TIRO AL AIRE

Vox, 'menas', turistas y pistolas de agua

Los extremos engrandecen algunos problemas para sobrevivir. Los parasitan. Los embrollan. Porque son su gasolina

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Ha encontrado Vox la solución al asunto de los menores extranjeros no acompañados, los 'menas': enviarlos a sus países de origen… con sus familias. Cada uno a su hogar correspondiente, con sus padre y con su madre, con sus hermanos, sus abuelos y sus ... primos, le ha faltado especificar al partido, para darle un toque más cariñoso y humano a su discurso. ¿Cómo no lo habrá pensando nadie antes? Un banco de pruebas de ADN de todos los países emisores y arreglado. Luego será necesario un funcionario por crío para el viaje de vuelta, no olvidemos que son menores. Ya verán la cara de susto cuando los padres le digan, por favor, llévenselo de vuelta, con lo que nos costó pagarle el billete de ida. Preferimos que viva a allí. No le mandamos de turismo. Es nuestra forma de quererlo.

El 'menas go home' de Vox es tan poco conciliador como el de los cruzados por la pureza del paseante. Ambos equipos son los nuevos guerreros del territorio. Los de Barcelona, convencidos de «la teoría del gran reemplazo» hasta se han armado. Lo han hecho con pistolas de agua. Lejos de tratarse de armas disuasorias, las han usado. Pero, ¡no me creo que hayan tirado agua en plena sequía! Sí, sí. La causa lo justifica: turista mojado, turista incomodado. ¿Las pistolas son de plástico? Reciclado, seguro. ¿Pero están hechas en China o en Mataró? Ya basta de preguntas, que los verdes son los de Vox. Aunque estos días están negros. Han amenazado al PP con romper sus pactos si acepta la propuesta del Gobierno de repartir a los 'menas' por diferentes comunidades autónomas.

No se sabe cuánto tiempo llevaba Vox aguardando a que este tema saltara al candelero público. Pero que lo estaban esperando ni se duda. Por eso también la están armando. O intentándolo, con tanto órdago de ultimátum y nota de prensa. Se les ve encantados. ¡Por fin! Este debate hace un mes y habíamos arrasado en las europeas, se dicen.

Pero España no es una Francia sin segunda vuelta. Los españoles somos conscientes de la situación, de qué comemos y de cómo se construye, cada día, este país. Sabemos que el descontrol en la inmigración y el turismo son parte del precio que pagamos por vivir en el paraíso –como dicen mis amigos mallorquines–. Por eso, ambas cuestiones merecen debates más sosegados, debates que probablemente sólo puedan darse en el centro.

Eso no interesa a los extremos. A ese lado se necesita ruido, jaleo, amenazas de gobernabilidad y manifestaciones. Los extremos engrandecen algunos problemas para sobrevivir. Los parasitan. Los embrollan. Porque son su gasolina. Por eso no los verán solucionarlos. Aquí los tenemos, cazando moscas a cañonazos y montando escenitas con pistolas de agua. En parte, hay que entenderlos. Cada uno persigue sus sueños como puede. Lo mismo hacen los 'menas'. Y los turistas.

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