La Huella Sonora
Una nueva generación cultural
De alguna manera podemos decir que lo que entonces nació como ruptura, como la movida madrileña, se acabó convirtiendo en oficialismo
Una boda española
Saturados de política
Ouka Lele, en una sesión fotográfica que hizo en 1987 en la plaza Cibeles
Las generaciones llegan pisando el pedal del acelerador y se van pisando el de la sordina. Se hacen notar cuando aparecen, como una Harley, pero su crepúsculo es lento, silencioso e imperceptible, como el nacimiento de una cana. En España llevamos viviendo del rebufo de ... la 'movida' cincuenta años. Aquella generación llegó como llega todo lo que merece la pena, dando el cante, reclamando su derecho a tirar las copas de la mesa y con esa soberbia que comparten los buenos artistas y los malos imitadores. Poco a poco esa generación se ha ido apagando, aunque haya quien todavía siga hablando de Almodóvar como un referente y veamos a parte de la industria cultural anclada en ese periodo, como si hubiera sido el único momento de esplendor creativo del país. De alguna manera podemos decir que lo que entonces nació como ruptura se acabó convirtiendo en oficialismo. Y lo contracultural pasó así a ser cultura de Estado.
Pero, a pesar de todo, las cosas terminan. Cada generación trae su propio movimiento cultural y en España aparece ya un nuevo espíritu creativo alejado de ese discurso oficial, de los moldes impuestos y del estruendo de las Harleys. Todo ha cambiado, por fin, y vemos a gente extraordinaria, con un nivel creativo inmenso y con un éxito incontestable a nivel mundial. Pero, al revés que la anterior generación, esta ha llegado en silencio. Y, quizá, por ello, aun no nos hayamos dado cuenta de que en la ciudad hay nuevos jefes, figuras transgresoras, innovadoras, con un estilo propio y con una fuerte personalidad artística. Me refiero, entre otros, a C. Tangana, Dabiz Muñoz, Albert Serra, Juan Ortega, Rosalía o Rodrigo Sorogoyen. Con todas las diferencias que queramos salvar entre ellos –que las tienen– comparten algunas cosas.
Por ejemplo, que no están atados a lo políticamente correcto. No tienen miedo a incomodar o a romper con esa cultura 'woke', artificialmente promocionada desde Estados Unidos y, desde hace tiempo, en declive. Pero tampoco enarbolan la guerra cultural –igualmente artificial– que defiende la extrema derecha o ese tradicionalismo encorsetador, nacionalista y limitante. Muy al contrario, todos asumen la tradición, pero no se quedan en ella y la integran para seguir creciendo como individuos únicos. Es decir, respetan la tradición, pero huyen de lo reaccionario. Cada uno a su manera recuperan elementos del pasado –flamenco, toros, cine clásico, pintura figurativa, identidad española, mundo hispano, mundo rural, etc.– y los transforman en algo nuevo. Es decir, son innovadores, tienen personalidad propia y no buscan repetir fórmulas ni seguir tendencias impuestas desde fuera.
Cada época trae su propio movimiento cultural y en España aparece ya un nuevo espíritu creativo alejado del discurso estatal
Pero, sobre todo, parecen rechazar la infantilización del arte y la cultura. Frente al victimismo y la corrección política de unos y frente al victimismo y la corrección política de los de enfrente, apuestan por la libertad creativa, por la exigencia intelectual y por una autoexigencia casi enfermiza. Es decir, son verdaderos artistas.
Va siendo hora de reconocer que el tiempo ha cambiado. Yo admiro a esta generación, aprendo de ellos, y algo me dice que seguiré haciéndolo durante mucho tiempo. Porque han venido para quedarse. A no ser, claro, que cometan el inmenso error de repetir esquemas, dejarse utilizar por los que vengan y acaben convertidos en la nueva cultura de Estado. Es decir, en el nuevo oficialismo. De momento, es la hora de levantar el pie de la sordina y pisar el acelerador. Que son pocos y se hace muy tarde.