Perdigones de plata
La sopa boba
Con el médoto limosnero del Gobierno no llegaremos muy lejos como sociedad
Calor mortal
Bigotillos dalinianos
Todavía me recorre un escalofrío por el espinazo cuando recuerdo aquella lección. Éramos unos mocosos y a la profesora le dio por explicarnos como depositar la limosna en la mano del mendigo. Nos dijo que no debíamos arrojar las monedas como si fuésemos el ... señor feudal el día de su boda, o sea derramando a puñados desde su carroza la calderilla dorada contra los chepudos plebeyos. Nos recomendó, en cambio, que evitásemos el contacto directo con el pobre porque «tienen las manos muy sucias». Por lo tanto, lo correcto era acercar la limosna hacia la palma del pedigüeño y soltarla mediante grácil giro de muñeca. No olvido la charla que nos dedicó. Me impresionó esa suerte de educación hipócrita hacia el desfavorecido. Le concedo unas monedillas mientras disimulo el asco que esa persona tirada sobre el asfalto me produce, y encima tranquilizo mi conciencia porque creo ser una persona espléndida.
Parece ser que más de dos millones de personas cobran el ingreso mínimo vital, y desde el gobierno nos venden este espantoso fracaso como si fuese un verdadero triunfo. Proclaman con orgullo su visión limosnera de la vida. Acostumbrar al prójimo a la sopa boba supone reducir su dignidad, mermar sus ilusiones, cercenar su músculo. Con esa exigua soldada domestican a una importante porción de ciudadanos que, sin prisa pero sin pausa, jibarizan sus horizontes, asumen su docilidad y se reconcentran en su derrota. No pretende uno aceptar el salvajismo de la insolidaridad más aplastante, no deseo que la gente sufra y hay que ayudar al que lo necesita, pero con el médoto limosnero del Gobierno no llegaremos muy lejos como sociedad porque perdemos nervio, carácter, moral. Preferiría uno que, desde las altas esferas, estimulasen y lubricasen el cotarro para que el personal encontrase trabajos dignos remunerados con justicia. Repartir dádivas de miseria, y encima con la alegría cínica del que escupe la caridad sin tocar la mano del menesteroso como nos narró aquella profesora, no es sino condenarnos al inframundo bananero.