PERDIGONES DE PLATA
Profesionales del odio
¿Qué clase de basura escondía ese hombre entre los pliegues de su sesera?
Delon y el carisma
La gran bicoca
La muerte esperaba aquel chaval a la vuelta de la esquina pero, pese a su corta edad, aguantaba con envidiable temple y notable buen humor el agresivo tratamiento. Expresó su pasión hacia la tauromaquia y confesó que, de mayor, le encantaría ser matador. Si hubiese ... deseado ser astronauta, bombero, vendedor de seguros o alpinista, no se hubiese desencadenado la abyecta tormenta que se precipitó contra su noble cráneo libre de cabellos. El crío osó decir que le gustaba el arte de Cúchares y miles de personas arrojaron su bilis contra él desde las redes. «Ojalá te mueras ya», aullaban con el gemido histérico de los cobardes, de los indecentes, de los energúmenos que se amparan en el anonimato para actuar como caníbales frenéticos de corrección política. Exigían la muerte de un niño que ni siquiera tenía 10 años. Hay un mundo zurdo en verdad extravagante: suspiran para que un pequeño la palme pero detestan la pena de muerte.
Aquel caso me impresionó. ¿Quién puede alegrarse por la pronta muerte de un chavalín que, además, fallecerá pues padece un cáncer incurable? Ignoro si se trataba de la atroz banalidad del mal o de la maldad en estado puro. La gente del toro se volcó con él y la criatura, cada vez que los del oro y los de la plata le abrazaban y le subían a hombros, sonreía feliz. Trincaron a uno de esos odiadores y no olvido su aspecto. Mayor, dotado de esa faz avinagrada que revela un hondo resentimiento acumulado desde hace décadas, algo chepudo y de mirada esquiva. Le cayó multa y una de esas condenas que, por desgracia, no te traslada una temporada al Trullo´s Palace. ¿Qué clase de basura escondía ese hombre entre los pliegues de su sesera? ¿Qué clase de putrefactos escombros alimentan las almas de los profesionales del odio? Con la muerte de otro chaval, esta vez asesinado, estalla el debate sobre si conviene adoptar medidas para impedir la barbarie en las redes. Sería hora, en efecto, de erradicar tanto linchamiento. Si asumimos responsabilidades en la vida real, también en la virtual.