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Crítica

Juan Diego Flórez en el Maestranza: Agrandando caminos

Uno de los primeros tenores del mundo volvía a Sevilla conservando una voz prístina, plena, ligerísimamente más corpóre

Juan Diego Flórez, acompañado del pianista Vincenzo Escalera J.M. Serrano

Carlos Tarín

Volvía el tenor peruano al Maestranza de la mano de Telefónica, lo que hacía temer un público de invitación -y no defraudó-, así que es de prever que el cantante olvide la imagen de un público ruidoso, cuchicheante, que lo distrajo (delante de nosotros un ... señor se levantó para cambiarse de asiento, Flórez lo miró y entró bastante antes de tiempo, aunque sólo fuera la primera sílaba). Aplaudieron todo lo que quisieron, llegando a hacerlo incluso antes de que terminara el aria de «La traviata» («De miei bollenti spiriti»), justo cuando empieza la cabaletta. Pero es que hicieron lo mismo con el «Cucurrucú»: ¿es posible que haya tanta gente que no halla oído nunca la canción, o al menos hasta el final? Y reventaron la mayor parte de los finales: la esperada cabaletta de «A mes amis», la de los 9 Do sobreagudos, la cortaron en el último (el más difícil, porque ha habido 8 antes y el noveno debe ser además el más continuado y poderoso): él mismo abortó, porque ya no se le oía. Lo mismo pasó con «Granada» o «Nessum Dorma». Tampoco acompañó Flórez con la guitarra, sobre todo en el rasgueado. O flaqueó un programa de mano que parecía un pasquín publicitario. Pero lo importante es que uno de los primeros tenores del mundo volvía a Sevilla conservando una voz prístina, plena, ligerísimamente más corpórea, con su seguridad habitual y sus portentosos agudos, sobrada de una dicción diáfana (otra cosa es la fortuna en la pronunciación en cada idioma), sobre un fraseo exquisito donde él dibuja la cadencia, se recrea, juega con ella. Qué elegancia en cada sílaba, tan llena de sentido, tan cargada de expresión; qué dominio del instante, cuánta evocación (y con un pianista providencial).

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