Discurso de Alberto García Reyes del XXIV Premio Romero Murube: «La misión de ABC consiste en limpiar la ojana de Sevilla, en decir siempre la verdad incomode a quien incomode»
El director de ABC de Sevilla ha intervenido este jueves en la entrega de este galardón durante una cena celebrada en la Casa de ABC de Sevilla
Lola Pons recoge el Romero Murube por su elogio a las palabras sevillanas
Discurso de Lola Pons del XXIV Premio Periodístico Romero Murube de Sevilla: «Pero no nací en Sevilla»
Sevilla
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Iniciar sesiónOcnos. Recuadro. Giganta. Tres palabras bastan para empadronarse en la cuna de la lengua castellana. Sevilla tiene nombre propio para Cernuda, para Antonio Burgos y para Joaquín Romero Murube, el poeta que ilumina esta cita en la Casa de ABC. Por eso me he propuesto ... hacer esta presentación en el nivel C2 de sevillano, que no sé si valdrá para las oposiciones en las que se exige tal dominio de las lenguas cooficiales, pero seguro que sirve para tallar mejor la figura de Lola Pons, ganadora de esta XXIV edición por su artículo 'Un café y unas palabras sevillanas'. Así lo decidió el jurado presidido por Álvaro Ybarra y formado por Ignacio Camacho, Anabel Morillo, Eva Saiz y el director territorial de Caixabank, Juan Ignacio Zafra. Porque Lola es, sin duda, una de las grandes lingüistas españolas contemporáneas y lleva años construyendo desde nuestra Universidad el monumento de las palabras. La tribuna premiada es un paseo por el léxico que se quedó dentro de la muralla antes de que la ciudad diese la primera vuelta al mundo. Desde entonces, muchos vocablos nuestros se han marchado por el río a conquistar el planeta. Pero otros se quedaron agarrados a las espadañas. Digámoslo en términos estrictamente sevillanos: lo que hace Lola es dar barzones por esas palabras que hemos conservado en el altillo de nuestra historia. Las que no han sido manchadas por el panderetismo folclorista. Las que alejan a su autora de la gandinga pregoneril. Pons puede presumir de lucir las plumas más altas de los Armaos al frente de la Centuria. Y creo que coincidirá conmigo en que la palabra más sevillana que existe es también la más compleja: ojana. Sobre la ojana hay mil definiciones y ninguna consigue ser exacta. Ni es una alabanza hipócrita, que lo es, ni es regalar el oído o dar borricate, que también lo es. Para empezar, es importante aclarar que la ojana no se hace, sino que se da. Es, por tanto, un acto de entrega a la víctima. Para que el concepto alcance su plenitud semántica, pongo un caso práctico que viví en mis propias carnes hace poco. En la puerta de un acto público, un conocido sevillano me cogió del brazo para felicitarme por un artículo en el que había criticado a un tercero. «Ya era hora de que alguien lo dijera, enhorabuena porque tienes más razón que un santo», me encomió. Tal como estaba terminando la frase, llegó casualmente ese tercero al que yo había criticado. Mi interlocutor se dio la vuelta y, a medio metro de mí, le dijo pensando que mi oído precisa Sonotone: «Ahí le he estado riñendo por lo que ha escrito de ti, se ha pasado tres pueblos». A este tipo de repartidor de ojana se le denomina aquí ojanero. Hay que precisar también que los ojaneros son los ángeles turiferarios de lo que se ha dado en llamar Sevilla Eterna.
