Luz de España

España no es un rompecabezas, aunque más de una vez nos haya roto el corazón

Hay una luz concreta, nítida, recién lavada por la tormenta. Es una luz baja y total al mismo tiempo, como la que emerge de los cuadros de Pisarro. Es la luz que leías, cuando eras un niño prisionero de la libertad del asombro, en aquellas ... páginas miniadas de Azorín, el escritor que tenía pinta de vivir en una pensión según la ironía cortante de Umbral. Has salido de Teruel, con el brillo del mudéjar en la cerámica mortal de tus ojos, con la memoria de tu torre sevillana en las sebkas que erizan la piel femenina del ladrillo. En Albarracín, la belleza se refugia en esos callejones donde se oye la serenidad que buscaba Borges en su senectud, y el silencio tiene el color del barro que tanto se parece al del Génesis. El cubismo se fijó en la geometría imposible de sus tejados, y el expresionismo abstracto en la textura de la piedra rota en fallas que nos reconcilian con el origen tectónico del paisaje.

La carretera te lleva, como un río seco de tráfico inexistente, hasta la ciudad donde encontrarás la poesía que te persigue desde que eras un adolescente y empezaste a leer el mundo con los ojos de los muertos. Las casas horadadas, como calaveras sin puertas y ventanas sin ojos, te recuerdan los muros derribados de Quevedo. Es la España vaciada, como la llaman ahora. La que no existe en el imaginario de los nacionalismos que reinventan la historia con la mentira de los mitos y la verdad de la xenofobia. Es la España de Bécquer y de Machado que reposa en Soria, en la ciudad amenazada por el Monte de las Ánimas, por ese miedo ancestral que Bécquer talló en una leyenda que provoca el escalofrío cercano de la muerte.

El Duero traza el arco de la ballesta que se le clavó a Machado en el corazón cuando perdió a Leonor. Las aguas fluyen puras, como la vida que te regala estas nubes rosas del crepúsculo en el espejo donde el cielo se mira en el camino de San Saturio. Tu corazón siente el milagro de la primavera en los estertores del otoño. La mujer que soñó Bécquer en este mismo río, y que era el rayo de luna que le dio nombre a su leyenda más poética, está aquí. En la orilla. En tu orilla. Ahora la luz se va cayendo sin caer en la tristeza. Es la luz clarísima y certera de Ortega, que descubrió el alma del paisaje en la metáfora que va más allá de la filosofía, más acá del pensamiento. Es la luz de Castilla, de los campos y sus templos, de Machado y de Bécquer. Es la luz de España.

Porque España no es una suma de naciones y regiones. España no es un rompecabezas, aunque más de una vez nos haya roto el corazón. España es esta luz de adobe y de cerámica, románica y mudéjar, gótica como la mística o el miedo, cenital y rasante al mismo tiempo, dorada tras las lluvias de abril y el sol de mayo, barroca y tragicómica para no faltar a su esencia demediada. Ibas buscando la verdad de España en los libros de ensayo y en los errores de su historia, y la has encontrado en esta luz sencilla y pura, en las páginas abiertas del paisaje que sigue escribiendo Azorín en las pupilas del niño que no se cansa de mirar el mundo con los ojos enamorados del asombro.

Artículo solo para suscriptores
Tu suscripción al mejor periodismo
Bienal
Dos años por 19,99€
220€ 19,99€ Después de 1 año, 110€/año
Mensual
3 meses por 1€/mes
10'99€ 1€ Después de 3 meses, 10,99€/mes

Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras

Ver comentarios