Venganza y traición
Este capítulo es el enésimo de la traición constante que el PSOE ha practicado con Andalucía a partir de la llegada de Chaves
La afrenta de Sánchez a Andalucía sí tiene nombre: venganza. Ya sabemos que ese plato se cocina a fuego lento se come frío. A Sánchez lo echaron del poder sus compañeros, y sin embargo enemigos, del PSOE andaluz. Aquí se tramó el golpe de las ... dimisiones que el fiel y servil Pradas le llevó Susana Díaz en bandeja o portafolios de plata. De aquí salió esa dirigente que se creyó la máxima autoridad del PSOE, y que cuando llegó a Ferraz salió por pies después de que le dieran la media verónica que la devolvió a los chiqueros de la calle. Susana fue algo más que una adversaria leal. Susana fue la enemiga que mató a Sánchez sin escrúpulos de ninguna clase. Pero en política, ¡ay!, los muertos que vos matáis gozan de buena salud. Y resucitan como el gato de la siete vidas.
Por eso no hay que darle vueltas a la ley que se le ocurrió a Montoro, ni a las cartas que mandan los técnicos cuando los políticos no tienen lo que hay que tener para dar la cara. Esos asuntos son menores, y los voceros y las voceras del Régimen los cogen con papel de fumar para convencernos de que esta intervención traicionera y alevosa es algo natural y legal. No se trata de eso. Es algo mucho más profundo y superficial al mismo tiempo. Algo tan sencillo como la patada que Sánchez le ha dado a Susana en el trasero de Juanma Moreno, y que al final nos han dado de rebote a los andaluces.
La humillación es más que evidente. Mientras los catalanes gozan de una trato preferente a pesar de la traición al Estado que han convertido en chantaje, y de la deslealtad que cobran a precio de oro, los andaluces sentimos el castigo que el cobarde le inflige al leal que no se somete a su voluntad. Hemos cometido el pecado de no elegir al PSOE por mayoría absoluta, y eso lo hemos de pagar. Además, el asunto de los ERE le impide a Sánchez sacarle los colores al PP a cuenta de la corrupción que le sirvió para llegar al poder. Y eso tampoco lo aguanta ni lo resiste. Así que castigo al canto.
Este capítulo es el enésimo de la traición constante que el PSOE ha practicado con Andalucía a partir de la llegada de Chaves al poder. Desde entonces nos han tratado como un granero electoral, como una fuente de votos que había que conseguir por lo civil o por lo laboral. Se les vio el plumero hace tiempo, pero buena parte de la sociedad andaluza, incluidos los medios de comunicación dóciles con el poder, estaba a favor de ese caciquismo elegido por el pueblo: una nueva fórmula de gobernar digna de estudio.
Lo que antes era el favor, ahora es el castigo. Palo y zanahoria. Impiden que los nuevos gobernantes puedan hacer su presupuesto y buscar los recursos en el mercado. Sus errores los pagarán los que sufrieron el ostracismo por estar en la oposición. Ni los tratados más cínicos de la política podían prever semejante panorama. Pero que no se llamen a engaño: en el pecado siempre está la penitencia. A ver si de esta manera van a conseguir que Andalucía se levante otra vez. Porque ya lleva demasiado tiempo sentada desde aquel 28 de febrero del que se van a cumplir -lagarto, lagarto, cuarenta años…
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