Formentera, el paraíso «desaliñado»
Un mar infinitamente azul, una arena blanquísima y apenas unas polvorientas sabinas e higueras por toda vegetación
carmen posadas
Me gusta ser fiel a ciertos rituales. Uno de ellos, por ejemplo, es hacer en verano un viaje de chicas. Todos los años a comienzos de la temporada, cuando estoy blanca como una aspirina y la operación biquini parece misión imposible, me reúno con dos ... amigas para viajar a uno de mis parajes favoritos, la blanca y, en apariencia, inhóspita isla de Formentera . Imagino cuál habrá sido la impresión de aquellos primeros hippies que por los años sesenta desembarcaron aquí con sus collares de cuentas, su "haz el amor y no la guerra", y su profano mandamiento "sexo, drogas y rock & roll". Un mar infinitamente azul, una arena blanquísima y apenas unas polvorientas sabinas e higueras por toda vegetación. En el pequeño hostal que nos acoge cada año, se enorgullecen de un par de fotos amarillentas en las que puede verse a los padres de los actuales propietarios frente a la entonces Fonda La Savina.
Vestidos de luto riguroso, estos dos emprendedores payeses posan ante una pared blanca y añil acompañados de dos cabras y un perro. Nada que ver con el aire desenvuelto de sus hijos que, después de emigrar a Suiza en los setenta, volvieron a la isla con un título de Cordon Bleu que les ayuda a inventar platos payeses con un toque cool y cosmopolita. A veces, esa Formentera tantos años aislada del resto del mundo asoma su cara más ancestral entre la marea de turistas italianos, nudistas de todas las nacionalidades y millonarios discretos que han convertido la isla en su carísimo escondite. Cuando esto ocurre, es posible, por ejemplo, coincidir en la farmacia de Sant Francesc o en la iglesia del mismo pueblo, con un cabrero de los de antes o una payesa octogenaria que luce a su espalda y bajo una toca oscura (que hace que uno rompa a sudar solo de verla) esa larguísima trenza característica de las antiguas mujeres de la isla.
Pero también es posible viajar al pasado de otra manera deliciosa. Dejándose seducir por el aroma de empanadas de carne, coca de verduras, trempó o suquet que escapa de no pocas ventanas. Y es que la cocina local es tan exquisita que ha sido capaz de seducir a los que ahora son los visitantes más asiduos de la isla. ¿He dicho ya que Formentera es una isla italiana? La afirmación parece exagerada pero es (casi) cierta. Hace años que nuestros vecinos mediterráneos descubrieron las extraordinarias posibilidades de esta tierra que ha logrado conservar todo el encanto virgen previo a la llegada de las hordas turísticas. Con su indudable buen gusto, que se enmarca en eso que los cursis llaman el scruffy chic (elegancia desaliñada) los italianos han contribuido a que Formentera sea ahora el paraíso de aquellos que buscan la mezcla perfecta entre lo natural y lo sofisticado , entre el perfil bajo y la opulencia.
Por eso, no es extraño que sus sabinas polvorientas, sus rebaños de cabras y sus hippies sin aggiornar convivan tan bien con diseñadores internacionales y millonarios bohemios que se esconden en casas payesas de apariencia rústica pero que valen millones de euros. Toda una metáfora del "sexo, drogas y rock & roll" reconvertido en hedonismo capitalista.
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