Lejos de ítaca

Sulfato y lágrimas

Ser madre de un adolescente hoy en día es todo un reto, hasta que hasta que un día llegas a casa sin avisar y encuentras a tu adolescente leyendo «Bienvenido Míster Morsa»

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Francisco Ibáñez posa junto a uno de sus 'Mortadelo y Filemón' en el salón del cómic de Barcelona en 2016 AFP

Ser madre de un adolescente hoy en día es, por usar un eufemismo, todo un reto; ya que, entre muchas cosas fascinantes, te permite practicar deportes de riesgo añadiendo un poquito más de adrenalina a tu cuerpo serrano: surfear las malas caras, hacer puénting de ... emociones, correr la maratón del mal rollo, escalar el Everest del silencio telefónico con una hipoxemia que se te sale por las orejas, o penetrar en su habitación como el que baja al pecio del Titánic a pelo, sin cápsula Titán ni nada.

Todo lo vives con resignación y Lexatín hasta que un día llegas a casa sin avisar y encuentras a tu adolescente en pijama leyendo, absorto, «Bienvenido Míster Morsa» y entonces se hace la luz y te das cuenta de que ha ido usando parte de la paga para comprar los tebeos de Mortadelo y Filemón que están por todas partes: entre los libros del instituto, debajo de la cama, en la repisa del baño. Y comienzas a mirarlo de manera diferente, no ya desde la distancia de la autoridad matriarcal, sino compartiendo una especie de territorio singular lleno de amigos comunes, sobre todo, villanos: el Tronchamulas, la banda de Lucrecio Borgio, el gang del Chicharrón. Y encuentras huecos para un nuevo lenguaje con el que comunicarte que ya no es la orden o el silencio, sino un humor plagado de expresiones «ibañescas»: «Me tienes hasta el colodrillo», «estoy hasta el peritoneo», «préstame diez mortadelos que tengo la cartera con sarampión mulero». Y hay tardes de domingo en las que tu hijo te propone volver a ver juntos la magnífica película de animación de Javier Fesser que es, además de una obra maestra, un milagro de Ibáñez en movimiento porque os ha unido más que el cordón umbilical o el Bizum, con unos diálogos tan vuestros ya, que los citáis en casa con la autoridad de quien cita a Cicerón, Marco Aurelio o Cervantes, pues en realidad vienen de ahí.

Hace unos días le envías un wasap a tu adolescente con la noticia de que Ibáñez ha muerto y él, que casi nunca contesta, te dice que deberías escribir algo en ABC. Y a ti se te caen dos lagrimones con sabor a sulfato atómico.

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