la suerte contraria
Plegarias atendidas
Hay cosas que están bien y cosas que están mal. Y este es el estilo de Sánchez, no el nuestro
El Estado contra Alandete
Éxodo
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Iniciar sesiónEl único acuerdo al que se puede llegar con Puigdemont es el lugar concreto en el que se va a entregar a la Guardia Civil para ser detenido, puesto a disposición judicial y, como consecuencia, encerrado unos cuantos años. En cuanto al lugar, supongo ... que elegiría algo simbólico, qué sé yo, el monumento a Casanova, la tumba de Macià o el lugar en el que Wilfredo el Peludo fundó Santa María de Ripoll. Pero a mí me gustaría más hacerlo en el punto exacto en el que sus 'cedeerres' intentaron asesinar por primera vez a los policías nacionales, a esos 'piolines' humillados por los camisas negras. O en el aeropuerto de El Prat, donde un hombre murió en un colapso ordenado por él. O, en un alarde aurisecular, en la playa de Barceloneta, para que viera por última vez el mar en el mismo lugar en el que el Quijote lo vio por vez primera.
En la política hay rivales y hay enemigos. A los rivales se los respeta y se les gana. Pero con los enemigos no hay nada que hablar. Y, por supuesto, Puigdemont, al igual que Junqueras, son enemigos totales de la democracia, personas violentas y totalitarias que intentaron subvertir el orden constitucional con diecisiete mil hombres armados a sus órdenes, poniéndose por encima de la ley y, por lo tanto, del pueblo del que emana. Con esa gente no hay nada que hablar. El día que Junts aparte al chiflado y vuelva a ser un partido de centroderecha cabal, posibilista y que respete la ley -aunque, de modo legítimo, no la comparta-, pasarán a ser rivales y se podrá dialogar. Pero, de momento, no pueden sentarse en la mesa de los mayores y se tendrán que conformar con la mesa de los macarrones y los cócteles molotov, esos que lanzaban a los helicópteros de la Policía antes de quemar Barcelona.
El deseo de ver a Sánchez salir de Moncloa es grande. El deseo de ver a Albares, a Bolaños o a López –por citar a tres– abandonando sus ministerios para volver a los espacios de marginalidad que les corresponden, inmenso. La sola posibilidad de llegar al gobierno con una moción de censura y antes de convocar elecciones limpiar de sanchismo RTVE, las embajadas, el Instituto Cervantes o el CIS, demasiado atractiva.
Pero la realidad es que Puigdemont te va a dejar tirado. Y no quiero imaginarme la carcajada de Sánchez en su escaño diciendo: «Insisto: mucho ánimo, Alberto, que ya sabemos que no eres presidente porque no quieres». Si el PP llega algún día al gobierno –que está por ver– tendrá que hacerlo a través de unas elecciones que den la voz al pueblo para que este le devuelva, en su caso, su confianza mayoritaria. «Basta ya de cálculos. Hay cosas que están bien y cosas que están mal. Y este es el estilo de Sánchez, no el nuestro. No creemos en atajos, así que antes de que Puigdemont diga nada ya lo decimos nosotros: ahórrese el trago. No queremos nada con delincuentes. Gracias». Ese sería un liderazgo con principios, visión y audacia. El resto, plegarias atendidas, que como todos sabemos, son el camino más recto al cementerio. También al de Montjuic.
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