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Mingote: «¡Me premian por divertirme!»

El dibujante rompió a llorar con un villancinco de Lope musicado por su padre, obsequio de Esperanza Aguirre al entregarle la Medalla de Oro de Madrid

Ángel de antonio

antonio astorga

Antonio Mingote es humano. Pensábamos que era inalcanzable, pero sus lágrimas nos han acercado hoy a un Ángel fieramente humano. Mingote ha llorado esta noche en la Real Casa de Correos, y esas lágriman derramaron la insobornable humanidad de un hijo en el nombre del padre. Al final de las palabras con las que recibía emocionado la Medalla de Oro de la Comunidad de Madrid , Antonio Mingote clavó sus ojos en los de Esperanza Aguirre y rompió a llorar. Con la voz quebrada, agradecía de corazón el obsequio de la presidenta regional: dos villancicos —«Alegría zagales» y «Mañanicas floridas»—, con letra de Félix Lope de Vega y Carpio, y música de Ángel Mingote, padre de Antonio Mingote, que fue tiple solista en un coro de su infancia turolense. Fénix de los ingenios, el dibujante se fundió en un abrazo con Esperanza Aguirre y acarició a su alma, Isabel, para disfrutar de la interpretación de las dos joyas navideñas por el Coro de la Comunidad de Madrid, dirigido por Jordi Casas: «Mañanicas floridas / del frío invierno, / recordad a mi Niño / que duerme al hielo... Aunque el cielo os siembre / de flores y rosas, / pues sois rigurosas / y Dios es tierno...».

«Y ahora, esta Comunidad de Madrid, que me ha dado tanto, me da una Medalla. De oro. Creo que se están pasando», dice Mingote

Madrid honraba a Mingote. Desde las castañeras de la Gran Vía y pobres con el gabán desvencijado; loteras tentando a la suerte aterridas de frío y barquilleros a fuego lento; poetas hambrientos de gloria con la última gota de un cortado en la comisura de sus labios y cerilleros que ya no prestan dinero en los cafés literarios; mendigos y vates; cuentistas y hambrientos con cartel; Manolas y chisperos, el Oso y el Madroño... Medalla de Oro de la Comunidad de Madrid para un madrileño fetén, Antonio Mingote, que se ha pateado la región de Norte a Sur, de arriba abajo, de este a oeste, de la cruz a la raya, recordando aquella infancia en la que comenzó a hacer rayas y rayas —como le confesó a su cofrade Tip— y así surgió el prodigio. «Yo nací catalán de Sitges, Barcelona. Es decir que soy un madrileño típico —se definió Mingote—, puesto que no he nacido en Madrid, pero donde, durante los últimos setenta años de mi vida, ya pasada mi adolescencia en Aragón, he vivido, trabajado, gozado, sufrido… cobrando trabajos, pagando impuestos, caminando sus calles, pintarrajeando sus paredes, decorando sus aceras, gozando de sus parques, disfrutando de sus hospitales, admirando y respirando el aire de sus pueblos, encontrando grandes y muy queridos amigos madrileños».

Isabel y Madrid

Tanto debe a Madrid Antonio Mingote que hasta le debe lo mejor que tiene, Isabel, su mujer, su orden, madrileña, a su lado durante los mejores años de su vida. Madrileño es su hijo y madrileños son sus nietos. El manto de Madrid cobija a la familia Mingote. «Y ahora, esta Comunidad de Madrid, que me ha dado tanto, me da una Medalla. De oro. Creo que se están pasando».

Le dan al maestro del dibujo y del humor una medalla por su trabajo, por hacer todo el tiempo lo que le gusta hacer, lo que le divierte «y para lo que estoy más o menos dotado —confiesa el lápiz de Dios sobre la tierra—. Me encuentro orgullosamente cercano a los futbolistas, a quienes les pagan por jugar. Yo, que no soy tan trascendente, he sido remunerado justamente por divertirme. ¡Y aún me dan una medalla!».

El rellano de la escalera

El chiste de Mingote en ABC es como el rellano de la escalera donde poder descansar de la tarea de trepar en la lectura del periódico: «Supongo que eso es lo que se me agradece. Bien está». Desde que hace justamente cincuenta y siete años empezó a publicar sus monos en ABC, «a quien debo el maravilloso regalo de la libertad», siempre han estado Madrid y sus pueblos presentes en su trabajo. «Cuando mejoraba la capital, a mí me mejoraban. Cuando se la herían, me herían a mí. Cuando levantaban una calle para meter una tubería en el subsuelo, era a mí, como madrileño, a quien hacían saltar las zanjas (mientras he podido saltarlas). Y todo se reflejaba en su trabajo, y su satisfacción o su fastidio lo trasladaba a sus dibujos para compartir su sentir con el sentir de todos. Las lágrimas de Antonio Mingote nos funden a todos en un abrazo de oro, incluyendo a sus mendigos filósofos.

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