Mujeres que dan a luz a los hijos de otros: «Nadie me obligó ni me explotó»
Las gestantes defienden su libertad para quedarse embarazadas, que algunas afirman hacer por dinero, mientras que otras buscan ayudar a formar familias
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Elena Calvo , Borja Rama , Ivannia Salazar y Marta Cañete
Madrid
La explotación de la mujer es uno de los argumentos que más se repite entre quienes consideran que la gestación subrogada es una práctica dañina. Tanto en los modelos altruistas que tienen países como Reino Unido o Canadá, como en los que las gestantes ... reciben una compensación por quedarse embarazadas, como en Estados Unidos o en Ucrania, los críticos ponen en el centro a las mujeres embarazadas para denunciar la violencia que se ejerce contra ellas.
La reciente maternidad de Ana Obregón mediante esta técnica de reproducción ha generado un acalorado debate en España, en el que se han adentrado hasta representantes políticos. Es el caso de la ministra de Igualdad, Irene Montero, que habló de «una forma de violencia contra las mujeres», en concreto contra las que «en una situación de pobreza y de absoluta precariedad». «No tiene nada que ver con lo que están diciendo. No estamos explotadas, elegimos libremente ayudar y a quién ayudar», replican las protagonistas de estas historias.
«En ningún momento sentí que eran mis bebés»
Melina Ghodossi no sabía hace ocho años qué era la gestación subrogada. Por entonces vivía en Los Ángeles y ya era madre de cuatro hijos, los más pequeños, mellizos, que en ese momento tenían 2 años. Para poder pasar más tiempo con ellos buscaba un trabajo que pudiera realizar desde casa y encontró un anuncio de un empleo para el que cumplía todos los requisitos. Pero no entendía a qué se refería la palabra «subrogación». Cuando llamó y le explicaron que lo que tenía que hacer era llevar en su vientre a un bebé que sería el hijo de otras personas, aunque no le pareció algo malo, lo rechazó. Aun así, estuvo semanas dándole vueltas y finalmente, con el apoyo de su marido, al principio reacio a que su esposa lo hiciera, aceptó: iba a quedarse embarazada del hijo de una pareja argentina.
«Nadie me obligó ni me explotó. Al revés, sentí que me querían. Lo hice porque yo quise, porque desde el momento en que les conocí sabía que quería hacerlo, que quería ayudarles», explica a ABC en conversación telefónica desde la localidad de Cataluña donde reside en la actualidad. En Estados Unidos la regulación depende de cada estado: en algunos está prohibido mientras que en otros lleva años realizándose. En general, en el modelo estadounidense la gestante cobra por quedarse embarazada. Es uno de los lugares a los que más acuden los españoles que recurren a esta técnica para ser padres.
Una segunda vez
Tras su primera experiencia con la pareja argentina, Melina volvió a llevar en su vientre al hijo de una pareja francesa. En la actualidad, mantiene la relación con ambas familias y solo tiene palabras de cariño tanto hacia los progenitores como hacia los pequeños. «Mi relación con ellos es muy buena. Hablamos mucho. Somos como familia», celebra.
Siempre, asegura, fue consciente de que los niños que llevaba en su vientre no eran suyos. Y en ninguna de las dos ocasiones le dio pena tener que separarse de ellos cuando nacieron. «En ningún momento sentí que eran mis bebés. Yo les hablaba de sus padres, de la familia que les esperaba», relata. Con el paso de los años, además, esa sensación perdura: «Me da tanta alegría ver a esos niños felices con sus padres, con sus familias... No siento pena en ningún momento, no son mis hijos».
«No solo es dinero, también es ayudar a formar familias»
El dinero fue uno de los motivos que llevó a Liza Kaminska, ucraniana de 38 años, a gestar al que sería el hijo de una pareja española. Pero remarca que no fue el único. Con 30 años, necesitaba dinero para poder mantener a su hijo, al mismo tiempo que un empleo que le permitiera poder pasar tiempo con él y atenderle. «Para mí no solo es dinero, también es poder ayudar a parejas y familias a que estén más completas. Por una parte es trabajo, sí, pero por otra ayudas a otros», explica.
