775 años de la Reconquista de Sevilla
San Fernando, modelo de rey
Fue el primer monarca que unió los reinos de Castilla y León. Hizo gala de virtudes cristianas que le valieron la estima de sus enemigos. Los Austrias buscaron su canonización siguiendo la estela de San Luis, rey. Su legado tuvo continuidad con su hijo, Alfonso X el Sabio
Sevilla
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Iniciar sesiónEn la iglesia de San Pedro en Jaffa, una ciudad portuaria isarelí cerca de Tel Aviv a orillas del Mediterráneo oriental, la primera vidriera del lado del Evangelio la ocupa San Fernando, rey español. Que llegara hasta Tierra Santa la devoción por el soberano ... que conquistó Sevilla no es extraño porque fue el Reino de España el que costeó la restauración de la iglesia que regentan los franciscanos a finales del siglo XIX sobre los restos del templo que había mandado construir San Luis, rey de Francia, durante la sexta cruzada en 1251.
San Fernando, el rey que unió Castilla y León y empujó la frontera con los musulmanes como ninguno otro monarca lo había hecho antes, era considerado digno de figurar en aquella colección de gobernantes distinguidos por sus virtudes cristianas. Tampoco es baladí la conexión con Luis IX de Francia, su primo por ser hijo de su tía Blanca de Castilla.
De hecho, San Fernando vino a ser, para la Corona española, una suerte de santo nacional como lo era su primo, San Luis de los franceses. Los Austrias menores, en el comienzo del declive del imperio español, buscaron denodadamente en el árbol genealógico de sus antecesores una figura que aglutinara tras de sí a los españoles como modelo regio de caballero cristiano. La elección recayó en Fernando III, cuya causa de canonización se impulsó desde el trono hispano con denuedo.
Lógicamente, la sede episcopal de Sevilla, la ciudad de mayor tamaño e importancia de cuantas cayeron del lado cristiano en tiempos de Fernando III, se implicó a fondo para lograr que se reconociera la santidad del monarca castellano y leonés durante casi cincuenta años en mitad del siglo XVII, durante los años que marcan el ocaso de la urbe que tanto le debía al Santo Rey con la terrible epidemia de peste de 1649 que aniquiló entre un tercio y la mitad de la población.
Finalmente, en 1671, el Papa Clemente X firmó el 4 de febrero el decreto de canonización que permitió elevar a los altares a Fernando III y darle culto en los reinos hispanos y todos sus territorios. En Sevilla, que tanto había pugnado para que se reconociera la santidad de quien había recobrado la ciudad de manos musulmanas, la Giralda interpretó con pino de primera clase (el repique más gozoso que tienen sus campanas) la noticia cuando llegó a la ciudad, el 3 de marzo de aquel año.
El monarca supo encarnar no sólo los valores piadosos, sino también las cualidades militares de rey guerrero al frente de sus huestes
Desde entonces, San Fernando sumaba la más alta consideración de la Iglesia como uno de los bienaventurados que gozan ya del cielo al reconocimiento a su labor regia que había iniciado su propio hijo, el infante Alfonso, cuando mandó componer la Primera Crónica General, 'Estoria de España', donde se ensalzaban las habilidades como gobernante de Fernando III y se reseñaba de modo pormenorizado la campaña militar que culminó con la toma de Sevilla. Ese relato ha servido de base para todas las investigaciones posteriores en torno a la figura del único rey santo español, al que Sevilla rinde culto de manera ininterrumpida desde tiempos inmemoriales en la capilla de fundación real donde hoy está enterrado, con su mujer Beatriz de Suabia y su hijo Alfonso X a los pies de la venerada talla de la Virgen de los Reyes.
Pero la trascendencia de Fernando III va más allá de los altares de las iglesias. El monarca castellano y leonés supo encarnar no sólo los valores piadosos con una especial devoción por Nuestra Señora, sino también las cualidades militares de rey guerrero al frente de sus huestes con la prudencia y la justicia en el desempeño del cargo. La veneración de la Virgen le llevó a organizar una procesión solemne en Valladolid por todo fasto cuando recibió la corona castellana de manos de su madre, Doña Berenguela.
España, si bien no con ese nombre todavía, vivió una etapa de plenitud bajo su mandato. Incluso los enemigos reconocían en él actitudes modélicas. Su reinado fue un remanso de estabilidad y entendimiento frente a las turbulencias de sus antecesores y las luchas intestinas que marcarán los periodos de reinado de sus sucesores.
