TIRO AL AIRE
Sobre algunos reyes
No sé cómo le va a ir pero sí que los milagros existen. Lo es plantarse en los 80 años con nuevos retos e ilusiones y que no te falte fortaleza
Sopas de ajo para 2024 (2/1/2024)
Quitadme el móvil a mí también (29/12/23)
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEl año pasado no trajo Semana Santa. Quizá para ustedes sí, pero no para nosotros. Unos días antes ingresaron a mi padre. Su pierna requería una operación de urgencia para salvarse. Otra vez. Llevábamos varios años lográndolo, desde que un aneurisma atascó su circulación de ... forma silenciosa. Conocido el diagnóstico, la espada de Damocles empezó a perseguirlo. Mi padre era más rápido. Patentó el bronceado por cumplimiento de prescripción médica. Caminó todas las horas recomendadas al día o más. Tomó todas las pastillas recetadas o menos. En cada visita el médico le preguntaba por el nivel de dolor y él siempre respondía : «No mucho». Entonces, el doctor lo miraba entre la incredulidad y la admiración y nos recordaba que su dolor sólo podía ser insoportable. Yo visualizaba el esquema que nos había dibujado la primera vez para que entendiéramos qué suponía la obstrucción de un vaso sanguíneo: la sangre era un tráiler que sólo podía circular por autovías principales, pero ahora se veía obligado a abrirse paso por estrechas y tortuosas carreteras y caminos secundarios. Lo que ocurría era que mi padre era a la vez –y por tanto sentía lo mismo que– el camión, el asfalto quebrado, la grava del camino y la vegetación arrasada a ambos lados por el trasiego del vehículo. «Tres víboras mordiéndote a la vez», llegó a decir una doctora. En cada visita, con peor o mejor previsión, el doctor Gil siempre concluía que mi padre era un roble ante el dolor.
El día de la amputación la mente te va súper rápido. Se te agolpan pensamientos nuevos. El valor del cuerpo entero. Lo que no tiene arreglo. Lo que no puede comprarse. Y sobre todo, el vacío: sabes cómo se vive con dos piernas aunque una esté estropeada, pero no con una. Ni en lo físico. Ni en lo mental. ¿Y si mi padre se venía abajo? ¿Y si prefería encerrarse en su cueva y no ver a nadie? Tenía 80 años.
La mañana de su nueva vida dijo que era la primera noche que había dormido en seis años. Las víboras. Las víboras se habían ido.
El día que la ambulancia los dejó en la puerta de casa, mi madre lo llevó a comer a un restaurante. No han dejado de salir ni un solo día. Él no falla a su rehabilitación dos días a la semana y se maneja en la silla de ruedas como Carlos Sainz Jr. en su Ferrari. El sastre de la ortopedia ya le ha tomado la medida para la nueva pierna mecánica. No sé cómo le va a ir pero sí que los milagros existen. Lo es plantarse en los 80 años con nuevos retos e ilusiones y que no te falte fortaleza para saber afrontarlos.
Habrán oído lo de los Reyes Magos y los padres. No sé en su caso, pero en el mío se cumple. La fuerza de mi padre se alimenta, respira, vive, a la vez, de la mi madre. Enfermera, psicóloga, nutricionista, secretaria, portavoz, asesora de imagen y más. No es magia. Sólo fuerza. Y no hay mejor regalo.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete