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Claroscuro de Feijóo en septiembre

No hay oposición como la de la Moncloa, porque sólo hay una plaza, y aunque parece que dependes de ti, dependes sobre todo de los otros

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Las formas de afrontar septiembre pueden resumirse en dos. Los que consideran este mes como el verdadero inicio del año y los que no. Los segundos igual creen más en las uvas de la buena suerte de Nochevieja. Allá ellos. El curso empieza en ... septiembre incluso para los que no han tenido vacaciones en agosto y hasta para los que ya no miden su seguir aquí en calendarios escolares.

En la forma de relacionarse con este nuevo curso también hay variantes. Está la del estudiante aplicado que, gracias a sus buenas notas, dejó todo bien organizado antes de irse de vacaciones y cree saber lo que se le presenta por delante. Confía en el trabajo bien hecho porque ha visto sus frutos y profesa una fe ciega a la meritocracia porque le ha llevado hasta donde está pero, sobre todo, porque espera que le lleve más lejos y, a la vez, disfrutar del camino. De lo que aprenda a la gente que conozca y lo que pueda aportar.

En el lado contrario está el estudiante pillastre, al que el inicio de curso le genera otro tipo de expectación. La preocupación por las asignaturas pendientes que volverán, otra vez, este año. También maneja un plan, trazado muy en términos de supervivencia. Si hay suerte, si prospera, podrá ir dando patadas hacia delante. Un poco gracias al sistema, otro poco de picardía y un poco de ceder aquí y allí y como el año pasado, saca el curso. Apuradito, pero le vale. También tiene su trabajo y su mérito.

De acuerdo, les he dibujado dos perfiles demasiado estereotipados, pero es sólo para plantear una pregunta: ¿Cuál de las dos clases de estudiante conoce mejor –aunque sólo sea por lo que se beneficia de ellos– los recovecos del sistema? No, ya lo saben, no es el buen estudiante.

Dicen que Feijóo lo era. Hoy lo sigue pareciendo. El típico que aprueba con excelente puntuación cada curso y pasa al siguiente con holgura. Hasta este año. Aún no entiende el agosto aciago que ha tenido que vivir a pesar de sus notazas y desde luego, se pierde en este nuevo inicio de curso que no sabe para quién lo es, porque para él no. Él ha echado una prescripción que prescribe y no ve visos de matrícula. No hay oposición como la de la Moncloa, porque sólo hay una plaza, y aunque parece que dependes de ti, dependes sobre todo de lo que hacen los otros. El problema es que entre los otros hay mucho repetidor experto en eso de estrujar el sistema. Algunos están hasta dispuestos a cargárselo. De modo que esto ya no es una competición de buenas notas, ni una carrera por la excelencia, sino un rally de escrúpulos y cuántos más tiene el corredor, más atrás se queda. Como si pesaran. Que pesan, claro está. La pregunta ya no es si el curso puede empezar ahora o vamos a nuevas elecciones tras las uvas. La cuestión es mucho más estructural: ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Pero, sobre todo, ¿quién puede sacarnos de esto?

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