Jueves de Feria: Cómo están los máquinas

Ya lo dijo Machado: «Qué maravilla Sevilla sin sevillanos». El poeta exaltó su ciudad vieja, la de su infancia, donde se dormía el tiempo en palacios que son jardines bajo un azul de convento. Y ayer la Feria estaba más hermosa que nunca. El sol jugando a hacer sombras con los farolillos ya por fin repuestos, con el único sonido de las campanillas y los cascos de los caballos. Pero sin alma.

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Jesús Díaz

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El jueves de Feria es tradicionalmente el día para la ciudad, entre dos aguas, dos puentes que separan la masificación de los primeros días y los rescoldos para los visitantes. Pero este modelo de sábado a sábado, con un festivo en medio y otro de resaca no tiene ya defensa alguna. Ni siquiera los caseteros, que lo preferían al considerar que era mejor para sus negocios. Ni tampoco para los propietarios de los cacharritos. Una muestra: en un día en el que no había colegios, no se vio un solo niño hasta que se echó la tarde. La Calle del Infierno era eso mismo, y la Olla... pues eso. «Mi hijo no quiere ni montarse porque se quema», decía ayer el dueño del comercio de la calle Francos que se lleva todos los años el concurso de balcones del Corpus, la fiesta en la que Sevilla se pone más guapa y que más o menos rivaliza con la Feria de 2023 en la calor.

Este cronista vio al hombre del fotomatón del caballo que se pone en la esquina de Chicuelo y Juan Belmonte sentado en una silla de enea mirando pasar el tiempo abanicándose. «Muy mal, muy mal, por aquí no hay nadie, entre la baja natalidad y la que está cayendo», comentaba, señalando hacia la caseta de al lado, que es de las que se pone hasta las trancas: «Mira, mira...». La nada. Había tan poca gente ayer a la hora de comer en la Feria que el aparcamiento de la Plaza de Cuba estaba libre.

La única caseta que estaba a rebosar era la municipal, con las recepciones. De pescue mas que caigan bolas de fuego. Ayer con las hermandades y los artistas. Pero también anduvo la cosa cortita. A un hermano mayor del Martes Santo le costó la vida que le dieran una botellita de agua, que es lo que está de moda este año. Eso, y el cubata de rebujito, que es el único en el que sobrevive el hielo. Este año el hashtag #PapaGorda está de capa caída porque todo el alcohol acaba saliendo por otras vías, sobre todo el sudor.

El mitin lo dio un aprendiz de influencer que quiso imitar a Bisbal con su traje rosa y camisa verde intentando entrar en la caseta del Aero. Qué cosa más difícil. La respuesta del portero se vio venir: «¿A dónde vas, máquina?». En el erial de Los Remedios ayer al mediodía uno miraba a los guiris con pantalones cortos y chanclas y le daba hasta coraje. Por eso, hubo quien en la intimidad de su sauna se acabó quitando la corbata. Al final, tienen razón los que llevan años dicien do que esto está hecho para los turistas, que hasta tienen una caseta en la que pueden darse auténticos homenajes sin recurrir a las lagrimitas, el lagartito y el montadito de lomo a cinco euros cuyo pan se clava literalmente en el paladar. Y encima van fresquitos.

Esto es así hasta que uno ve pasar a Julio Cuesta con su esposa, portando con garbo un paraguas de encaje blanco a la antigua usanza. Aquí está todo inventado. Las casetas con doble techo hiperventiladas que creó el concejal Cabrera para la Feria del Covid no han servido para nada. Este año, en la Feria de las dualidades las hay de dos tipos: las que tienen aire y las que tienen ventilador. Hay socios previsores que han incorporado estos días de abril agosteño una inmensa máquina con un chorro de aire frío que convierte la trastienda en una nevera, cuando el termómetro revienta los todos los récords.

Ayer se registraron 38,8 grados. El real fue un purgatorio: ni hubo atascos, ni problemas para coger un taxi, ni el C2. Así, hasta que se nubló el cielo y se levantó una brisa y todo se alumbró. Y sonó la sevillana: «Hasta el sol se detiene / para mirarte».