Perdigones de plata

Sol naciente

Existe todavía el pelmazo que te narra el viaje porque su verdadero deleite cristaliza cuando lo cuenta

Limpieza integral

Trinchera de cenizas

En el capítulo de refinados tormentos que maltrataron mis infantiles carnes destaco la vez que acudimos a la casa de unos amigos de mis padres y nos enchufaron una larga, insufrible sesión, de diapositivas inmortalizando su viaje a Italia. Salimos de la velada doloridos ... como si un morlaco hubiese perforado nuestra retambufa. Sí, conocí la infecta moda de las diapositivas. Luego nos castigaron con los vídeos domésticos. Qué tortura cuando, por mera educación, tenías que tragarte esos viajes y, encima, soportando las explicaciones de los protagonistas. «Y justo ahí fue cuando a Manuela se le rompió el tacón del zapato y tuvimos que buscar un zapatero, jajaja…» La madre que les parió. Qué sádicos.

Superadas aquellas tristes fases, pues hoy con el móvil todo resulta más liviano, existe todavía el pelmazo que te narra el viaje porque su verdadero deleite, su auténtico gozo, cristaliza cuando lo cuenta, nunca cuando lo realiza. Creo que se trasladan hacia otros países no para ampliar sus horizontes, ni para aprender de otras culturas, ni para saciar su curiosidad. Se marchan para luego regresar y contarte dónde estuvieron. La otra tarde, en una terraza, yacían unas parejas de esas que no sabes si tienen treinta años o cincuenta. Personas que navegan en una franja algo nebuloso, entre la juventud rancia y la viejunez prematura, entre la nada y el vacío, entre el gintonic verdulero y la cerveza sin alcohol. Uno de ellos, con voz de tamborrada, se explayaba rememorando su fresco viaje a Japón. Hablaba con aplomo de luchador de sumo. Tras un par de semanitas allí, lo sabía todo pues había conseguido destripar el alma nipona. Señalo una aportación suya que, sin duda, supone una ayuda para toda la humanidad: «Los japoneses son muy contenidos a la hora de comer…» Y, tan pancho, chasqueó la lengua. Me largué de allí con la sesera roja y a estrías como la bandera del Sol Naciente. Al aterrizar en el hogar, no me hice el harakiri con el cuchillo jamonero porque Mishima siempre me causó flato, pero a punto estuve…

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