quemar los días
Sevilla, Babilonia
El turismo está adquiriendo proporciones de patata caliente. Un nuevo Polígono Sur
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Iniciar sesiónHACE un par de tardes, tuve que atravesar la Avenida de la Constitución desde Puerta de Jerez hacia La Campana. Ya había anochecido, y todo estaba iluminado. Tardé en hacerlo el doble de lo que suelo; en algunos tramos, como en la esquina con García ... de Vinuesa, el tráfico humano resultaba más denso que la salida de vehículos de la SE-40 hacia Huelva un 1 de agosto. Al llegar por fin a la altura del Banco de España, miré hacia atrás y con muy poca imaginación me transporté en el tiempo: de repente, no era diciembre, sino un sábado de Feria de Abril en la Calle Joselito El Gallo.
El eje histórico que discurre entre la Torre del Oro y las Setas de la Encarnación se ha convertido en una zona impracticable. Una Babilonia en la que, tristemente, el sevillano empieza a ser una presencia residual, porque toda ella está conformada por personas que están de paso. La Navidad no ha hecho sino intensificar aún más la sensación de que la Sevilla histórica se ha transformado en un escenario consagrado al turismo, un decorado de una película en la que los sevillanos hace mucho tiempo que dejamos de ser protagonistas.
Es fácil echar la culpa de este despropósito al alcalde actual. Pero se nos olvida muy rápido que todos estos lodos son consecuencia de unos polvos escanciados generosamente desde hace tiempo, porque los últimos alcaldes de la ciudad han venido replicando invariablemente las mismas tesis. Cuando, en abril de 2019, siendo alcalde Juan Espadas, Sevilla acogió la cumbre mundial de la WTTC, resultó sorprendente que el único debate que se planteara fuera el de la tensión entre el turismo low-cost y el turismo de alto standing. Lo que había que procurar, decían, es que los turistas pernoctaran más noches y dejaran más dinero en la ciudad.
El mantenimiento de un ecosistema ciudadano básico en el centro de Sevilla y su compatibilización con la actividad turística siempre ha estado fuera de la discusión. Jamás se consideró el riesgo de que, al vaciar esa zona de residentes, y desmantelar la estructura del comercio tradicional, reparándolo con grandes cadenas hoteleras, pisos turísticos y franquicias, la ciudad pudiera perder su propia idiosincrasia, convirtiéndose en un enorme plató de una Sevilla mistificada y sin alma.
En Sevilla, el turismo comienza a adquirir proporciones de patata caliente: como ese juego en el que los jugadores van pasándose un globo que cada vez se hincha más, para impedir que a uno de ellos le explote, los últimos alcaldes van perpetuando la misma postura maximalista (más hoteles, más noches, más visitantes), sin apenas variaciones, convirtiendo el problema en algo cada vez más irreparable. Y así, de repente, el turismo se transforma en un nuevo Polígono Sur: mejor no pinchar el globo y que la patata caliente pase al siguiente.
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