El precavido que hay en ti

También se acuerda uno de que ir al gimnasio era muestra de no sé qué masculinidad tóxica, y lo piensa en mitad del barro y cuando entra en la ciudad, todo son mocetones que cargan con ancianas, y mueven una C-15 los titis –y las titis– de clase de crossfit. Parten las puertas bomberazos que podrían arrancarle la cabeza a un dinosaurio, el mazado del gimnasio rompe la ventana de la casa de tu abuela que tiene el agua por el cuello y entonces aprendes que aquellos bíceps que denotaban no sé qué visión patológica del heteropatriarcado, quizás no estuvieran tan mal.

Nevó cuando Filomena, y si tenías una pala en tu casa de Madrid, eras un fascista. Ahora que hablamos de alertas rojas, cuando saltó aquella me dio tiempo a ir a comprar cincuenta kilos de sal, cien cervezas y una pala. Eran la última sales, la última pala y las últimas cervezas después de que agotaran las existencias mis semejantes. Pronto gasté todo lo que había comprado, excepto la pala, como es natural. Así que vengo a solidarizarme con esa gente que lleva neumáticos de invierno y una vela para los apagones, o un fachaleco, sin duda otro instrumento de opresión.

La izquierda se ha puesto agorera, pero en mi Españita nos reímos mucho de los que consideran la posibilidad de la catástrofe pues los encontrábamos primarios, poéticamente imperfectos y hasta un punto machirulos. Porque hemos sobrevalorado la despreocupación y porque estos supuestos flipados asumían el rol de protección de la tribu empujados por una misión que nadie les había pedido asumir y cabalgando esa pulsión de guerrero que cuida a la cuál los hombres habríamos de renunciar en favor de Yolanda Díaz, la de la 'matria'.

La figura del precavido, que queda en las afueras de la del loco, es muy vulnerable, pero hay un día en el que el tonto eres tú. Podemos concluir que cabe burlarse de los que se preparan para cuando pase algo siempre que no pase nada, que es la mayor parte del tiempo.