Ucrania ha sido hasta la llegada de la guerra el principal país al que las parejas españolas se desplazaban para llevar a cabo procesos de gestación subrogada. También se trata de un modelo de pago, en el que la gestante cobra por quedarse embarazada. Solo está permitido a matrimonios heterosexuales en los que se justifique la imposibilidad de llevar a cabo el embarazo de manera natural.
Como Melina, Liza se quedó embarazada dos veces por esta técnica. Afirma que en ningún momento sintió a esos niños como suyos, sino todo lo contrario, pues consideraba que llevar una vida dentro formaba parte de su «trabajo». «Lo tomaba con mucha responsabilidad, como si fuera un trabajo, cuidando lo que comía y llevando una vida sana porque sabía que tenía que nacer un niño con mucha salud para unos padres que no podían tenerlo», relata.
Ayuda tras el estallido de la guerra
Liza también sigue hablando con las parejas a las que ayudó a tener hijos. Cuando empezó la guerra en su país, fue la familia española la que la ayudó a entrar en un programa para refugiados, gestionándole también todo el papeleo que necesitaba, algo que esta joven agradece a diario. «Se preocupan mucho por mí», cuenta con cierta emoción.
Es consciente de las críticas que la gestación por sustitución genera en la sociedad, pero se niega a aceptar la que tiene que ver con la explotación de mujeres. A ella, asegura con firmeza, nadie la ha obligado a hacer nada. «Es una tontería que digan que estoy explotada. Somos mujeres adultas que tomamos decisiones. Como no saben cómo funciona la subrogación se dedican a criticarlo, que es más fácil», denuncia. A su juicio, hay mucho «desconocimiento» sobre el asunto.
«Que sean papás gracias a mí me parece una gran ayuda»
Janine se encuentra «cansada», pues ya lleva cuatro intentos para quedarse embarazada en el arduo proceso de gestación subrogada que mantiene para ayudar a los españoles Juan Gómez y Álvaro Jiménez en su deseo de ser padres. No está desmotivada sino «frustrada», confiesa a este periódico. La primera transferencia de embriones resultó exitosa en un principio, aunque posteriormente perdió el embrión.
En México, donde llevan a cabo el proceso, no hay legislación nacional que regule este tipo de embarazos -salvo en los estados de Sinaloa y Tabasco- pese a las ocho promulgaciones que se han intentado sacar adelante en la Cámara de Diputados. Las clínicas solo optan por madres que ya tengan un hijo previo para afinar resultados óptimos, tanto por posibles futuras complicaciones como para que la mujer sea consciente de a lo que se va a enfrentar, y preferiblemente sin pareja para evitar que el hombre pueda reclamar derechos.
Dudas de sus allegados
Tal y como narra Janine, el debate sobre la cosificación de la mujer en la gestación subrogada sale también entre los pocos allegados, como su madre, su hermana y su reciente fallecido padre, a los que les han confesado sus planes: «¿Por qué no buscas otro trabajo en vez de dañar tu cuerpo siendo víctima para satisfacer el deseo de otros de ser padres?», le plantean sus familiares. Ella responde que le parece «totalmente válido si alguien tiene el capital y sobre todo las ganas». «Además, es un bebé planeado y que está mucho más controlado que cualquier otro embarazo», relata.
La cuestión económica, insiste, no prima en su decisión. «Que sean papás gracias a mí me parece una gran ayuda, soy solo un escalón para ellos, para nada soy su trabajadora», remarca.
Janine es trabajadora social, licenciada en Derecho. Es madre soltera de una niña de cinco años y cuyo proceso de embarazo y parto le pareció «fabuloso». Cree que la gestación subrogada es todavía un tema tabú: «Simplemente no se habla, se oculta». Fue un íntimo amigo homosexual desde hace años quien le «metió el tema en la cabeza», por lo que, según explica, siempre había tenido en la cabeza la idea de apoyar en el proceso a una pareja homosexual.
