 años ha publicado «Todos los poemas (1975-2012)» y habla sobre la necesaria búsqueda de la verdad, la intemperie moral o la cultura como un arma

Joan Magarit: «El esfuerzo y el dolor que produce la verdad valen la pena» isabel permuy

paloma torres

Joan Margarit, sentado en la entrada de la Residencia de Estudiantes, dice de sí mismo que es un hombre viejo. Al ser preguntado por el cansancio que produce una entrevista responde que, cuando uno dice lo que piensa, no se cansa. A sus 77 años acaba de publicar la edición bilingüe de Amar es dónde (Visor) y la antología Todos los poemas (1975-2012) (Austral), poemas que recita con la vivacidad de un hombre joven y con un espíritu gamberro, de niño.

«Mi recuerdo es de mí mismo niño vagando por Girona, muy vacía, muy pequeña, en el año 45. Es la posguerra más dura. Yo no voy a ninguna escuela, lo que quiere decir que no tengo amigos. Mientras estoy en la calle, los demás están cerrados en sus colegios. Este vagar por la ciudad va forjando mi persona».

Recopila en «Todos los poemas»el trabajo de toda una vida. Quería preguntarle por sus comienzos, y también por el fracaso.

Yo empiezo a escribir a los 16 años. Escribo cada día desde entonces. A los veinte empiezo a tener claro qué quiero decir. Un «claro» no verbal. Un «claro» que no puedo explicar. Pero yo sé qué es, es decir, que lo sabré reconocer si me lo encuentro. Así empieza el proceso. Y yo, desde los 16 años hasta los 40, exactamente hasta los 42, en que publico LLum de plua (Luz de lluvia), soy básicamente un poeta fracasado. Y, en cambio, un poeta con una fe en mí mismo que ahora me asombra. Me pregunto cómo pude pasar desde los 17 hasta los 42 años escribiendo, y publicando, y pensando de cada poema que no valía nada.

«Cuanto más inculta es una sociedad, la industria del ocio aumenta»

Por eso me sorprendo cuando veo estos poetas que se desesperan porque han ido a un premio y no se lo han dado. ¡La poesía es una cosa en la cual te vas jugar toda tu vida! El arte es un lío profundo. Primero, no te puedes meter si no lo llevas dentro. Y, aunque lo lleves, eso no garantiza nada. Lo más probable es que fracases. Y esto es muy duro: el arte no es democrático. Ahora parece que se quieren todas las ventajas de haber logrado escribir un buen poema, y ninguno de los inconvenientes. Si a uno de estos poetas uno les dice “su poema no vale nada”, contestan “es usted un fatuo, un egocéntrico”. Oiga, un egocéntrico no. Yo he gastado treinta años para escribir un poema. ¿Y usted quiere escribirlo a la primera? ¡Váyase usted al carajo!

«Un poema es siempre cruel», ha dicho usted. ¿Por qué ha de serlo?

Porque la verdad que encierra un poema siempre tiene un punto de cruel. La verdad es necesaria, es imprescindible, es deslumbrante, pero a la vez hace daño. La mente no busca la verdad por sí misma, hay que enseñarle que la verdad vale la pena. Que el esfuerzo y el dolor que produce valen la pena. La moraleja de un poema sería: «la verdad duele, pero es necesario». Viene a ser una versión poética de lo que nos decía nuestro padre cuando éramos chicos: «si pica, cura». ¿Cómo va a curar, si no pica?

En su poesía hay también crudeza. ¿Usted cree que es más fácil escribir desde dolor que desde la felicidad? Julio Ramón Ribeyro escribió «el bienestar es mudo, la angustia locuaz». ¿Lo comparte?

No. Creo que nunca va por separado. Yo no creo que haya escrito nunca un poema ni angustioso solo ni feliz solo.

¿Porque sería falso?

