De la misa la media
En la plaza de San Pedro… pero de aquí
Iglesia en Sevilla
«En la homilía no hubo ni un titubeo ni una digresión ni una corrección. Y pasó por las dos lecturas de los Hechos y del Apocalipsis como si la llevara escrita en la cabeza»
Misa en la parroquia de San Pedro
Misa en la parroquia de San Pedro (Centro histórico)
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Fecha: 18 de mayo
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Hora: 13:00 h.
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Asistencia: más de 60 personas
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Pesidencia: Antero Pascual Rodríguez
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Ornato: cuatro ramos de flores blancas
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Música: espontánea de la asamblea y grabada durante la comunión
El mismo día que León XIV iniciaba su pontificado, este cronista decidió hacerse presente de algún modo en la plaza de San Pedro para seguir la eucaristía. Claro que era la de aquí, en Sevilla, y no la de Roma. Así que esperó ... a que concluyera la cuidada retransmisión de Canal Sur con muy atinados comentarios y se encaminó a la parroquia dedicada al primer Papa para la misa de una de la tarde.
No hubo cardenales (un seminarista acolitaba) ni coral (el propio oficiante entonó el canto de entrada, el sanctus o el agnusdéi) ni se hizo más mención del nuevo Pontífice que en el memento de vivos cuando la plegaria eucarística pide por la Iglesia y sus cabezas visibles (el obispo de Roma y el ordinario del lugar). Pero la diferencia más notoria entre ambas celebraciones -sacramental y sustancialmente idénticas- es que en Roma todo el mundo (incluidos reyes y dignatarios) estaba en su sitio cuando la procesión de entrada y aquí no menos del 40% de los fieles llegó con la misa empezada: ¡qué mal calculada tienen la hora los parroquianos!
La otra gran diferencia es, claro está, la duración. La de Roma se fue por encima de las dos horas con los ritos añadidos de la imposición del palio y el anillo del Pescador más el rezo del 'Regina Coeli' y la de Sevilla se liquidó en poquito más de media hora con una homilía de siete minutos, como mandan los cánones. Al menos los de Francisco, no sabemos si León XIV seguirá recomendando predicar no más de ocho minutos…
El oficiante es docto en el manejo de la palabra. En la homilía no hubo ni un titubeo ni una digresión ni una corrección. Y pasó por las dos lecturas de los Hechos y del Apocalipsis como si la llevara escrita en la cabeza y fuera leyendo de memoria, lo cual está al alcance de pocos, la verdad sea dicha. Fue una prédica interpelante, de esas en las que el predicador lanza preguntas no tan retóricas a la asamblea: «¿Merece la pena ser evangelizador?, ¿cuál es tu misión y cómo la estás realizando?».
Y el propio celebrante respondió a las cuestiones que había dejado flotando en el aire al subrayar que la vocación es un designio divino más que una elección humana: «Allí donde estamos, ¿podríamos ser testigos de Jesús?, ¿podrían los demás darse cuenta de que eres creyente?». Entonces enlazó con la lectura del Evangelio de la jornada para pedir a los fieles «amar hasta reconocer a Dios como la última razón de tu vida».
Dejemos constancia de los avisos parroquiales con que concluyó la misa: la clausura del ciclo de formación sacramental con la charla del párroco sobre la eucaristía el pasado lunes y la convocatoria de un concierto sacro de primavera este sábado a las 21 horas (aún está a tiempo, querido lector) con la mezzosoprano Clarice Williams y el barítono Vicente Benavente acompañados de la Orquesta de Cámara de Sevilla. Toda la recaudación será para mantenimiento y rehabilitación del templo.
Llegado a este punto musical, el cronista formula en voz alta una cuestión meramente de gusto personal extensible a tantas parroquias e iglesias sevillanas: ¿tanto ayuda a la acción de gracias la música enlatada durante la comunión?, ¿de verdad se hace necesaria la grabación? Ahí lo dejamos ahora que en la cátedra de San Pedro tenemos sentado a un agustino, de los de «quien reza cantando, reza dos veces».
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