Morirse el día de las elecciones: el último acto de poesía de Antonio Gala
La capilla ardiente se instalará en el salón de actos de la Fundación Antonio Gala este lunes
Antonio Gala
Antonio Gala, la necesaria relectura de una figura múltiple, por Diego Doncel
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Iniciar sesiónSe ha muerto Antonio Gala a los noventa y dos años, mucho después de marcharse allí lejos, donde no se escucha el ruido y los recuerdos vuelan con libertad. Gala vivía tan retirado desde tanto que la noticia de su final tiene algo de ... puntos suspensivos, unos puntos suspensivos separados por años largos como suspiros.
Lo había dicho: que se alejaba, que tenía suficiente, que no tenía miedo. También aseguraba, en sus escasas apariciones, que seguía escribiendo poesía, pero ya no publicaba. Otros decían lo contrario. Era un misterio del tamaño de su figura. No deja de tener gracia que precisamente él, que un día fue un chaval de veintipocos expulsado de la Cartuja de Jerez por charlatán, haya desaparecido en medio del silencio. Es una forma de elegancia al alcance de muy pocos.
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Gala coleccionaba bastones y premios literarios: de lo uno tenía tres mil, de lo otro más de quinientos. Son cifras de otra época. Era un ser lleno de encanto, de ironía, de cultura, de ingenio. Pertenecía a esa generación de escritores que eran, también, animales televisivos: dominaba la palabra en el aire (las cazaba al vuelo) y bajo el foco se agigantaba. No por nada era un hombre de teatro.
Tenía un poco de Capote, que tenía un poco de Oscar Wilde. Igual que ambos, alumbraba frases como esculturas, listas para plantar en la calle, en cualquier plaza. Se había inventado a sí mismo, por eso él, que nació en Brazatortas (Ciudad Real), se sabía de Córdoba. Con Quintero estuvo varias veces, imperdibles todas. En 2013 dejó una intuición que era, también, una declaración de intenciones, un manifiesto por la ligereza, por el placer, por el deseo. Hay que repetirlo más: «Nacer para que te maten o para luchar o para decir «¡viva Franco!» son idioteces. Se nace, supongo, para disfrutar de algo».
En los ochenta se mojó en la arena pública, pero a su manera. Se posicionó contra el ingreso en la OTAN («mundialmente no se reconocen nada más que la guerra, los odios, no la hermosura»), contra Europa («una señora gorda con 27 apellidos»), contra la Iglesia, etcétera. Ni así perdía el lirismo. Tal vez por eso se ha muerto hoy, en plena fiesta de la democracia. Un último acto de humor, de poesía. Una última travesura.
Pensó mucho sobre la muerte, a la que no tenía miedo. «La vida es corta, y por tanto tenemos que hacerla más ancha. Y si usted la ensancha fumando un poco, ¿qué importa? Fumemos», le dijo a Quintero, mucho antes de su retiro por prescripción médica. Fue un ser tan precoz que tuvo tiempo hasta de escribir varios epitafios. Uno decía: «Ya conozco la salida». Y otro: «Murió vivo».
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Mi querido Antonio...
CLARA MONTES
La capilla ardiente se instalará en el salón de actos de la Fundación Antonio Gala y permanecerá abierta desde las 10,00 hasta las 17,00 horas de este lunes.
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