EL ÁNGULO OSCURO
Antonio Gala
Allá en la infancia había querido ser «ebanista, como Jesús», antes de descubrir los precipicios del amor oscuro
Pucherazos (26/05/2023)
Meterse dentro del asesino (21/05/2023)
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónSeguramente no pueda decirse tan atinadamente de nadie como de Antonio Gala que cambió el oro de la gloria por la calderilla de fama. Había sido un niño pitagorín y devoto, allá en la Brazatortas natal que borró de su biografía, por parecerle que ... el topónimo lo avillanaba; y luego fue un jovencito envenenado de poesía en Córdoba, donde acuñó un personaje, entre árabe y romano, entre sensual y senequista, que convertiría en marca personal. Allá en la infancia había querido ser «ebanista, como Jesús», antes de descubrir los precipicios del amor oscuro. Y, amalgamando ambas querencias en revoltijo, ingresó en un monasterio cartujo donde quiso arrimar cebolleta, logrando que le dieran pasaporte a la vida civil. ¡Oh, rigores de la Iglesia preconciliar!
Gala arrastró entonces su alma de nardo por las bohemias de Portugal e Italia, antes de consagrarse como poeta de prestigio secreto. Eran los años en que parecía destinado a una gloria minoritaria; pero su talento verbal en tromba, hecho a la vez de ingenio y de gracieta, de deje y de labia, causaba furor entre las señoronas, a las que ni siquiera necesitaba entregar los labios. Entonces empezó a desarrollar su talento paródico inigualable; y descubrió que, siendo una caricatura de sí mismo, gustaba todavía más a las señoronas, logrando a la vez encalabrinarlas (porque sabía designar sus jaleos hormonales) y encocorarlas (porque les soltaba procacidades que las ponían de los nervios).
Gala entendió que, para crearse un público fanático, hay que saber alternar el látigo y el terciopelo. Supo comercializar su veta lírica como nadie, en obras teatrales muy resultonas y artículos en los que conversaba con su perro Troylo, alternando merengosidades irenistas y trallazos anticlericales (nunca perdonó a los frailes que lo largaran). Y, en fin, enhebró una serie de novelas de éxito mareante, dirigidas a lectoras con alma de Mesalina y cuerpo de Lucrecia, donde les hablaba de adulterios turcos y 'menages à trois', para que se animaran a quitarse las bragas (pero los culos matronales de sus lectoras estaban más para ponerse fajas que para quitarse bragas).
Como hombre genial que era, siempre fue consciente de la pantomima que estaba representando; y, aunque se fingía entregado su público, íntimamente lo desdeñaba. En un crucero que compartí con él, venían las señoras como gallinas cluecas hasta la mesa donde cenábamos, para picotear sus piropos; pero luego, mientras las veía alejarse, me decía: «¡Pero mira qué gorrrrdas, qué gorrrrdas, por Dios!». Lo recuerdo delgado como un junco, derrochón de malicias y de anécdotas, con los ojos esmaltados de melancolía perdidos en lontananza, mientras la mar se aquietaba para escucharle: «Yo habría podido ser Garcilaso, pero me gusta demasiado vivir bien. No sigas mi ejemplo, Pradita». Jamás hombre nacido para la gloria fue a la fama más derecho. Hoy, al saber que ha caído deshecho por el olvido, procuro mantenerme fiel a su consejo.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete