pincho de tortilla y caña
Más caña
Yo estaba orgulloso de pertenecer a una generación llamada a suturar la herida guerracivilista
Los trompeteros del apocalipsis
Roma
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Iniciar sesiónEs una mala idea desoír los consejos de los buenos amigos. Yo lo hice cuando José Luis Garci me recomendó que leyera 'El tiempo amarillo', el libro de memorias de Fernando Fernán Gómez, uno de mis ídolos teatrales desde que le vi levantar al ... público del Beatriz al principio del segundo acto de 'El enemigo del pueblo'. Nada más alzarse el telón salió a escena como una exhalación y gritó con voz cavernosa mientras blandía en la mano el manuscrito de un artículo de denuncia: «¡Publíquelo!». En ese momento, impulsados por un misterioso resorte, todos nos pusimos en pie y le brindamos una ovación cerradísima. Hasta ese momento yo había visto reacciones parecidas en algunos mutis, pero jamás en los arranques. Su interpretación fue memorable. Desde entonces caí rendido a sus pies. Aún así, la lectura de sus memorias no me interesó demasiado. Daba por hecho que sería la crónica de las tribulaciones de un cómico de izquierdas obligado a sobrevivir en las angosturas del franquismo. He ahí otro de los prejuicios que me convierten en un imbécil solemne. Ahora he comenzado a enmendar mi equivocación gracias a que la editorial Debate ha reeditado el libro.
Aún no he avanzado mucho, porque soy un lector desesperadamente lento, pero sí lo suficiente como para darme cuenta de que el tiempo que amarillea en sus páginas no es solo el de la vida de su autor, sino el de toda una generación que vivió con la esperanza de cerrar las heridas de la guerra después de haber tenido que sobrevivir sin poder reconciliarse consigo misma. La abuela que lo crió era republicana. Su madre, actriz de reparto en compañías ambulantes, era monárquica. Así que él creció en el pasillo abierto entre las dos aguas del mar Rojo, a la espera de que algún día volvieran a juntarse. Cuando el Rey Juan Carlos le impuso la medalla de las Bellas Artes pensó que el milagro se había producido. El nieto del monarca que huyó de España en una fragata en Cartagena condecoraba al nieto de la mujer progresista que le hablaba de justicia social mientras le daba la merienda. Era la foto más favorecedora de la España del siglo XX: la foto de la concordia. La lectura de ese pasaje del libro me recordó la experiencia personal que supuso para mí haber podido colaborar durante años en el programa de Antena 3 que dirigía Antonio Herrero, con Santiago Carrillo, el gran líder del Partido Comunista, uno de los más activos agitadores en las peleas del 36, junto al hijo de un ministro de Franco. A veces pensaba que si mi abuela nos hubiera visto juntos se habría puesto a temblar, pero aún así yo estaba orgulloso de pertenecer a una generación llamada a suturar la herida guerracivilista. Por desgracia, esa es la foto que más amarillea con el paso del tiempo. Durante la Transición había clamor por el buen rollo. Ahora, lo que me piden las personas que se detienen a saludarme es que dé más caña en la radio. Ya no es época de paz, sino de gresca. Pincho de tortilla y caña a que Fernán Gómez nos hubiera mandado a todos a cagar.
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