lapisabién
Santos sin hornacina
Llevo a la Santa Compaña al lado del Angelito de la Guarda
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Iniciar sesiónLlevo a la Santa Compaña al lado del Angelito de la Guarda, y si no se me ven por la calle, sí que me protegen, cada cual por razones divergentes y contradictorias. Ahora y en estas noches trémulas del otoño, cuando el año acaba ... de verdad, y pienso en lo cierto. En que una madrugada como la del martes, a diez minutos del alba y hace 17 años, perdí a lo más parecido a un hermano. Que en una recta de provincias, las calabazas fueron calaveras; que yo envejecí de golpe de lágrima, y no vi ya entonces un claro, un algo de sol que no alumbrará ni calentará. Desde ese ya primer amanecer de noviembre los años pesan como tres, y se pasa por los bulevares, con las ofrendas mexicanas a los muertos, envuelto uno en una bruma interna de la que mete la tiritona entre la frente clara y el pie helado.
Lo cantó Juan Ramón como anticipando a Lorca: «Viento negro, luna blanca. Noche de todos los santos». Sí, la Santa Compaña y el Angelito de la Guarda conmigo van; aunque digan que tengo el aura clara las brujas más populistas, las más agradadoras por dar consuelo sin un título de Psicología. Sólo un saludo de Leonor a la ciudad y al mundo, quizá, pueda detener el martes este inframundo; que la suya, su juventud creadora, inmaculada, traiga la claridad, la transparencia Dios mío, la transparencia, a este trozo de universo que ve la implosión demasiado cerca. Noviembre es esa oscuridad que entra por los poros, y los soles ya no serán los soles de siempre, aunque adviertan que secarán los charcos y las miasmas de la calle. No habrá por los Santos nieve en los altos, o quizá sí, para contravenir las cabañuelas de los más cafeteros de la Agenda 2030.
Sé que el cementerio de Polloe se llenará de esas viudas sin mañana, de esos hijos que dejarán frío el marmitako materno un día festivo, y volverán a Londres, o lejos de su infancia y del momento que les robaron la inocencia. No pierden el ritual de las flores, han madurado para que la rabia ya no amortigüe ese dolor lejano y tan presente. Como tantos santos, vivos o muertos, sin hornacina que les valga.
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