tiempo recobrado
Una librería en París
La rue Saint Séverin evoca la nostalgia de una juventud perdida y de aquel barrio lleno de librerías y restaurantes griegos
Dos modelos
Sartre y Camus
Hace muchos años que ya no existe. La Joie de Lire era una librería de la rue Saint Séverin en el corazón del Barrio Latino, cerca del bulevar Saint Michel. La frecuenté a mediados de los años 70 cuando estudiaba filosofía en Vincennes. El ... establecimiento tenía una peculiaridad notable: el dueño había dado órdenes de no avisar a la policía cuando alguien robaba algún libro.
El propietario era François Maspero, que, según la leyenda, había comprado el local con una herencia de su abuela. Había creado una pequeña editorial que publicaba libros de intelectuales de la izquierda radical tras ser expulsado del Partido Comunista. A veces le veía por su librería, charlando con los clientes. Era un hombre que amaba los libros y que, siendo consecuente con su idea de que la cultura no tiene un valor mercantil, se dejaba robar. Naturalmente, tuvo que cerrar el negocio.
Una de las personas que frecuentaba La Joie de Lire, según él me confesó, era Mario Vargas Llosa. Creo que allí se hizo con una edición de 'Madame Bovary', que fue una novela que le fascinó y que dio origen años más tarde a 'La orgía perpetua'. Vargas había olvidado el nombre de aquel local en el que compraba las obras de los escritores franceses del siglo XIX. Me dijo que nunca había robado un libro y que jamás entendió a quienes se aprovechaban de la tolerancia de Maspero. Yo pensaba lo mismo.
Lo cierto es que recuerdo haber discutido en 1975, cuando Franco expiraba, con un estudiante situacionista, seguidor de Débord, sobre la licitud de robar libros. Él argumentaba que Maspero era la encarnación de un capitalismo que sacaba rédito económico de la cultura y que, por ello, era lícito el saqueo de su librería. Maspero era también atacado por la derecha y tuvo que afrontar procesos judiciales por su labor editorial.
La rue Saint Séverin evoca la nostalgia de una juventud perdida y de aquel barrio lleno de librerías y restaurantes griegos. Había una pequeña sala de cine, donde vi algunas de las películas de Chabrol, Godard y Truffaut. También era una delicia sentarse en un banco de la iglesia que daba nombre a la calle y admirar sus arcos góticos, sus bóvedas y, sobre todo, sus maravillosas vidrieras al atardecer. Un mundo desaparecido para siempre.
Ha pasado medio siglo, he envejecido y he perdido muchas ilusiones, pero el esplendor de aquella librería y la luz agonizante del templo sigue brillando desde ese pasado lejano. Puede que Maspero fuese un ingenuo, pero su coherencia conmueve en un mundo donde la cultura se ha convertido en espectáculo. La letra impresa era tan valiosa que se negaba a avisar a la policía y prefería arruinarse antes que castigar a los ladrones. Un Don Quijote al que nadie recuerda y que contribuyó a hacer la vida un poco mejor.