Claro. La vida no va así. Si te quedas con un poema es porque ese poema te trae verdad, no te trae optimismo ni pesimismo. La verdad es lo único que te consuela. Cuando estás cerca de lo que verdaderamente es, sientes que ya era hora.

¿Descansas al acercarte a ella?

«La cultura no es un adorno, sino un arma contra la intemperie moral»

Descansas. Estás más ordenado. El poema puede ser algo parecido a lo que en la teoría de la información se llama caja negra. Lo que pasa dentro de un poema no lo sabe nadie. Pero lo que sí sabes es con qué grado de orden interno entras al poema. Con qué grado de infelicidad, de vanidad… y sabes con qué grado sales. Si sales igual que has entrado, ese poema no vale. Pero sólo con que salgas una pizca más ordenado, lo guardas en un sitio cercano a ti. Y entonces vuelves. Y el buen poema es aquel del cual ya no sales.

Hay una idea sobre la que usted escribió en el prólogo de «Casa de Misericordia» y a la que vuelve con insistencia: la de la intemperie moral.

Hay dos intemperies. La intemperie física y la intemperie moral. La intemperie física no existe en el mundo occidental porque nos la ha resuelto la técnica. Aquí mismo, gracias a la calefacción, no hace ni frío ni calor. Pero, ¿qué pasa si me deja la persona a la cual yo amo, si se muere alguien querido, si he fracasado en algo? La ciencia no te lo resuelve, no existe un botón que apretar. ¿Qué herramientas tengo para luchar contra la intemperie moral? La poesía, la música, la pintura, la filosofía, la religión para algunos. Apenas cuatro o cinco cosas. Y estas cosas tienen una característica terrible, que es que necesitas haberlas conocido para que te sean útiles.

Por eso es imprescindible dar cultura a la gente. Porque dar cultura es dar esta arma contra la intemperie moral. Para eso sirve la poesía. No es un adorno, señor Bert. La recortan porque creen que es un adorno cuando es una herramienta básica. Que pueda parecer que lo suple no hay más que el entretenimiento. Por eso, cuanto más inculta es una sociedad, la industria del entretenimiento aumenta. Si tú no sabes ni que existe Montaigne, no te queda más remedio que ir a la montaña rusa.

Pero esto es brutal. Porque en un libro de Montaigne uno puede pasarse toda una vida, te dura, te va durando. En cambio, la montaña rusa, no sirve.

¿El dolor transforma la manera de escribir?

«Hemos creado mundos inexistentes para no morirnos de miedo en este»

Vivir. Porque el dolor puro no existe. Incluso en los puntos más tremendos, hay algo de felicidad. Si no, te matarías. Por eso no puedes escribir poemas sólo de un lado o sólo del otro. En el prólogo de Joana, que fue un libro escrito en un momento muy difícil para mí [murió su hija], cuento que vulnero uno de los principios fundamentales de cualquier arte: no escriba usted en caliente. Yo decidí transgredir esa norma, pero sabiendo que necesitaba escribir poemas y no un diario íntimo. Algo de alto voltaje, a la medida de lo que me estaba pasando. Y yo creo que los poemas de Joana lo son con todas sus exigencias, pueden ser poemas con un cierto aspecto de terrible, pero que no son terribles. Tú terminas el libro y no dices: «He leído un libro de muerte»; más bien dices: «He leído un libro de amor».

¿Qué sensación tiene ante la muerte, que aparece también en sus poemas?

Dejemos de hablar de la muerte como de un personaje. Habléme del fin de la vida, que es lo que es. Hay un poema en Amar es dónde que dice que si Durero volviera a grabar el esqueleto con la guadaña, hoy día grabaría una calle estrecha y oscura con una ventana encendida al fondo.

Me decía antes «la religión para algunos». ¿Qué piensa usted de la religión?

Es un mito. El mito surge de una mentira que en primera línea ayuda. Los hombres de las cavernas creían que por pintar un bisonte al día siguiente lo cazarían. Estamos rodeados de mentira, en el sentido de que hemos creado mundos inexistentes para no morirnos de miedo en este existente. Esto empieza de manera muy rudimentaria, luego se va elaborando, y la máxima elaboración yo creo que es el monoteísmo.

