La Granja, clasicismo y placer
Un paraje al norte de la Sierra de Guadarrama que conserva la belleza intachable de una naturaleza agradecida y el resonar del eco de la Historia
FERNANDO rODRÍGUEZ LAFUENTE
De una antigua granja de los frailes jerónimos del Monasterio del Parral de Segovia surgió la villa de La Granja de San Idelfonso, hoy Real Sitio, un paraje al norte de la Sierra de Guadarrama que conserva la belleza intachable de una naturaleza agradecida y ... unas calles en las que resuena el eco de la Historia a cada paso. Una historia que arranca del palacio de caza en Valsain de Enrique IV, atraviesa la enigmática Casa Erasu, un palacete construido por un secretario de Felipe II oculto en el paso de la Fuenfría, apenas doscientos metros de la calzada romana, y escenario de una de las novelas más sorprendentes, atrevidas, románticas y misteriosas escritas en español, apenas conocida en estos días, pero que merecería un rescate inmediato, «La sombra blanca de Casarás», de Jesús de Aragón, a quien se le denominó el Julio Verne español, autor de relatos fantásticos, tenebrosos, entre la ciencia-ficción, la magia, las leyendas del lugar (había nacido en Valsain) y una imaginación desbordante poco común en las letras patrias.
Una historia, la de La Granja de San Ildefonso, que conoció la Sargentada de 1836 y el nacimiento de Don Juan de Borbón; que vive en las memorias impagables de Corpus Barga (Los pasos contados) en las páginas dedicadas a su infancia y a recordar, y recrear, los juegos, junto a los infantes de España, en los patios del Palacio, o las estancias veraniegas de Edgar Neville, entre tantos otros. La Granja rezuma literatura, arte, historia en cada hueco de sus recoletas calles y plazas.
El verano aquí se respira en el vaivén de gentes que se instalan para soportar la canícula, pero que reciben como recompensa unas noches claras y frías en las que los más de los días, no solo el jersey sino la manta cubren el sueño nocturno. Es una más de las sorpresas que uno descubre al pasear y charlar, entre el paisaje y el paisanaje de este enclave mágico y real. Pero La Granja es el Palacio (1741). Allí, tras el largo recorrido matinal por los parterres y bosquetes, en unos jardines, obra del francés René Carlier, fascinantes, dedicados a la diosa Diana (la luna) correspondencia de los dedicados en Versalles a Apolo (el sol), en los que la soledad se siente como un bálsamo contra el tiempo y la contingencia, y las fuentes permiten una lección de literatura clásica, con la Metamorfosis de Ovidio bajo el brazo, entre las estatuas de mármol blanco, los tilos y los castaños de Indias, tras el paso, uno se deja caer por dos librerías, también cafés de tertulia y presentaciones de libros, como son Farinelli e Ícaro, dos espacios tan gratos como imprescindibles que cumplen con el viejo proverbio clásico de deleitarse ilustrando.
Todo es clasicismo en La Granja y es placer, también, maravillosamente mundano y veraniego: los embutidos y carnes de Vicarma, los torreznos del bar del Mercado, las albóndigas de Casa Zaca, los gin-tonic del Parador cuando cae la tarde hacia Segovia y los rayos de una luz de asombrosos tonos rojizos se refleja en la antigua Real Fábrica de Cristales (1727), o en el Real Campo de Polo, restaurado apenas hace un año. Un Real Sitio, un lujo, una historia que cada día se hace presente.
La Granja, clasicismo y placer
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