El destino de España

Mientras los partidos independentistas se pelean por la autonomía en el terreno de juego de la política nacional, la gran diferencia entre PP y PSOE es que cada vez que Pedro Sánchez pacta con Junts o con ERC les roba votos en beneficio de Salvador Illa, y cada vez que Feijóo dice que quiere reunirse con Puigdemont descoloca a su partido, se desfigura como líder y se desangra electoralmente en favor de Vox. La derecha defiende con mucha pasión y poca inteligencia la España que querría que fuera, y la izquierda detecta lo que hay y lo administra con una mezcla de cinismo y de instinto letal del poder que enreda a sus eventuales socios y deja cautivos y desarmados a sus adversarios.

No es exacto que los partidos independentistas decidan el destino de España. Es sólo lo aparente, lo aparatoso. Es verdad que tienen la llave de la gobernabilidad pero el destino de España lo deciden los ultrapuros que votando a Podemos movieron al PSOE del centro, y el PSOE aceptando este movimiento sin otro escrúpulo que el de continuar mandando. El destino de España lo deciden los ultrapuros del otro lado, que diezmaron al PP marchándose a Ciudadanos o con Abascal, y el PP pensando, por desidia o por incompetencia –yo pienso que ambas– que puede llegar a La Moncloa siendo residual en el País Vasco y sobre todo en Cataluña.

Puigdemont tiene razón cuando se pregunta si los dos grandes partidos están maduros para llegar a un pacto, aunque la madurez no consista en el tipo de pacto que él desea. Pero efectivamente la pregunta es la correcta y la respuesta es la que todos podemos ver. No existe esta madurez en la política española, tal como el independentismo ha carecido siempre de articulación política. Y España colapsa por esta falta de madurez, y no por culpa de los siete diputados de Puigdemont. Y en esta falta de madurez el independentismo se pelea, se rinde o se escapa y no por culpa de la falsamente llamada represión del Estado.

España es un país en el que todo el mundo pone el grito en el cielo exclamando «cómo puede ser» y nadie cree ni por un instante que él tenga algo que ver.