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Perdigones de plata

La sopa boba

Con el médoto limosnero del Gobierno no llegaremos muy lejos como sociedad

Calor mortal

Bigotillos dalinianos

Ramón Palomar

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Todavía me recorre un escalofrío por el espinazo cuando recuerdo aquella lección. Éramos unos mocosos y a la profesora le dio por explicarnos como depositar la limosna en la mano del mendigo. Nos dijo que no debíamos arrojar las monedas como si fuésemos el ... señor feudal el día de su boda, o sea derramando a puñados desde su carroza la calderilla dorada contra los chepudos plebeyos. Nos recomendó, en cambio, que evitásemos el contacto directo con el pobre porque «tienen las manos muy sucias». Por lo tanto, lo correcto era acercar la limosna hacia la palma del pedigüeño y soltarla mediante grácil giro de muñeca. No olvido la charla que nos dedicó. Me impresionó esa suerte de educación hipócrita hacia el desfavorecido. Le concedo unas monedillas mientras disimulo el asco que esa persona tirada sobre el asfalto me produce, y encima tranquilizo mi conciencia porque creo ser una persona espléndida.

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