La muerte de Claudia Cardinale, actriz y emblema de italianidad y libertad, sacude a la cultura italiana

Del recuerdo de «Il Gattopardo» al mito popular de televisiones, cinematecas y festivales, un país entero revisita su propia historia a través de su sonrisa

Muere la actriz Claudia Cardinale, musa del cine italiano, a los 87 años

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Foto tomada en mayo de 1963 que muestra a la actriz italiana Claudia Cardinale sonriendo a sus fans antes de la presentación de la película 'Otto e mezzo' AFP

Claudia Cardinale ha muerto a los 87 años en Nemours, cerca de París, rodeada de sus hijos. La noticia, confirmada por Laurent Savry, su agente, desató en Italia una oleada de homenajes instantáneos. De norte a sur, redacciones, instituciones culturales y ... espectadores que crecieron con su cine reaccionaron como quien pierde algo íntimo: no solo una estrella, sino un espejo de modernidad y carácter.

Cardinale fue musa de Luchino Visconti y de Federico Fellini, y esa doble condición marcó para siempre la memoria colectiva italiana. En 1963 rodó al mismo tiempo 'Il Gattopardo' y '8½', dos películas que cambiaron la historia del cine. La entrada de Angélica en el salón y el baile con Lancaster y Delon, por un lado, y su rostro convertido en símbolo de los sueños de Fellini, por otro, siguen grabados en la retina de varias generaciones. Aquella mezcla de elegancia clásica y vitalidad desbordante la convirtió en un icono nacional, y explica por qué su muerte se vive hoy en Italia como un acontecimiento que trasciende el cine.

La conmoción no se agota en el recuerdo de los títulos de culto. En la conversación pública reaparece la Cardinale indomable que convirtió su biografía en metáfora de una Italia abierta al Mediterráneo y a Europa: nacida en Túnez de familia siciliana, educada en francés, italiana por convicción. Al principio, su acento obligó a doblar su voz; más tarde ya no hubo filtro posible, porque la propia Cardinale se convirtió en un idioma: una manera de estar en pantalla que combinaba pudor y autoridad. Por eso la lloran la crítica y la audiencia popular, la academia y los espectadores de sobremesa.

Una diva sin solemnidad

Sergio Leone la transformó en icono popular con 'C'era una volta il West'. Jill, la ex prostituta que llega en tren a un Oeste sin redención, le dio una mitología reconocible para quienes quizá nunca pisaron una sala de arte y ensayo. A partir de ahí, la televisión hizo el resto: clips, coloquios, festivales, ciclos temáticos. Su rostro se naturalizó en los hogares italianos, sin perder misterio. Hoy, con su muerte, las cadenas reprograman ese repertorio y el país vuelve a verse en él: aristocrático y plebeyo, barroco y sobrio, metafísico y de carne y hueso.

Parte del impacto reside en su forma de llevar la fama. Cardinale no se tomó nunca demasiado en serio a sí misma. Podía saltar del cine de autor a producciones internacionales sin perder la chispa de quien domina el plano con una ceja levantada. En 2017, cuando el Festival de Cannes puso su silueta danzante en el cartel del 70.º aniversario y estalló la polémica por un supuesto retoque, ella desactivó el ruido con elegancia: el cine, vino a decir, también inventa personajes soñados. Ese gesto -restar solemnidad a lo accesorio sin renunciar a lo esencial- Italia lo reconoce como propio.

Otra clave fue su ética de trabajo. Cardinale atravesó sesenta años de cine con curiosidad intacta. Tras los maestros -Visconti, Fellini, Bolognini, Damiani, Comencini-, apoyó a directores jóvenes, prestó su voz y su nombre a proyectos frágiles y levantó, junto a su hija, una fundación que unió creación, memoria y territorio. Ese hacer sitio a otros, tan poco frecuente en una gran estrella, completa su legado: no se va solo una actriz, también una valedora generosa del oficio.

Una idea de 'italianidad'

Roma y Milán ya preparan ciclos y retrospectivas. Cinecittà, que en vida la celebró con exposiciones y proyecciones especiales, vuelve a ser el kilómetro cero de los tributos. Las cinematecas desempolvan fotografías, correspondencias, trajes de rodaje; las escuelas de cine reprograman clases abiertas con sus escenas canónicas. En las redacciones, las necrológicas recuperan una idea que Italia llevaba tiempo canonizando: Cardinale como patrimonio común, una presencia que atraviesa generaciones sin caducar.

Cardinale sintetizó una 'italianidad' compleja: mediterránea y cosmopolita, clásica y moderna, rebelde y discreta. Fue sex symbol involuntario y, sobre todo, actriz de matices; estrella internacional y figura doméstica; mujer que hizo de la fuerza interior -no de la pose- el motor de cada gesto. Por eso su muerte no se mide solo en lágrimas, sino en imágenes que regresan. El vals del príncipe y la joven siciliana; el silencio lleno de significado en el plató de Fellini; la estación polvorienta de Leone. Cada secuencia cuenta algo de nosotros.

Un adiós con agradecimiento

En lo estrictamente informativo, el comunicado de su agente, Laurent Savry, cerró cualquier duda y abrió el ritual que Italia reserva a sus grandes: mensajes de compañeros de generación, promesas de homenajes inmediatos, programación especial en televisión y plataformas. En lo íntimo, el país se reconoce en esas escenas que siguen vivas. Claudia Cardinale fue, es y seguirá siendo una forma de mirar. Por eso el adiós suena más a gratitud que a lamento.

Su legado trasciende los más de 150 filmes y los innumerables premios (León de Oro, Oso de Oro, David de Donatello). Claudia Cardinale fue el símbolo de una Italia que se abría al mundo sin complejos, con una belleza natural y una fuerza tranquila que desafiaba los estereotipos. Como bien señaló en una de sus últimas entrevistas, concedida al Corriere della Sera: «Se es feliz solo una o dos veces en la vida. Yo lo fui cuando lo dejé todo para seguir a Pasquale». Esa búsqueda de la felicidad auténtica, por encima de la fama y las convenciones, es el mensaje más profundo que deja a su país. El último plano es el de una mujer que, tras una vida de luces y sombras, encontró la paz, habiendo vivido y amado con la misma intensidad con la que iluminó la pantalla. Italia pierde a una de sus hijas más ilustres, pero su mirada, esa que lo decía todo sin palabras, permanecerá para siempre.

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