Fernando el Santo es el prototipo de rey cristiano medieval, imbuido de la tradición caballeresca. Es verdad que recoge el testigo de las luchas fronterizas contra los reinos musulmanes, venidos a menos tras la derrota en las Navas de Tolosa de 1212 cuando era apenas un zagal. Pero él consolidó más que ningún otro monarca de los reinos peninsulares las fronteras exteriores y abolió las interiores con la unificación de Castilla y León de forma definitiva a partir de 1230.
Fue un soberano respetado que desarrolló una intensa labor jurisdiccional otorgando privilegios rodados ateniéndose a los viejos fueros en los territorios que iba conquistando, de esa manera asentaba el poder regio sobre los concejos entre las ambiciones de los nobles y las órdenes militares, a los que recurría regularmente para obtener recursos humanos y dinerarios con los que sostener la guerra contra el infiel.
Su hijo Alfonso X ha pasado a la historia como el gran legislador y mecenas cultural que fue, pero de Fernando III nadie puede dejar en el olvido que fundó los estudios generales de Palencia y Salamanca, embriones una vez refundidos de la Universidad de Salamanca, en línea con lo que sus iguales europeos estaban haciendo en los reinos del entorno.
Fernando III ganó muchos territorios para la cristiandad como gran conquistador que fue pero, sobre todo, tuvo el acertado talante de un colonizador que revierte el modelo político-administrativo-religioso almohade en otro perfectamente alineado con lo que estaba sucediendo en Europa en ese mismo tiempo. En este sentido, cabe hablar de un restaurador que devuelve el gobierno, las costumbres y el culto que el Islam había borrado en su largo asentamiento en la península.
Restauración de diócesis
El Rey Santo restauró las diócesis de Baeza, Jaén, Córdoba y Sevilla en tres lustros que marcan el imparable avance de las nuevas ideas que trae su administración frente a la esclerosis islámica que supuso la invasión almohade y las tiranteces entre las taifas por el despliegue de los norteafricanos. El propio gobernador almohade de Sevilla Abu-l-Ula compró una tregua en 1228 y 1229 por 300.000 maravedíes para que las mesnadas fernandinas se dirigieran contra el rebelde murciano Aben-Hut; ello explica que la conquista de Murcia precediera en el tiempo a las de las grandes ciudades andaluzas del curso del Guadalquivir.
Hay que hacer notar que las rivalidades entre los propios musulmanes tuvieron parte decisiva en la conquista del valle del Guadalquivir como, por ejemplo en Córdoba, o en Alcalá de Guadaira. El emir granadino rindió vasallaje a Fernando en el asedio de Arjona y guerreó contra sus hermanos de fe.
La actitud de Fernando III con las poblaciones que iban cayendo de su lado denota inteligencia y flexibilidad, cualidades al alcance de los gobernantes antes preocupados por el bienestar de sus reinos que por sus propias ínfulas. Solo aquellas villas que contravenían las capitulaciones eran saqueadas y sus residentes, presos o muertos como sucedió en Loja.
En Córdoba y su feraz campiña se permitió a la población musulmana seguir morando en aquellas tierras que, de otro modo, hubieran quedado sin cultivar por falta de brazos para repoblarlas con cristianos.
Pero Sevilla era otra cosa. Los habitantes de Isbiliya ofrecieron hasta tres capitulaciones a Fernando III. En la primera, el rey castellano se hacía con el alcázar y las rentas que pagaban sus habitantes a los emires; fue rechazada. En la segunda, los musulmanes se comprometían a entregar además un tercio de la ciudad; volvió a ser rehusada. En la tercera, se amplió la entrega a la mitad de la ciudad, con el compromiso de lado musulmán de levantar una cerca que sirviera de separación entre ambas mitades; algunos consejeros del rey dudaron si aceptar tal propuesta, pero Fernando III se mantuvo firme en el todo o nada.
El rey puso a disposición de los moradores en el plazo de un mes que concedió para evacuar Sevilla cinco naves y ocho galeras que les llevaron a Ceuta al otro lado del Estrecho. Los que huyeron por tierra camino de Jerez obtuvieron bestias de carga y protección a cargo de la orden de Calatrava para que nada les sucediese.
La conquista de Sevilla supuso también la de su inmediato alfoz: todo el Aljarafe con los campos de Aznalfarache, Sanlúcar y Tejada, lindando con el reino vasallo de Niebla. Ya en 1249, mediante sucesivos pactos y capitulaciones, Fernando III se hizo con toda la orilla sur del Guadalquivir incluyendo Lebrija, Trebujena, Sanlúcar de Barrameda, Arcos, Jerez, El Puerto, Cádiz, Chiclana, Vejer, Medina Sidonia y Alcalá de los Gazules, si bien la presencia cristiana era muy limitada (apenas guarniciones acantonadas en las fortalezas) y los musulmanes siguieron viviendo y trabajando en todas ellas.
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