Las cosas del campo
El campo se ha levantado como en un poema campesino de Miguel Hernández
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Iniciar sesiónEl campo no solo da las naranjas que abren el estómago del despertar con el zumo que se confunde con la luz del amanecer, o los tomates que refrescan el verano con el sabor apasionado de su color, o el trigo que toma la forma ... eucarística del pan nuestro de cada día. El campo nos da el aceite que chorrea oro líquido sobre esa tostada que tiene el sabor exacto de la mañana, sobre el salmorejo que nos devuelve a los días luminosos del verano, y que fríe el pescado para unirse con el mar en el plato más perfecto de la cocina que resiste el paso del tiempo.
El campo nutre el cuerpo y el alma, porque nos alimenta la mirada con sus perfiles ajenos a las modas, porque se parece demasiado al anhelo mayor del hombre: la eternidad. El campo es una página que no está en blanco, escrita y pintada por la mano de Dios cuando se entretiene con el color de las amapolas, con las acuarelas que dejan los días de lluvia, con ese mar de espigas que veía Ortega y Gasset en la llanura insomne de Castilla. El campo es el escenario de la obra mayor de nuestra Literatura, el lugar sin nombre donde el hidalgo y el villano recorren el paisaje del alma humana de punta a cabo. Por el campo camina Juan Ramón a lomos de Platero. Desde lo más alto de una torre de Los Palacios, Romero Murube descubre la fascinación que provoca el terreno que rodea a su pueblo lejano. Y Muñoz Rojas eleva esa realidad que nos trasciende y nos sobrevive en uno de los libros cimeros de la prosa poética en nuestra lengua: Las cosas del campo.
El campo se ha levantado como en un poema campesino de Miguel Hernández. El campo ha alzado la voz ante las tonterías que decimos los urbanitas, ignorantes de ese secreto recogido en la sabiduría que siempre nos ofrece la música callada de las lomas y las dehesas, de las huertas y los cortijos: el silencio. Han tenido que gritar para que escuchemos lo que no somos capaces de ver cuando revolvemos un calabacín, cuando hervimos un manojo de verduras, cuando mordemos la manzana que no es el pecado, sino la salud. El campo ha dicho que ya está bien del timo de la estampita que tiene su origen en los precios que les pagan a los agricultores por un producto que multiplica su valor por cinco o por seis.
Ante estas protestas, esta izquierda que ha degenerado en la cursilería vegana y en el ecologismo caprichoso les ha mandado a los antidisturbios para que les den algo muy propio del medio rural: leña. La misma que no son capaces de repartir a domicilio en las regiones que se les suben a las barbas. Como cantó Lorca, pero al revés: duros con las espigas y blandos con las espuelas. Enfrascados en el laberinto absurdo de la lucha de clases, tildan de carcas y de fachas a los que se doblan ante la tierra mientras ellos viven del relato oral, o sea, del cuento. Después se quejarán del voto de VOX en esa España que desprecian por la caza, los toros y esas cosas. Como si ellos, niños mimados de un sistema que les da de comer sin necesidad de sudar por la frente ni por la espalda, fueran los listos, que lo son. Y la gente del campo, los tontos. Que ya están hartos de serlo.
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