¿Héroe o pirata?
Probablemente la figura de Assange fue sobrevalorada
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Iniciar sesiónDos universos antagónicos separados por doscientos metros. La situación evocaba los cuentos matemáticos de Borges, en los que el tiempo se cruza. O las elegantes ecuaciones de Einstein, un portento que hace más de cien años, con una tiza y una pizarra, adelantó esos agujeros ... negros que ahora se han fotografiado en forma de huevo frito. En un universo estaba la soledad de Julian Assange, confinado en una habitación claustrofóbica en un sótano de la Embajada de Ecuador (una de las pocas de Londres que no tiene ni jardín ni patio, una jaula). En el otro, a solo unos pasos, la puerta trasera de los almacenes Harrods, siempre un hervidero de turistas de todas las naciones, colores y portes. El recluso de Wikileaks, pálido como un escualo espectral en su voluntaria mazmorra de Knighsbridge. Un barrio hipercaro, hoy tomado por los plutócratas árabes. Llegan huyendo del horno del desierto y hacen el hortera a gusto por este recodo de Londres, con sus bólidos pedorreando a escape libre y logos de marcas ultracaras en ropas llamativas (eso sí: muchas veces con sus mujeres enterradas en el burka).
Assange nació hace 47 años en Australia, en una familia que le dio una infancia complicada y errabunda. A los 18 años tuvo su primer hijo. Inteligente y con carisma, estudió informática, y más tarde, matemáticas y física. Pronto se pasó al lado oscuro y en los años noventa ya fue condenado en su país por robar datos. En 2006 fundó Wikileaks y en 2010 llegó el bombazo: piratea más de 400.000 correos del Pentágono y destapa los rincones viles de las campañas de Afganistán e Irak (un jaqueo que en Estados Unidos puede costarle todavía hoy la cadena perpetua, o hasta la pena de muerte). Confundiendo chorizar mensajes privados con el periodismo -que es otra cosa-, parte del mundo lo saludó como un héroe de la libertad de expresión, con laudatorias portadas en revistas glamurosas. Nunca he acabado de captar la razón por la cual violar la correspondencia física es inmoral, pero hacerlo con la digital resulta loable.
En agosto de 2010, Assange comete un grave error. Acude a Suecia a impartir unas conferencias y dos mujeres acaban denunciándolo: una lo acusa de dos abusos sexuales; la otra, de violación. De regreso al Reino Unido, su gran dilema: si se entrega para responder a la acusación sueca corre el riesgo de que las autoridades británicas lo extraditen a EE.UU. Así que en pleno despiste general por la Eurocopa de fútbol, en junio de 2012 se presenta en la Embajada de Ecuador en Londres como si fuese un motero de reparto y se refugia allí. Una escapada imposible, que concluyó ayer, al cambiar Ecuador de presidente y porque sus anfitriones estaban saturados de su divismo, su aberrante falta de higiene y sus enredos inacabables. Assange, como cualquier ser humano tras siete años sin sentir la luz del sol, tenía los nervios destrozados y su mundo era un circo, como revelan sus visitas (Lady Gaga, Pamela Anderson, Éric Cantona, Farage...), o sus asesores jurídicos (el inefable Garzón).
The End. Y aplausos para el resumen de Theresa May: «Nadie está por encima de la ley». Ni en Inglaterra... ni en España.
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