TIRO AL AIRE

Puigdemont en su camerino

Arderéis en el fuego del infierno. Yo, por el contrario, seré idolatrado. El resto pagaréis por todo lo que me habéis hecho

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Carles Puigdemont se ha convertido en una estrella de rock caprichosa cuya figura se eleva ya por encima de todas las leyes. Su reinado estelar ya no es de este mundo. Y a lo mejor toda la culpa no es suya. Una vez que su ... manager y sus contratistas le han servido en bandeja de plata la mismísima Constitución mientras él se despereza en la cama, el artista no podrá bajarse nunca más de la barra libre infinita. ¿Cómo poner los pies en la tierra a alguien que ha rozado el cielo después de viajar en maletero? Mientras prepara su concierto estelar de vuelta a España, el artista pide para su camerino todos los caprichos que se le antojan. Hasta los de sus más lejanas y ficticias ensoñaciones.

En tal altísimo nivel de divismo, el aclamado artista ya no piensa en su público, de quien se ha olvidado. Ya sólo tiene su mente en su cuenta corriente y en su ego. Sólo quiere sentirse más y más grande. Más alto. Más titánico. Más rey. Más emperador. Más poderoso. Todopoderoso.

El fugado, tan afamado, se ha abandonado a sus delirios de grandeza. No se entiende de otra manera que ahora le pida a Pedro Sánchez que se multe a las empresas que se fueron de Cataluña si rechazan volver. Volver a su lado. ¿Quién osa negarse a caminar al lado del amnistiado? Del bendecido. Del grandioso. Del histórico. Del liberador. Del justiciero.

Pero Puigdemont, como corresponde a cualquier ser falsamente divinizado, es un justiciero de doble rasero. A mí se me perdona por hacer lo ilegal, a vosotros se os castigará por hacer lo legal. Para mí la amnistía, para vosotras, empresas traidoras, desleales, desertoras, ingratas, judas, las multas. ¿Me rechazáis? Seréis azotadas. Arderéis en el fuego del infierno. Yo, por el contrario, seré idolatrado. El resto pagaréis por todo lo que me habéis hecho.

El de Junts es, junto a su coro, una estrella borracha de éxito. Necesita más champagne -¿mejor cava, majestad?-. Más ostras. Por supuesto, no le bastan les moules et frites de los belgas. Tampoco sueña con calçots. No quiere ensuciarse. No quiere compartir. No quiere nada típico. Sólo grandeza. Lo suyo ya no es por Cataluña. No es por su tierra. Ahora es por él. Y contra los que cree enemigos. Su venganza, orquestada en batín y zapatillas desde una habitación de hotel, está en marcha.

Se cuenta que Steven Tyler, cantante de Aerosmith, pedía que su mascota lo acompañara en el camerino antes y después de los conciertos de la banda. Lo extravagante y peligroso es que se trataba de… un cocodrilo.

Puigdemont no tiene una banda de rock, ni es una estrella que llene estadios.

Pero Pedro Sánchez le paga -con lo nuestro- como si así fuera. El artista, aprovechando el negocio, exige el precio convenido. Por eso ahora el presidente español tiene que aguantar las fantasías de un desnortado. Aunque, yo de Sánchez, no me fiaría de que no me terminaran devorando según qué caprichos ilegales.

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