PERDIGONES DE PLATA

Trinchera de cenizas

Paco me contó que el monte está abandonado, que para talar un pino exigen múltiples informes

Viejos amigos

La sopa boba

De momento, la IA queda reducida a un juguete que te contesta con más o menos tino a las preguntas que le planteas. ¿Y cuánto vale este reloj? ¿Y la tierra es redonda o mediopensionista? Pero uno prefiere la cálida y auténtica voz humana, ... y la inteligencia sencilla y natural del otro a la del fulgor de chispazo artificial. Por eso llamé a mi amigo Paco. Es guarda rural y tiene cuarenta y nueve años. Luce en su pechera tres menciones honoríficas, dos otorgadas por la Guardia Civil y la otra por la Policía Nacional. Hace algún tiempo, ante un incendio, como se conoce los caminos, las sendas y las trochas de su zona, guió a equipos de protección civil para que escapasen de las llamas que casi les mantenían cercados, próximos a la muerte. Cuando le condecoraron por primera vez, me avisó pasmado: «Ramón, me dan un premio por cumplir con mi deber, no lo entiendo, me da un poco de corte…», susurró algo abrumado. Me asombró comprobar que todavía quedan españoles tan honrados y diligentes entre tanto sinvergüenza.

Paco me contó que el monte está abandonado, que para trincar una rama o talar un pino comatoso exigen múltiples informes y que, en determinadas áreas, ni con permiso especial. Añadió que antes, en su pueblo, cuando estallaba un incendio las campanas sonaban a rebato y los vecinos se organizaban para frenar las llamas hasta que acudían los bomberos. Ahora no pueden hacerlo. Apuntó que antes, en fin, qué antañones andamos, sólo en su pueblo trabajaban ocho pastores con sus rebaños, y ahora sólo queda uno pastoreando y «es de fuera». Lo que me narró corresponde al que hunde sus pies en la trinchera de las cenizas, al que jamás pisa un despacho porque teme contaminarse de ese aire emponzoñado y al que no entiende las paparruchas de tertulianos alelados de panza agradecida o de presuntos ecologistas que basan su pensamiento cultivando un par de plantas de maría que les suministran sus porros. «Paco, ¿alguna vez has disfrutado de veintitrés días seguidos de vacaciones?», le dije. Todavía se está riendo.

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