No hay manera de resolver este tema, por la distancia. Estamos tan lejos de poder obtener ninguna prueba, que cada uno busca su manera de estar en el mundo con cierta honradez. El problema es la honradez y la intensidad (y no me pregunte, como harían los teólogos, qué es la honradez y qué es la intensidad, porque nos estamos entendiendo perfectamente). Si algo te permite estar honradamente e intensamente en el mundo, eso es válido.

Entre los jóvenes se puede detectar, a veces, una desorientación a la hora de escoger qué leer, y también un rechazo del esfuerzo que conlleva la lectura. ¿ Qué recomendaría a un joven lector?

No recomiende nunca un libro mediocre. Recomiende sin duda un libro bueno. Yo no creo que haya libros para empezar, ni para terminar. Si el libro es bueno, volverás a él.

Uno de los libros que me ha influenciado más en mi vida es La importancia de vivir, de Lin Yutang. Está escrito en el año 50, sin las nuevas presiones añadidas al orientalismo.

«Tengo un profundo respeto al recuerdo, no lo considero aleatorio»

Éste es un libro de acceso directo. Si algo tiene la poesía y la cultura china es que no hay Kant, no hay Hegel. Están en sus principios básicos: son accesibles, no hay nada críptico. El Tao Te King es el más críptico, pero no porque sea críptico, sino porque yo creo que es intraducible.

¿Qué leía usted en su infancia?

Entre mis recuerdos están unas novelas americanas que estimularon mucho mi imaginación y que no he vuelto a encontrar en mi vida. Es una nostalgia que tengo siempre. Julio Verne (Los hijos del capitán Grant y El capitán Nemo) y Moby Dick forman parte de mi educación sentimental. En cambio mucha gente cita a Conrad y para mí no fue importante.Y, enseguida llega el gran desastre y a la vez el gran encuentro que es Neruda, que por poco se me come o me destroza. Yo he recomendado siempre a un poeta joven no leer Neruda, porque es peligrosísimo, acabas siendo Neruda: «Ay cuánta noche cabe en una noche sin desbordar esta celeste copa... Y caen de mis manos las estrellas...». Y dices: ¡coño, no, que soy yo, sáquenme de aquí!

Hablando de las lecturas de infancia, el recuerdo en general tiene importancia en sus poemas, y en sus escritos. ¿Por qué?

«Hay sones que no son ruidos nunca, hay sones que son ruidos siempre»

Hay un epílogo sobre el recuerdo que para mí es importante, el de Se pierde la señal. Yo al recuerdo le tengo un profundo respeto en el sentido de que nunca lo he considerado aleatorio. El fijar un recuerdo u otro forma parte de la fijación de ti como persona. Una persona, ¿cómo se va haciendo? De muchas maneras. El físico del niño o de la niña crece, y le sale vello, y de la misma manera se escogen unos recuerdos.

Mis recuerdos de 77 años, si los pusiéramos en un vídeo, podrían durar una hora o quince días, pero en cualquier caso, comparados con la película de verdad, no son nada. ¿Por qué queda esto y no otra cosa? ¿Por qué yo he ido creciendo y conmigo han ido creciendo mis recuerdos? Éste es un lugar al que ir a investigar. Me pregunto por qué uno de mis primeros recuerdos es aquel paseo, por aquel pueblo, y aquel tipo que se acerca y me dice: «¡Habla en cristiano!» Porque yo estaba hablando en catalán.

Pablo D’Ors ha publicado recientemente un libro que se titula «Contra la juventud», sobre la el ideal de la madurez y de la vida adulta. ¿Cómo escribe usted en la madurez?

