Una historia de sevilla... en verano
«¡Tarifa no se rinde!»: la gesta de Guzmán el Bueno
En pleno corazón del Estrecho, donde hoy kitesurfistas y windsurfistas disfrutan del viento y las olas, se forjó hace más de siete siglos una de las gestas más sobrecogedoras de la historia medieval
Allí, en Tarifa, Alonso Pérez de Guzmán —conocido como Guzmán el Bueno— prefirió sacrificar a su hijo antes que rendir la villa al enemigo benimerí, convirtiéndose en símbolo eterno de lealtad y honor
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Iniciar sesiónAlonso Pérez de Guzmán nació alrededor de 1256, probablemente en tierras castellanas del norte peninsular. Era hijo de Pedro (o Guillén) Núñez de Guzmán, adelantado mayor de Castilla, quien en 1243 participó en la conquista de Murcia y fue nombrado gobernador de Sevilla.
Pedro ... de Guzmán contrajo matrimonio con Urraca Alonso, media hermana paterna de Fernando III. Sin embargo, no todos los historiadores coinciden en que ella fuera efectivamente la madre de Alonso: muchas fuentes sostienen que Alonso fue hijo ilegítimo, nacido de una sirviente anónima o de una mujer no identificada de condición social inferior. La Crónica de Alfonso XI y crónicas posteriores ya siembran la duda, sin especificar el nombre de la madre, y los genealogistas modernos (como los estudios de Bermúdez de Castro y otros linajistas) recogen que nunca se documentó el nombre ni la familia de la madre, algo muy habitual en los hijos bastardos de grandes casas nobles. Así, la identidad de su madre sigue siendo, hasta hoy, un auténtico misterio.
Desde joven, Alonso destacó por su carácter decidido y su habilidad para el mando, cualidades que le granjearon la admiración —y también la envidia— de sus propios hermanos.
Las primeras referencias claras a su figura aparecen hacia 1282, cuando la Crónica de Alfonso X relata que medió con éxito entre el rey castellano y el sultán marroquí Abu Yusuf al-Nasr en la frontera africana. A partir de entonces, Alonso desarrolló un papel clave como diplomático y militar, capaz de moverse entre dos mundos: la frontera castellana y el norte de África.
Para 1288 ya se encontraba en el Magreb, al servicio de los meriníes. Ese mismo año, Sancho IV le otorgó permiso para transportar cada año grano desde sus tierras fronterizas a Marruecos, un privilegio que confirma su importancia estratégica y la confianza que la Corona depositó en él.
En el plano personal, Guzmán reforzó su posición social al casarse con María Alfonso Coronel, una de las mujeres más acaudaladas de Andalucía. Este enlace, aprobado por Alfonso X, le aportó valiosas propiedades: casas en Sevilla, olivares en Jerez y la villa de Bollullos, entre otras posesiones. Gracias a esta red de bienes, consolidó su poder económico y político en el sur peninsular.
Alonso tuvo varios hijos e hijas con María Alfonso Coronel, entre ellos Pedro Pérez de Guzmán, cuyo destino trágico en el asedio de Tarifa lo convertiría en símbolo eterno del sacrificio y la fidelidad.
Guzmán no fue solo un guerrero de frontera: dominó la política y la diplomacia, conocía a fondo el modo de vivir en el norte de África y supo negociar con habilidad. De hecho, se dice que lo único que pidió al sultán meriní fue no tener que alzar jamás su espada contra los cristianos, mostrando así su profundo sentido de la lealtad y su visión estratégica.
La conquista de Tarifa
Tras la conquista de Sevilla en 1248 por Fernando III y la toma de Cádiz en 1262 por su hijo Alfonso X El Sabio, la frontera sur de Castilla, configurada en torno al recién creado Reino de Sevilla, miraba con ambición el control definitivo del Estrecho de Gibraltar. Tarifa, ciudad amurallada y último gran bastión musulmán en la costa atlántica, era la llave que faltaba para asegurar el paso entre el Atlántico y el Mediterráneo y frenar las incursiones norteafricanas.
