La tercera
Izquierda y derecha
La mano izquierda recupera todo su valor si por cualquier causa falla la derecha
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José María Carrascal
Son los dos partidos políticos por antonomasia, los más antiguos, sólidos y curtidos por mil batallas y, por lo que vemos, las que les quedan, pues ésta parece la guerra del millón de años. Para no dejarme arrastrar por los últimos acontecimientos en nuestro país, ... voy remontarme a una atalaya histórica que me dé perspectiva y buscar inspiración sobre el asunto de los dos periodistas que más admiro: Julio Camba y Sebastian Haffner, ambos fallecidos, pero vigentes, como tendrán ocasión de comprobar.
El periodista gallego lo abordó en un artículo publicado el 14 de abril de 1924 y lo recibió impávido con una portagayola: «Eso de considerar la derecha como lo contrario de la izquierda, no creo que sea nueva política. Desde la Restauración, cuando nos cansábamos de estar gobernados por un conservador, llamábamos a un liberal y cuando nos cansábamos del liberal, llamábamos al conservador Creíamos que Cánovas del Castillo era lo contrario de Sagasta, y que Maura era lo contrario que Romanones, pero últimamente ¿no hemos quedado en que tanto daban los unos como los otros? ¿No hemos planteado el viejo problema de izquierdas y derechas como un ‘problema de honradez y capacidad’?
Lo que me ha hecho preguntarme si no estamos ahora en la misma coyuntura, y si no estamos en las mismas un siglo después de haber abierto en canal Camba con el bisturí de su ironía nuestro principal problema, el fallo de nuestra clase política. O sea que no hemos aprendido nada y seguimos cometiendo los mismos errores. Como saben los lectores que aún tiene, pese a haber fallecido hace más de medio siglo, Camba nunca dejó de insistir en este punto: que no puede haber buena política donde no hay buenos políticos y que a nuestros políticos no les ha interesado nunca convertir a los españoles en buenos ciudadanos, responsables, instruidos y democráticos, tal vez por no interesarles. La última campaña electoral que hemos vivido durante julio ha sido vergonzosa, por la falta de ideas, espíritu y alicientes. Un intercambio de insultos, frases hechas y vacuidades para halagar a los seguidores y rebajar al rival. Así han salido sus resultados. Como si todos tuvieran prisa en irse de veraneo.
En busca de consuelo de tal erial, me he dirigido a mi otro maestro, seguro de que algo encontraría dada la profundidad de sus análisis y la belleza de su alemán, hasta el punto de parecer en ciertos puntos el latín de Cicerón. Sebastian Haffner no era periodista ni siquiera pretendía serlo. Estudió la muy difícil carrera de Leyes e iba ya para juez cuando tuvo la buena idea de emigrar a Inglaterra porque de haberse quedado en su país posiblemente no habría sobrevivido a la Segunda Gran Guerra, como judío que era.
Así empezó a colaborar en publicaciones inglesas con la Historia como referencia y, dentro de ella, lo que se preguntaba todo el mundo civilizado: ¿cómo era posible que un país culto, desarrollado, con músicos, literatos, científicos de primera línea hubiese caído en la barbarie del nazismo?
La profundidad de sus análisis y la claridad de sus exposiciones hicieron que pronto fuese columnista del ‘Observer’, ganándose un nombre. Fue una de las causas de que no volviera a Alemania tras la guerra. Lo hizo en 1950, cuando el diario ‘Die Welt’ le ofreció una colaboración fija. Pronto siguió una de las revistas de más circulación, ‘Stern’ donde publicó análisis impactantes. Siguieron sus recesiones de los libros de más éxito en ‘Koncret’, la revista de la intelectualidad de izquierda y terminó siendo el hombre del ‘je doch’, del ‘sin embargo‘, como le apodaron, por tener siempre algo que añadir a lo que habían dicho los demás.
Sobre la izquierda y la derecha, su ensayo con ese título nos sorprende al analizar ambas no desde la ideología, la sociedad y la economía, como los expertos, sino desde el punto de vista humano, individual, diría incluso psicológico. «Hace un siglo –escribe–, la izquierda significaba República, sindicatos, derechos humanos, tolerancia, libertad de pensamiento y comercio. Hoy, todo eso pertenece a la derecha, mientras lo que significaba autoridad, disciplina, censura, estatalismo, está en la izquierda». Los conservadores de hoy son los liberales de ayer, mientras la izquierda son los comunistas, con una breve alusión a los nuevos zares. Aunque reconoce al izquierdismo su fe en el progreso, mejora de la sociedad y del propio hombre, siempre que sea a través del Estado, sin molestarse en mostrar su escaso éxito, harto conocido.
Así que Haffner se busca otra teoría aún más original: del mismo modo que el ser humano tiene dos manos, siendo la mayoría diestros para el trabajo, el esfuerzo y los deberes diarios mientras la izquierda está ociosa, artística podríamos llamarla, esa izquierda recupera todo su valor si, por cualquier causa falla la derecha, permite a su dueño permanecer activo en mayor o menor grado según su habilidad. Con lo que Haffner da la razón a ambas partes, aunque la izquierda, que desde el principio de los tiempos busca no ya la igualdad, sino también gobernar, no se lo admite. A él le importa poco, como lo que dice la derecha, ya que con arrojar luz sobre los principales problemas seculares, le basta.
Es lo que me hace acudir a Goethe, que aparte de humanista era científico, y recordar su célebre frase que le ha granjeado la enemistad de la entera izquierda y seguro que no hubiera recibido el Nobel de haber vivido en nuestro tiempo: «Prefiero la injusticia al desorden», tras haber sido testigo de que la mayoría de las revoluciones crean más dolor y problemas de los que resuelven. Lo malo es que, de instalarse en el poder, cuesta echarles. Pero ese es otro problema. ¿O es el de siempre?
es periodista
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