Igual. Y sigo buscando. Pero quizás con un poco más de astucia. Tú empiezas un poema siempre buscando dentro de ti mismo cosas. Has de buscar aquéllas de las que estés cerciorado de que no sólo están en ti, sino en todos los demás. Las cosas que sólo están en ti no le interesan a nadie. Hay que desbrozar y saber en qué zonas buscar y en qué zonas no. La edad ayuda en esta distinción.

¿Qué importancia le da al silencio, y qué relación ve entre el silencio y la reflexión?

¿Al silencio? Pues mire, el silencio tiene menos importancia para un joven (en mi caso), que para un viejo. Para poder trabajar, de joven yo tuve que desarrollar una especie de capacidad de concentración que me permitía estar en un bar rodeado de albañiles gritando [Joan Margarit ha trabajado como arquitecto] igual que si estuviera solo frente al mar. Ahora me falla un poco esta capacidad de concentración. Si en la mesa de al lado hay un idiota relatando a gritos algo que le sucedió, tengo que levantarme e irme.

El ruido es la ausencia de reflexión. Pero depende del ruido. Una calle al lado de la autopista por donde pasan camiones, eso es ruido. En cambio, oír la lluvia no es ruido. No es un problema de tonos, sino de clase de ruido. Hay sones que no son ruidos nunca, hay sones que son ruidos siempre. Los niños de la escuela que juegan ahí delante, enfrente de la Residencia, eso no es ruido. En cambio no soporto a tres personas al lado hablando de fútbol. Antes cualquier cosa la podía yo reducir, y ahora no. Por eso tiendo a escribir en casa.

Quería preguntarle, por gusto, por su poema «Primer amor», donde un niño admira una navaja detrás de un escaparate y la compra a escondidas: «Triste Girona de mis siete años: / en la posguerra los escaparates / tenían un color gris de penuria. / Y, sin embargo, en la cuchillería, / en cada hoja de acero destellaba la luz /como si se tratase de pequeños espejos. / Descansando la frente en el cristal, / miraba una navaja larga y fina, / bella como una estatua de mármol.»

«La opulencia ha de ocultar la verdad»

Ese poema ha sido justamente seleccionado por el periódico The Guardian. Está escrito pensando en una historia. Ahí yo tengo siete años, estoy en Girona. Es la posguerra más dura. Yo no voy a ninguna escuela, lo que quiere decir que no tengo amigos. Cuando yo estoy en la calle, esos están cerrados en sus escuelas. Mi recuerdo es de mí mismo niño vagando por Girona, muy vacía, muy pequeña del año 45. Este vagar por la ciudad va forjando mi persona. Y, de repente, se produce una especie de enamoramiento de una navaja. Una navaja que no era como las demás navajas, corpachona. Era de una delicadeza… Es la historia del descubrimiento del amor, mezclado con la iluminación del sexo.

Esta navaja, a lo largo del poema, va cambiando del lugar, recorre toda su vida. El lugar es significativo en su poesía. ¿Qué me diría de la Residencia de Estudiantes, en la que nos encontramos?

Hay una armonía entre lo que se hace en este lugar y este edificio. Tiene mucho que ver con el tema arquitectónico. Para mí esta época es quizá la más brillante de la arquitectura, donde culmina la idea de belleza de la arquitectura anterior desde el románico, combinada con el progreso… A partir de aquí, empiezan las estupideces serias. Hacemos edificios torcidos, que es lo contrario de esta sencillez. Por primera vez nuestra sociedad ha cruzado la línea roja de tener más de lo que necesita. Nunca antes una sociedad entera había cruzado esta línea. Esto significa una pérdida de dignidad brutal. La persona que se está acercando a la línea roja, pero no llega, es digna. La persona que ya la ha cruzado, es indigna. Y yo creo que ésta es la crisis. La opulencia ha de ocultar la verdad. ¿Las torres torcidas de Bankia (dejando a un lado que sean de Bankia) cómo van a ser verdad? No hombre, no, la verdad es esto.

Y Joan Margarit hace aspavientos con las manos y mira a su alrededor.

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