Bien, pues una vez hecha esta aproximación semántica diré que la misión de ABC consiste en limpiar la ojana de Sevilla, en decir siempre la verdad incomode a quien incomode, en descubrir a los ojaneros que dicen una cosa aquí y la contraria allá. Por eso descarto la ojana en todos sus términos para hablar de una persona de la envergadura de Lola Pons. No diré a sus espaldas nada distinto de lo que voy a contar ahora. Porque me resulta muy esperanzador que en un contexto de bulla como el que nos asuela, o dicho en sevillano, nos tiene guarníos, un periódico que lleva por nombre las tres primeras letras del abecedario conceda un premio sobre la memoria de un gran poeta sevillano a una lingüista de tanta relevancia. Ella fue quien me descubrió, por cierto, que en nuestra ciudad está el origen de toda su materia de estudio. Conversando sobre nuestro patrón, el Rey Santo, me contó que solemos glorificar, con razón, a Alfonso X el Sabio por su apoyo a la escritura en castellano, pero en la época de su padre el 70 por ciento de los documentos ya se escribían en la lengua que hoy nos vehicula. Lola me hizo llegar un artículo científico del maestro Manuel Ariza, que había dirigido su tesis doctoral, en el que el profesor asegura que de los 852 documentos oficiales que se conservan de Fernando III, 247 están en romance, lo que supone casi un 30 por ciento. Y que del año 1252, cuatro después de la conquista y con el Rey Santo ya asentado en nuestro Alcázar, se conservan 14 documentos oficiales y todos están en romance. Es decir, nuestra lengua vehicular nació oficialmente en Sevilla. Desde aquí viajó al resto de la península y del mundo. Y aun sabiendo todo eso, Lola sigue escribiendo artículos sobre las palabras que no cruzaron las puertas de la ciudad, las que hemos custodiado durante siglos. Así que no me queda más remedio que rendir tributo a la ganadora tirando del diccionario local. Que suene la matraca de la Giralda, que vamos a los oficios de nuestra opulencia léxica. Y como estamos en otoño, me acojo a Cernuda para dar más luz a la semblanza: que descorran la vela.
Lola nació en la Puerta Real, como la Triniá de Rafael de León, aunque en su carné ponga Barcelona. Sus padres regresaron desde Cataluña a su ciudad cuando ella aún era niña de mantilla. Le pirran los dulces, por lo que se crió comiendo orozú, no regaliz. Y es muy feriante, por lo que se montaba en los cacharritos, no en las calesitas. Siempre va bien alicatada, por tanto, de palabras como rebujito, pañoleta, alumbrao o real, pero que conste que tiene su propia caseta, es decir, no se encaloma ni va de válvula o de pescue. Cuando veía una película en el cine de verano, lo que atravesaba el bigote de Cantinflas por la tapia blanca era una tiñosa, no una salamanquesa. Le da coraje, y no rabia, la palabra miarma, demasiado manoseada por la jerga de los souvenirs. Cada vez que va a ver a su madre a su casa va 'ancá' su madre. No es una jartible de las cofradías y suele decir que lo mejor del Domingo de Ramos es el primer globo que se vuela, pero no tiene jartura de hablar de canastillas, costaleros apoyados en las zambranas con sus morrales, personas mayores esperando los palios en sus sanjuanes, aguaores enguachisnaos, capillitas en las bullas, nazarenos arrecíos en la Madrugada, varales que unas veces vienen flama y otras veces vienen 'níque', los bacalaos donde otros ven estandartes o las cuadrillas dando levantás a jierro antes de una larga revirá. Lola Pons es una científica de las palabras. Y por eso sabe que aquí no es lo mismo comerse que jincarse una tostá. Que no es igual atragantarse que engolliparse. Que una cosa es un chalao y otra un majara. Que contri más malaje, más saborío. Y contri más saborío, más revenío. Que cuando un sevillano tiene fatiga no está cansado, sino que se ha jincao una tostá con zurrapa una pechá de grande y tiene la barriga como el niño del chiste de los garbanzos de Paco Gandía. Lola jamás se preocupa cuando le viene alguien con un problema que es una chuminá. Y no digo nada si la chuminá es de la Carlota, que entonces no tiene más remedio que soltarle un 'tequiyá', apócope mucho más sofisticado que los tan manoseados 'fite', 'fitetú', 'illo', 'aro', 'to pa ná' o 'no ni ná', aunque el que más me gusta a mí de todos es el que solía escribir nuestro recordado Fernando Carrasco para subrayar una verdad incontestable: 'homepordió'. Todo seguido. Lola considera