LA SUERTE CONTRARIA
El 98 del 78
Somos un país que se especializa en finales: el del imperio, el del consenso y el de la paciencia
Plegarias atendidas
El Estado contra Alandete
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Iniciar sesiónSi preguntamos a cien personas qué es la patria obtendremos cien versiones diferentes, cada una con sus mitos, su paleta de colores y sus vírgenes de barrio. Y si no somos capaces de definir algo, como para morir por ello. Al morir por la patria, ... uno creerá estar muriendo por Larra y el otro por Fernando VII, e imagínense qué lío, un frente en el que el capellán va dando la extremaunción por bloques. Sin embargo, yo sí que sé lo que es un estado democrático y de derecho que se llama España. Y lo sé porque está escrito, votado y sancionado. Por ese motivo entiendo cuáles son sus valores superiores, aquellos sobre los que se ha asentado un orden político, jurídico y moral. Así que cuando hablo de España, hablo de algo serio, no de sentimientos subjetivos como la carpeta de un adolescente. Como Carl Schmitt, «definidme como queráis, menos como romántico». Y por seguir citando a personajes siniestros, esto de Charles Manson: «Yo comprendo los procedimientos, la guerra, las leyes y la regulación. Lo que no comprendo es 'Lo siento'».
La España del 78 es la España de los españoles reconciliados, es decir, los que no niegan los conflictos, pero optan por convivir sin matarse. Esa voluntad de una España civilizada y en paz es una España que no había existido antes ni existirá después. Por eso lo de ahora nos recuerda al 98: es la decadencia de una época gloriosa. Si en el 98 se perdió la España imperial, hoy se está perdiendo la Constitucional; si en el 98 España descubrió que ya no mandaba en el mundo, hoy descubre que ya no se manda ni a sí misma. Aquella España salió del desastre buscando una idea de lo que habría de ser a partir de entonces. Por eso, aunque se perdió Cuba, se ganó una conciencia; aunque se hundió el imperio exterior, nació una inteligencia interior. En cambio, hoy el hundimiento es más discreto y viene sin héroes ni generaciones literarias: solo ruido digital y pulsión totalitaria, que es pulsión de muerte. Pero el mismo fondo: un país que ha dejado de creerse su propio relato fundacional y que se rompe por el mismo lugar de siempre: por dentro. Si en el 98 se perdieron los últimos territorios de ultramar, en el 2025 se pierde la voluntad de convivencia. Si lo de entonces fue un desastre imperial, lo de hoy es un desastre institucional. El mismo vacío, pero sin rastro de épica.
España repite sus ruinas con la dignidad melancólica con la que un borracho repite su discurso. Pero, como el borracho, el día después de la ruptura llegarán la culpa, los remordimientos y la pena de la autodestrucción. Y la autoestima por los suelos por no haber sido capaces de entender que solo la defensa del pluralismo –de la Constitución– permite que cada cual mantenga sus creencias, pero impidiendo que nadie se las imponga al resto. Somos un país que se especializa en finales: el del imperio, el del consenso y el de la paciencia. Y cada vez que se acaba algo, salimos a llorar y a lamentarnos. Porque España entierra muy bien. Sobre todo, a sí misma.
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