Arma y padrino
In Peterson we trust
¿Deberá demostrar su empatía y resiliencia de manera ecosostenible mediante la realización de proyectos colaborativos e inclusivos?
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Iniciar sesiónUn tribunal canadiense acaba de desestimar la apelación de Jordan B. Peterson contra el Colegio de Psicólogos de Ontario, que amenazaba con retirarle la licencia para ejercer como psicólogo si no se sometía a un «curso de reeducación». Hace un año, casi un centenar ... de reconocidos intelectuales firmaban un manifiesto denunciando la situación. Steven Pinker, Jonathan Haidt, Abigail Shrier, Douglas Murray o Clarire Lehmann, entre muchos otros, trataban de llamar la atención de la opinión pública internacional sobre lo que supone para la libertad de expresión y las democracias liberales que un colegio profesional pueda extralimitarse en sus funciones hasta el punto de vigilar y fiscalizar el pensamiento de sus asociados y aspirar a reconducirlo, forzarlo y validarlo. No ha servido de nada.
En un primer momento, este varapalo judicial contra el que no cabe recurso me pareció una mala noticia. Ya no solo en lo particular del caso, el atropello que supone que a un señor, con el que se puede o no estar de acuerdo, se le impida decir libre y públicamente, sin miedo a las consecuencias, que una modelo de 'Sports Illustrated' entrada en carnes, por ejemplo, no le parece hermosa. O que manifieste su particular opinión sobre el cambio de sexo, el climático o critique las actitudes del secretario de turno del primer ministro del momento. También, y casi más, en lo que tiene de aviso a navegantes: si alguien tan reconocido como Peterson se ve en estas, con toda una trayectoria que le confiere la suficiente capacidad para presentar batalla y resistir al envite, qué no le podría suponer a alguien cuya carrera apenas comienza a despegar el expresar su libre opinión sobre un tema espinoso.
Pero ahora, pensándolo bien, me parece buena idea que Jordan B. Peterson se vea en la obligación de asistir a ese curso de reeducación. ¿Le obligarán a escribir doscientas veces, con buena letra, «es posible que me haya faltado profesionalidad en mis declaraciones públicas. Lo siento mucho, no volverá a ocurrir»? ¿Deberá demostrar su empatía y resiliencia de manera transversal y ecosostenible mediante la realización de proyectos colaborativos e inclusivos? ¿Le mostrarán fotos de señoras para que silbe y grite «tía buena» cuando sean gordas, pero nunca si son flacas y rubias porque sería cosificación? ¿De personas a las que deberá referirse con pronombres que no atenten contra su género autodeterminado evitando prejuicios heteropatriarcales? Solo él y desde dentro puede dinamitar el despropósito y la amenaza que supone legitimar la pretensión de adoctrinamiento de ciudadanos libres y establecer, vía judicial, algo demasiado parecido a un proceso forzado de verificación del pensamiento.
Es más, yo me matricularía en tan esotérico y magufo curso solo por no perderme el espectáculo que puede ser verle cuestionar el contenido de las materias impartidas y argumentar a la contra. Ojalá un libro con la experiencia o, al menos, una serie de artículos. In Peterson we trust.
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