que a Sevilla le cabe el Mani y que el Mani estaba como un sollo. Que aquí no hay canijos, sino escuchimizados, y que a nosotros no nos dan calambres musculares, nos dan traquíos. Cuando va al Tremendo, se toma un tanque, ¡los tanques a la calle! Y si va ya por la tercera Cruzcampo, entonces pide una cortadita con una conchita de… aquí sí voy a decir la palabra en castellano, altramuces. Yo no sé cómo explicaría esto como profesora invitada en Oxford, pero en lo que ella es también una extraordinaria especialista es en el estudio de los rasgos morfosintácticos que fueron asociados a la nueva lengua literaria y documental en formación en el siglo XV, por ejemplo la propagación del superlativo –ísimo, que en Sevilla se usa con una variante que soy incapaz de describir técnicamente sobre todo a la hora de poner motes. Lo que se hace aquí es llevarse el superlativo al extremo contrario. Por ejemplo, en mi clase había un chaval tan bajísimo que le llamábamos Tachenko. No sé si la actual dictadura de la corrección política permitiría ahora esta licencia, aunque da igual porque tampoco creo que los censores contemporáneos sepan quién era Tachenko. Seguro que ese uso lingüístico tiene un nombre académico, pero yo en estas cosas soy un chiquichanca, así que mejor que hable nuestra premiada, que lleva años recibiendo galardones y profundizando sobre el tema en sus tribunas de El País, sus intervenciones en Canal Sur y la cadena Ser y sus artículos en esta casa. Ya saben que en Sevilla no se dice periódico, se dice ABC. Y como han sentenciado Alfonso Sánchez y Alberto López, perdón, el Rafi y el Fali, Los Compadres, en su recién estrenada viñeta audiovisual, si lo dice el ABC, eso es asín. Con ene, que no es lo mismo que así. Esa ene final dota de mayor categoría al adverbio de modo. Asín que como no quiero dejarles esmanglaos con tanto discurso, vamos a ir dándole paso a la trasera. Lo que hoy dice el ABC es que Lola Pons entra a formar parte de una pléyade selecta de personalidades de la literatura que han ganado este premio, el más importante de Andalucía de artículos periodísticos. Si se repasa la lista -Burgos, Camacho, Pérez Reverte, Cercas, Posadas, de Prada, Alcántara, Caro Romero, Herrera, Thomas, Vila, Reyes Cano, Eslava Galán, Amorós, Becerril, León o Peláez- no queda más remedio que suspirar al modo de Paco Robles, ganador también de este galardón, otra de nuestras palabras más identitarias, que es como un amén: ojú.
Pons accede a ese olimpo del ojú por su intensa relación con el lenguaje, que podría calificar casi de obsesión. Cuando empezó a colaborar con ABC, quedamos para hablar literalmente en la Santa Gloria. Así se llama la cafetería de la plaza de la Magdalena. El acuerdo fue rapidísimo, pero la cita se alargó porque Lola se pasó todo el rato hablándome de que Ignacio Camacho había usado la palabra peristilo en su discurso de ingreso en la Academia de Buenas Letras. Luego me contó que se pasó todo el verano de la pandemia obsesionada con encontrar un manuscrito español vinculado a la traducción de la Odisea, lo encontró en una subasta y consiguió que lo comprara la Biblioteca Nacional. Tan entregada está a la lengua que la mascota de su equipo de historiadoras del castellano es un Playmobil de Alfonso X. También me confesó que 'El Lazarillo de Tormes' es su obra literaria preferida, lo que explica su afición a la picaresca léxica sevillana, y que está obsesionada por encontrar a su autor. Le propongo que busque entre los ascendientes del ojanero del que les hablé al comienzo porque podría cuadrar.
Don Antonio Burgos hacía una jerarquía ojanera. Para él no era lo mismo dar ojana, que es la forma moderada de practicar este particular fariseísmo, que dar ojaneta, versión extrema del concepto. De hecho, él distinguía entre la ojana de Triana y la ojaneta de la Barqueta. Pues yo esto lo digo sin presidentes de petalá, sin tertulias de agradaores, sin abanicaores, sin ojana de Triana y sin ojaneta de la Barqueta: Dolores Pons Rodríguez, Lola, es una sevillana a la altura de Joaquín Romero Murube. Una sevillana eterna de Ocnos, del Recuadro y de la Giganta. Y espero que ABC, que va camino de cumplir su primer centenario en Sevilla, siga siendo siempre para todos ustedes el gran templo de las palabras que parió San Fernando y de la palabra, sobre todo de la palabra dada, es decir, de la verdad.
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