EN OBSERVACIÓN
Vuelven los nostálgicos
El respeto a la ley es hoy 'nostalgia del enfrentamiento'
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Iniciar sesiónAntes de que a mediados de la década pasada el calificativo de fascista –luego facha, más amable y llevadero para que una y otra parte se manejaran en las tertulias– fuera utilizado para deslegitimar a la derecha y tratar de excluirla de un juego demócrático ... cuyo armazón moral, en forma de embudo, cambiaban sobre la marcha los representantes de la mayoría de progreso, el término establecido para identificar y señalar a los activistas de la reacción era el de 'nostálgico'. Los nostálgicos no eran otros que los del escudo con el águila, las excursiones domingueras al Valle de los Caídos, el 'Cara al sol y el 'Se sienten, coño'. No es casual que el ministro de Presidencia que también porta la cartera de Memoria Democrática, haya desempolvado esta voz histórica –«nostálgicos del enfrentamiento», dice– para desacreditar a los partidos, PP y Vox, que respaldaron de forma presencial o telemática la manifestación del domingo en Barcelona contra los planes convivenciales del Gobierno en funciones.
Esta 'nostalgia del enfrentamiento', traducción libre y sesgada del apego a la ley que rige en las sociedades democráticas, es propia del fascismo, ahora facherío normalizado, y se deriva de las mecánicas de una judicialización que desde primera hora Pedro Sánchez decidió anular en un alarde de concentración de poder –sobran los jueces– disfrazado de conciliación, de reencuentro y de olvido, una vuelta de la tortilla del 78 no solo institucional –sobran los magistrados como garantes del Estado de derecho–, sino doctrinal, al tachar de «nostálgicos del enfrentamiento» a quienes observan la ley.
Como ministro de Memoria Democrática y rehabilitador dominical de cultismos de otro tiempo, Félix Bolaños conoce bien nuestra reciente historia, especialmente la que escribió José Luis Rodríguez Zapatero, cuya experiencia pacificadora con la banda terrorista ETA –otro reencuentro, otra convivencia, otra resolución del conflicto, otros presos y otros presupuestos– le ha servido en los últimos años para erigirse en mediador y relator en procesos de blanqueamiento de dientes y colmillos totalitarios. El rastro de su obra, articulada por libre o a través del Grupo de Puebla y los de Palacagüina, es ya visible en Iberoamérica, preferiblemente desde los balcones del palacio de Miraflores.
Como el bosque no deja ver los árboles, nos dejamos hechizar por el influjo que a través de sus brujos visitadores ejerce la doctrina de Zapatero en Pedro Sánchez, cosas de casa, e ignoramos el alcance global de un proyecto de paz basado en la superación del marco normativo del entero mundo libre. Llegamos así al meollo de la cuestión, una Alianza de Civilizaciones que en forma de chiringuito atiende Moratinos tras el mostrador de la ONU y cuya naturaleza, pergeñada tras los atentados del 11-M, responde a la consideración de que toda organización criminal, doméstica o extranjera, Hamás incluida, queda guerra, es una civilización con la que merece la pena entenderse. «Reconocer la diversidad nos fortalece, negar la diversidad nos debilita», dice Salvador Illa. Los nostálgicos del enfrentamiento, de aquí a Tel Aviv, nunca lo van a entender.
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