«Las dos veces que gesté a un niño fui yo quien me ofrecí»
En el Reino Unido, la maternidad subrogada en modalidad altruista está regulada desde 1985, pero no la comercial, que es considerada un delito. Solo se puede acceder a ella si uno de los dos miembros de la pareja reside en el Reino Unido, un requisito que hace que, en la práctica, el país no sea un destino de subrogación para quienes no viven en él, a lo que se suma la escasez de mujeres gestantes.
Esta misma semana una comisión independiente presentó, a petición del Gobierno, una serie de recomendaciones de reforma de la ley actual, que incluyen lo que se consideran beneficios para los bebés, como que los llamados «padres intencionados» puedan ser los padres legales desde el nacimiento, ya que actualmente los derechos legales son para la madre gestante, mientras que la pareja que criará al niño debe esperar al menos seis semanas para convertirse en sus padres legales, aunque el proceso suele extenderse hasta un año. Según Brilliant Beginnings, una organización sin fines de lucro que aconseja en el proceso, cada vez más personas optan por la subrogación en el extranjero.
Una pareja que optó por la local es la de J.S y P.S, dos hombres homosexuales que hace año y medio se convirtieron en padres de un bebé por esta vía. Susana, lesbiana y amiga de ambos, es la gestante del niño, con quien tiene relación. Es la segunda vez que presta su vientre para gestar a un hijo de amigos suyos. «La primera vez fue hace 7 años, también para unos amigos gais, pero creo que ya no lo haré más, porque el embarazo es muy desgastante». Dice que tampoco lo haría para una pareja desconocida porque no sabe «cómo van a cuidar al niño» y que tampoco lo haría por dinero. «Las dos veces me han pagado los gastos, ni una libra más» asegura. En las dos ocasiones fue ella quien se ofreció, «ya que por razones obvias ellos no podían tener hijos».
El caso de Grecia
La maternidad subrogada está regulada en Grecia desde el año 2002. Se trata de un proceso altruista y no comercial en el que los solicitantes han de ser parejas heterosexuales (casada o parejas de hecho) o mujeres solteras. Las mujeres solicitantes deben ser menores de 50 años y acreditar con informes médicos la imposibilidad de concebir. En el caso de no tener útero, la mujer ha de tener ovarios ya que, según los términos empleados por la propia ley, el material genético empleado en la fecundación artificial es de la madre solicitante. En cuanto a las gestantes, la ley griega establece que no podrán ser mayores de 45 años, han tener hijos propios y no haberse sometido a más de dos cesáreas.
La ley que la regula fue reformada en 2014 y, desde entonces, solo una de las dos mujeres que intervienen en el procedimiento, la solicitante y la gestante, tendrán que residir de forma permanente o temporal en Grecia. De este modo, el país heleno se ha convertido en los últimos años en destino turístico reproductivo, sobre todo para atraer a mujeres que presten su útero a otra mujer ya que en Grecia normalmente suele gestar al bebé de la mujer solicitante una persona de su entorno, como hermanas, amigas o primas.
El caso más famoso de gestación subrogada en Grecia fue el de Anastasía Ondu, una mujer de 67 años que en 2016 que prestó su útero a su hija Konstantina para que pudiera realizar su deseo de ser madre. «Me siento abuela, no madre», declaraba Ondu a la televisión griega pocas horas después de dar a luz a su nieta, que nació por cesárea en la semana 31 de gestación. Constantina llevaba casi una década en tratamientos de fertilidad, entre ellos 7 fecundaciones artificiales. Además, había desarrollado un cáncer de endometrio que le impedía quedarse embarazada. Estuvo un tiempo intentando encontrar un vientre de alquiler, pero no fue fácil.
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Anastasía dice que el dolor psicológico de su hija ante la imposibilidad de ser madre fue lo que le empujó a hacerlo. No fue fácil, tuvo que realizarse pruebas durante un año. Finalmente, tras el primer intento, quedó embarazada con el óvulo de su hija fecundado por el esperma de su yerno. Tuvo un embarazo sin complicaciones y tras el parto, se convirtió en la madre de alquiler más longeva de la historia.
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