El rey Sancho IV, hijo de Alfonso X y nieto de Fernando III, consciente de la importancia estratégica de la plaza, organizó en 1292 una gran ofensiva, que partió desde Sevilla como núcleo logístico y político de la frontera andaluza. La operación fue una auténtica empresa internacional: contó con el apoyo naval de flotas genovesas lideradas por el almirante Benedetto Zaccaria, naves castellanas y aragonesas (estas últimas bajo el mando de Berenguer de Montoliú), y la colaboración logística del emirato de Granada.
Ya desde el año anterior, Tarifa había sido sometida a un bloqueo naval, una táctica decisiva para cortar el aprovisionamiento y debilitar la resistencia musulmana. A partir de julio de 1292, con la llegada de Sancho IV a la zona, se consolidó el cerco terrestre, lo que terminó por asfixiar a la ciudad.
Según las fuentes, la entrada definitiva de las tropas castellanas en Tarifa debió producirse hacia el 14 de octubre de 1292, aunque tradicionalmente se asocia la rendición al 21 de septiembre (festividad de San Mateo), cuando se firmó la capitulación de la villa.
El avance cristiano en Tarifa fue considerado por el historiador Miguel Ángel Ladero Quesada como el más determinante en dos siglos de conflictos en el área del Estrecho, al garantizar la supremacía castellana y reforzar la seguridad de las costas atlánticas.
Para Castilla, la toma de Tarifa significó mucho más que una victoria militar: transformó la ciudad en un baluarte de primer nivel, puerta estratégica para el comercio y pieza clave en la defensa marítima. Para el Reino de Sevilla (Corona de Castilla), consolidó el control costero y reafirmó la frontera sur como zona de vanguardia del expansionismo castellano.
Como recompensa a su fidelidad y para garantizar la defensa de la plaza recién conquistada, Sancho IV nombró a Alonso Pérez de Guzmán alcaide de la villa, confiándole la misión de convertir Tarifa en un bastión inexpugnable. Era el inicio de un destino que marcaría para siempre la historia de Guzmán y de la ciudad.
La defensa de Tarifa y el cuchillo
Apenas dos años después de la conquista, en 1294, Tarifa se convirtió en el escenario de un asedio que marcaría para siempre la historia de Castilla. Los benimerines, con apoyo del reino nazarí de Granada, lanzaron una gran ofensiva para recuperar la ciudad. A esta coalición se unió el infante don Juan, hijo de Alfonso X el Sabio y hermano de Sancho IV, considerado un traidor por sus ambiciones personales y su alianza con los enemigos de la Corona.
Al frente de la defensa de Tarifa se encontraba Alonso Pérez de Guzmán, nombrado alcaide de la villa por Sancho IV precisamente por su firmeza y lealtad. La situación era crítica: los sitiadores, muy superiores en número, cercaron la ciudad y bloquearon toda posibilidad de socorro. Para doblegarlo, recurrieron a una táctica brutal: capturaron a Pedro Pérez de Guzmán, el hijo del alcaide, y amenazaron con matarlo si no entregaba la plaza.
Desde lo alto de la torre del homenaje del castillo de Tarifa, Guzmán tomó la decisión más difícil de su vida. Rechazó la entrega de la villa y entregó su propio cuchillo a los sitiadores para que ejecutaran la amenaza, reafirmando así que la defensa de la ciudad, la lealtad al rey y a Castilla estaban por encima hasta de la vida de su propio hijo. Tarifa no se rendía.
Pedro fue degollado ante los muros y su cabeza fue lanzada al interior mediante una catapulta, buscando quebrar el ánimo de los defensores. Sin embargo, lejos de rendirse, Guzmán resistió. La fortaleza aguantó el asedio, y la ofensiva acabó fracasando.
Con este episodio, Alonso Pérez de Guzmán no solo salvó Tarifa, sino que se convirtió en símbolo supremo de la fidelidad al rey y del honor medieval. Fue entonces cuando la historia empezó a conocerlo como Guzmán el Bueno, un sobrenombre que eclipsaría cualquier otro título o señorío.
