TIRO AL AIRE
Miedo a la mina
Quizá este terror mío a las minas, un miedo que creía no hacía honor a mis raíces, es todo lo contrario. Quizá es la mejor herencia
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Iniciar sesiónHasta donde recuerdo, nunca he cruzado la entrada de una mina. Ni honda, ni superficial. Todas me dan miedo. Las de profundidad inabarcable, pavor. Me sucede lo mismo con el mar: me siento a salvo en la orilla, huyo si no soy capaz de ... ver el lecho. Me aterra no atisbar el fondo de un espacio. Lo mismo con las personas.
Con el mar no tengo mayor compromiso. Con las minas, sí. Soy descendiente de mineros. Quizá todos los somos –también de marineros–, pero lo de la mina va en mi carné de identidad. No en el que expide el sistema, sino en el que pone de dónde vienes, el que te muestra tus raíces. Soy nieta de Miguel, el minero. Hasta donde sé el apodo procede de minas abiertas. Lo mismo me da: leo que fallecen cinco mineros y siento el vínculo.
Están muriendo y son de los nuestros. Están sufriendo y somos familia. Ya nos lo mostró Zola en 'Germinal'. Pensábamos que lo teníamos superado. Los mineros y el resto. Confiábamos en que nadie entra ya en la mina en condiciones sospechosas. Pero por eso son clásicos. Porque nos demuestran que los dramas del ser humano son los mismos un siglo tras otro. Porque nos despiertan del sueño de la teoría del avance infinito. Revoluciones tecnológicas después aún somos incapaces de solucionar los dramas primeros. Debatimos sobre si la inteligencia artificial debe entrar en los colegios, cuando aún no hemos metido la inteligencia humana a la mina.
En 2025, en la Unión Europea, han muerto cinco mineros. Hay sospechas de que falló la cadena para garantizar la seguridad. El sistema. Accidentes ha habido siempre. Por eso tenemos leyes: porque a veces, hay a quien se le olvida la humanidad, pero no la riqueza que da la tierra.
Como descendiente de mineros, escucho hablar de tierras raras y pienso en ellos. En los que han muerto. En los que podrían morir. En esas zonas a las que prometieron un futuro mejor porque escarbar bajo tierra ya no da de comer –a los que entran y pican–. Pero también en esas áreas que los hombres se van a ver abocados a minar. Tengan miedo o no. Pensándolo bien, lo justo es que lo tengan.
Nos hemos adentrado en las entrañas del planeta buscando minerales, combustibles y piedras preciosas. Hace mucho que sabemos que la verdadera gema, la que talla al resto, es nuestra vida.
Quizá este terror mío a las minas, un miedo que creía no hacía honor a mis raíces, es todo lo contrario. Quizá es la mejor herencia. La transmisión de un legado de supervivencia. Uno de esos miedos que, en vez de callarnos, deberíamos pasear más. Por generaciones y generaciones. No es el miedo a meterse en la tierra. Eso es respeto por la naturaleza. Me refiero al miedo a que exista una sola mina en la que la vida de sus mineros no esté por encima, muy por encima, en la realidad y en los papeles, de lo que se extraiga en ella.
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