El sacrificio extremo de Guzmán consolidó la frontera castellana y reafirmó la autoridad real en un momento de grandes tensiones internas. En aquellos muros de Tarifa, junto a donde hoy ondean cometas de kitesurf y miles de vecinos y veraneantes disfrutan del mar y el paisaje, se selló una de las páginas más trágicas, conmovedoras y admiradas de la historia de Andalucía.
Guzmán el bueno, el fundador del linaje de los Pérez de Guzmán, la futura Casa de Medina Sidonia
Tras la gesta heroica de Tarifa y el sacrificio de su hijo, Sancho IV prometió a Alonso Pérez de Guzmán el señorío de Sanlúcar de Barrameda. Fue, sin embargo, su hijo Fernando IV quien cumpliría oficialmente esta promesa en 1297, rubricando este señorío que abarcaba originalmente Sanlúcar de Barrameda, Rota, Chipiona y Trebujena.
Poco después, Guzmán recibiría otras mercedes que reforzaron su poder: en 1299 se le concedió el señorío y la almadraba de Conil, en 1303 el señorío de Chiclana de la Frontera, y en 1307 el señorío de Vejer de la Frontera. Sanlúcar, Chiclana y Conil son pueblos que empezaron a consolidarse como núcleos urbanos bajo su protección y gobierno, transformándose en verdaderas plazas fuertes del litoral atlántico a comienzos del siglo XIV, bajo el gobierno de Guzmán el Bueno.
Moriría Guzmán el Bueno en una emboscada musulmana en la Sierra de Gaucín en 1309, mientras combatía en la frontera del Reino de Granada contra el general meriní Ozmín, dejando a su muerte un vasto mosaico de territorios. Sus dominios en la costa occidental, el Aljarafe sevillano y las tierras del Guadalquivir y el Guadalete convertían a su linaje en uno de los más poderosos de toda Andalucía.
Con el paso de los años, parte de este legado pasó a otras casas nobiliarias por dotes y herencias. Su hija Isabel Pérez de Guzmán, casada con Fernán Ponce de León, llevó consigo parte de Marchena, Rota y Chipiona, reforzando la que sería la futura Casa de Arcos. Otra hija, Leonor Pérez de Guzmán, al unirse a Luis de la Cerda, transfirió El Puerto de Santa María y otras heredades a la futura Casa de Medinaceli.
También los herederos directos fueron ampliando y consolidando la casa principal. En 1369, tras la guerra civil entre Pedro I y su hermanastro Enrique de Trastámara, los Guzmanes incorporaron el Condado de Niebla, reforzando su dominio en lo que hoy es la costa onubense. Finalmente, en 1445, la familia alcanzó su máximo esplendor al recibir el Ducado de Medina Sidonia, el más antiguo y prestigioso de la Corona de Castilla, convertido con el tiempo en el gran ducado del sur peninsular.
Pese a todo, el núcleo principal de los señoríos y las almadrabas se mantuvo en la línea principal, convirtiendo a Guzmán y sus descendientes en auténticos «señores de los atunes». El derecho a explotar las almadrabas de atunes desde el Guadiana hasta Algeciras, concedido por Fernando IV, se mantuvo vigente durante más de quinientos años, hasta que fue abolido en 1817 por otro Fernando de infausto recuerdo: Fernando VII, un dato que refleja la extraordinaria duración de aquellos privilegios medievales concedidos a Guzmán el Bueno tras la defensa de Tarifa.
Así, aquel caballero que sacrificó a su hijo para salvar Tarifa no solo se convirtió en leyenda, sino que fundó un linaje llamado a reinar sobre la costa atlántica andaluza durante siglos: el de los Pérez de Guzmán, futuros duques de Medina Sidonia, cuyo nombre terminaría dando título a la que fue, posiblemente, la plaza más bella de Sevilla: la célebre Plaza del Duque. También hoy, en un bellísimo monasterio sevillano, reposan los restos tanto de Guzmán el Bueno como de María Coronel.
Pero esa es otra historia que contaremos más adelante.
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